jueves, 1 de mayo de 2008

"¡Mami, vamos a casa!"

"El final de un intenso día de paseos.
El inicio de nuevas ilusiones por venir".

Fotografía tomada en Manchester, Reino Unido.

"Molinete de subte"

Gira y gira, molinete de subte.
Desde temprano en la mañana comienza su yugo, y a dar vueltas sin cesar. Vueltas lentas, vueltas rápidas. Vueltas giratorias. De vuelta a girar.
Vueltas de anciano madrugador, fiel ayuda de su hija, asignado al cuidado del recién nacido.
Vueltas de joven trasnochador, que sale apresurado de su casa, minutos contados para marcar el reloj.
Vuelta y re-vuelta. Molino de viento que se genera al andar.
Vuelta de inercias aceitadas, interminables giros que enganchan al que pasó y al que seguirá.
Pasó, exultante, el enamorado, ramo de flores en mano. Vendrá la señora con sus bolsas, la que lucha entre su carga y sus formas excedidas de lugar.
Pasó la niña con su mochila, abultada y fiel seguidora, que pesa pero que no se alcanza a divisar. Vendrá el señor de bigote, traje de abogado o algo así, maletín en mano, audiencia por venir.
Ya se oye el tren llegando, cargado de ansias y tiempo que se esfumó. Siempre angostas las puertas que se abren, siempre ancha la marea al avanzar.
Ahí se arma la carrera, escalón fijo o móvil, de a uno, de a dos, de a mil. Ahí se prepara el molinete, ahí percibe el devenir.

El primer golpe es el certero, el que marcará la velocidad del promedio. El sedimento que la marea arrastrará. Rara combinación de agujas de reloj, temperatura ambiente y demoras pasadas de hora.
Pasa el primero, despiadado, rompiendo la quietud de un empujón. La inercia alcanza para esperar al segundo, que no se hace rogar.
A medida que pasa uno y pasa el otro, el contacto se vuelve más suave, más contemplativo del propio cuerpo, del cuerpo que sigue atrás.
Y ahí viene, última en la cola, la abuela que difunde su propio rumor, el de su desgracia incomparable, gorro en mano, esperanza redonda de moneda circular.
Pero el giro no acabó cuando descarga el tren suburbano, cientos de pasos perdidos por la desesperación del tiempo inaudito, de la espera inexplicable, de la detención silenciosa en medio de la incertidumbre.
Y, ¡claro!, ahí la puerta corrediza marca la línea de largada, la incontenible furia que se desata, caiga quien caiga, aunque el que caiga sea uno mismo.
Pasillos, escaleras, rampas. Correr, alcanzar el subte porque si no... Si no, no se llega, no se alcanza a fin de mes, no se vive.
Y una vez más, el molinete. Último obstáculo antes de la escalera final. Justo allí, interpuesto en el lugar donde la carrera ha desarrollado la marca récord de velocidad. Golpe certero del que pasa, puñal en el estómago del escolta, detención obligada del que viene en tercer lugar.
Gran habilidad se precisa para abordar al molinete en giro. Cálculo preciso del propio andar, de la distancia que aún falta recorrer, de la velocidad del giro, de la cantidad de brazos de ese incordio de metal.
Cualquier cálculo acertado, podrá ser un tren que se alcanza a tiempo. Un pequeño traspié, producto del mal ojo, cinco minutos ¿o más? habrán de pasar caminando ida y vuelta por la irrespirable atmósfera del andén.
El molinete pega mareos de vueltas, siempre tosco, siempre útil, siempre obstáculo.
Termómetro exacto de la vicisitud humana, del ansia de transición.
Compás que dibuja el círculo de la energía viviente.
Claro ejemplo de no andar mucho, después de tanto pretendido andar.

(Imágenes tomadas en la estación "Ministro Carranza" de la línea D de Subterráneos de Buenos Aires).

"Cielito araucano"

"De pronto me vi envuelto entre ramas milenarias
y sentí que el presente ya no volvería jamás."
Fotografía tomada en el Parque Nacional Huerquehue, Xº Región, Chile.

"Hormiguitas viajeras"

Un juego:
Tres amigos se echan de espaldas sobre la arena de la playa y se disponen a contemplar las estrellas. Es una tibia noche de verano, nada de viento, luna nueva.
Uno de ellos tiene el cabello rizado, el otro ondulado y el tercero lacio. El largo total de la cabellera de cada uno es equiparable a la de los otros dos.
Al mismo tiempo, tres hormigas negras de idéntico tamaño comienzan a trepar por los cabellos de cada uno de los tres amigos. Lo hacen desde el extremo inferior de sus nucas, al final del cuello y su idéntico objetivo es alcanzar el cuero cabelludo de su involuntario anfitrión, a la altura de la naciente del cabello, en la frente.
Cabe aclarar que el volumen de la masa craneana de los tres es idéntica y que sus formas son igualmente análogas. Que la capacidad de traslado de las tres hormigas difiere en forma directamente proporcional al recorrido que deberá emprender, de manera que la que ha elegido al de cabello rizado dispone de una mayor velocidad de traslado, que la que ha optado por el de cabello ondulado, algo menor y, por último, que la que andará sobre los cabellos lacios es la más lenta de las tres.
Establecida esta equivalencia, las tres están en condiciones de llegar a alcanzar su cometido en igual tiempo.
Mientras contemplan las estrellas, los tres amigos conversan plácidamente y ninguno de ellos provoca ningún ademán violento con sus cabezas, de tal manera que el avance de las hormigas no se ve alterado en ningún momento, más que por el desafío impuesto por la situación a atravesar.
¿Cual de las tres hormigas llegará antes a destino?
...
...
...
Una posible respuesta:
El planteo contiene -adrede- un error de concepción que invalida todo un posterior abordaje y, sin embargo, quizás haya pasado desapercibido.
¿Cómo saber que realmente el destino final del recorrido de las hormigas será idéntico en los tres casos? Pretender suponer que tenían una "lógica compartida", una misma motivación, sería como aplicar las matemáticas al devenir de la naturaleza.

¿Será que esta ilusión tiene sentido porque trasladamos la lógica humana a otros seres de la naturaleza, dotando a ésta de una
supuesta sabiduría?
Muchas veces denominamos de manera general "naturaleza" a todo nuestro entorno, otorgándole una
entidad necesariamente inteligente: "la naturaleza es sabia", como una necesidad mágica de corporizarla, unificándola bajo un pretendido cuerpo y mente análogos al ser humano... o a Dios.
¿Por qué no pensar más bien en un motor que impulsa toda la existencia a Su arbitrio, y que la naturaleza responde a él? ¿Y que ese arbitrio no necesariamente es el nuestro, el que entendemos que
debe ser?
Haber pretendido apropiarnos de la naturaleza a lo largo de la historia de la civilización humana, en lugar de disponer de ella con el respeto que se tiene por las cosas prestadas, nos ha llevado a diezmarla cruelmente.
Pero nada, absolutamente, en esta dimensión física permanece sin respuesta ante la presión que sobre ella se ejerce.
...
Al parecer ya ha pasado suficiente tiempo de ciegas pretensiones.
El final del juego ha llegado.

"Esperando la venta"

"La puerta del negocio:
vista panorámica hacia la realidad que camina".
Fotografía tomada en Puerto Octay, Xº Región, Chile.

"La puerta del más allá"

Desde que despertó en aquel lugar todo fue desconcierto.
Qué hacía allí, cómo había llegado, dónde se ubicaba geográficamente ese lugar…
Tumbado sobre una cama, se encontraba allí por alguna inalcanzable razón.
Comprobó que su cuerpo no respondía a las demandas cerebrales con la rapidez deseada, de tal modo que decidió darse tiempo para cobrar fuerzas y comprender algo más de su situación.
Al parecer, se trataba de una habitación de mediana dimensión, sin ventanas a la vista, con paredes grises, sin adornos u objetos colgados de ellas, y con la sola interrupción, en la pared que se enfrentaba a su cama, por la presencia de una puerta que se encontraba cerrada.

Ningún otro indicio a la vista. Ninguna otra muestra de presencia humana.
Agudizó su sentido de la audición para alcanzar a percibir qué sucedía del otro lado de la puerta. Sólo logró mayor confusión: el murmullo que parecía oír era tan difuso que no supo bien si se trataba de un sonido real o una reverberación interna, producto de su estado de estupor.
Con el correr del tiempo esa puerta comenzó a convertirse en un objetivo, un paso decisivo hacia la meta de su liberación.
No encontraba aún las fuerzas, pero sabía que tarde o temprano debería atravesarla para verse libre.
Tampoco sabía qué le esperaba del otro lado. Tan sólo, quizás, la conciencia de nuevos desafíos, pero se manifestaban como un cúmulo abstracto en su mente y, como tal, lejano a la posibilidad de resolución inmediata.
Por fin, comenzó a individualizar cada uno de sus miembros y a comprobar su buen funcionamiento. Brazos, manos, piernas, pies. Todo parecía responder a su voluntad cada vez con mayor efectividad.
Decidió esperar un poco más, aprovechar ese tiempo indispensable para reflexionar. Recordar los últimos momentos de conciencia, las últimas imágenes que le indicaran alguna pista de su actual condición.
Poco acudió en su ayuda. Sólo imágenes borrosas de desprendimientos de rocas montañosas, caídas de árboles, cuerpos de animales yaciendo muertos sobre extensos campos color cobrizo…
Centró su atención nuevamente en la puerta. Estudió el diseño del picaporte, contó la hipotética cantidad de pasos que lo separaban de ella.
Allí estaba, invitándolo a atravesarla, a utilizarla en pos de su emancipación. Estaba allí solamente para servir a ese propósito. No podría alcanzar ninguna otra utilidad. Luego de dejarla atrás, toda su permanencia carecería de sentido.
Probó levantarse de a poco: una pierna, un brazo de sostén, otra pierna, el otro brazo. Ya estaba sentado. Contempló en derredor. Apoyó los pies sobre el suelo, estaba frío. Utilizó los brazos para ayudar a sus piernas a sostener todo el cuerpo. Dio un envión de ascenso y se erguió íntegro. Permaneció allí unos segundos y, cuando sintió que alcanzaba el equilibrio, emprendió el primer paso. Luego el segundo, el tercero. Uno tras otro iba cobrando mayor seguridad.
La puerta se acercaba, ya la tenía.
Sólo tres pasos más. Uno. Dos. Tres. Tomó el picaporte. Intentó girarlo pero no pudo. Estaba atascado o algo así. Desesperado, presionó con mayor intensidad y no logró moverlo. Estaba fijo.
Se acercó aún más a la puerta, dejó deslizar la mano a través de su traza y la textura inconfundible reveló finalmente que se encontraba ante una porción de pared en la que, con habilidad de artista, había sido pintada allí, y dado apariencia de realidad una puerta, la cual, desde ese momento, dejaba de existir definitivamente como tal en su representación.
Comprendió que se encontraba atrapado, hecha añicos su ilusión.

Perdida la noción del paso del tiempo, desde entonces su mirada ha quedado fijada en dirección hacia aquella pintura.
Sólo su mirada, fija, ha quedado allí.

"Ciudad del presente"

"¿Cuál será la ciudad del futuro?"
Fotografía tomada en Manchester, Reino Unido.