martes, 1 de julio de 2008

"Lontananza"

"Y en el refugio de tus muros penetrará el abismo de tus sueños".
Fotografía tomada en Sierra de la Ventana, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

"La vil leyenda de la Reina Virgen"

Existe una leyenda que narra sobre una historia muy particular.
En las postrimerías del siglo XVI, durante el reinado de Elizabeth Tudor de Inglaterra, hija del rey Enrique VIII y Ana Bolena, tuvo lugar una historia de amor tan intensa como irrealizable.
La reina Elizabeth -llamada "la Reina Virgen" porque al final de sus días no habría procreado- vivía entre la voluptuosidad y el arraigo a los placeres terrenales. Bien dotada para las artes, disfrutaba de la belleza en sus múltiples manifestaciones. Su reinado se caracterizó por el resurgimiento de las artes en Inglaterra, especialmente de la literatura, nutrida ampliamente por relatos sobre la deslumbrante personalidad de la reina.
A pesar de la cercanía de numerosos cortesanos, Elizabeth Tudor permaneció soltera, definiendo claramente los motivos de ese estado: "mi más celoso marido es el pueblo de Inglaterra", dijo.
No obstante, cuando cumplía 53 años conoció a quien fuera su amor más apasionado y por quien perdería la cordura: Lord Essex, quien tenía sólo 20 años... La leyenda cuenta sobre un amor sobrenatural que ella desplegó por el joven noble.
Cierta tarde, mientras caminaban afablemente a través del extenso parque que rodeaba al castillo real, él le comunicó su intención de marcharse al frente de la Guerra contra España. Tal fue la inquietud que esto produjo en la reina que ella le efectuó una promesa a cambio de que él cancelase su decisión. La reina ofreció revelar al joven los más íntimos secretos sobre su condición de soltería, prometiéndole ingresar en las cámaras ocultas del palacio real, donde ella guardaba celosamente la evidencia de su vida amorosa.
Lord Essex se encontraba urgido en ganar prestigio y su participación en el frente de batalla aportaría decisivamente a su afán, pero la propuesta de la reina no implicaba una ganancia menor. Bien sabido era que algún justificado motivo provocaba la soltería de la reina, y que la contradicción evidente entre su licenciosa vida y la ausencia de siquiera un amante, bien merecía ser resguardada entre los oscuros pasadizos del palacio. Tener acceso a esa información en forma exclusiva le otorgaría un poder que ni él mismo se animaba aún a evaluar.
Además, el inefable Francis Drake acababa de realizar el primer viaje de circunnavegación del planeta, lo cual eclipsaba toda notoria aparición de un nuevo héroe de batallas.
Y, en última instancia, su sangre joven y pletórica de curiosidad, lo inclinaba irremediablemente a rendirse ante la propuesta de la reina.

Elizabeth conocía al detalle cada uno de estos fundamentos. Tenía la victoria asegurada desde el mismísimo instante de su ofrecimiento. Por lo que sólo se dedicó a aguardar la comunicación de su amado.
Ésta no tardó en llegar. Inmediatamente, la reina le hizo prometer bajo juramento a Lord Essex que bajo ninguna circunstancia comunicaría a nadie sobre lo que vería y oiría durante la visita a los lugares ocultos del palacio real. Demás está decir que un joven ambicioso e inescrupuloso no dudaría en ceder afirmativamente a tal petición; ningún ser más poderoso que él habría en el universo a partir de ahora como para temer las consecuencias de una promesa hecha en vano.
Llegado el día acordado, la Reina Elizabeth Tudor solicitó no ser molestada durante toda la tarde y ordenó el retiro de la guardia real.
Libres de toda presencia se encaminaron hacia su alcoba. A partir de allí atravesaron sucesivos pasadizos y recámaras a los que la reina iba accediendo mediante la apertura de pesadas barreras simuladas bajo tapices y gobelinos.
- Ahora se os abrirán las compuertas del conocimiento sobre la intimidad de la Reina, Lord Essex -le dijo-.
- ¿Acaso seré merecedor de semejante revelación? -preguntó, retórico, el joven-.
- Nunca subestiméis la capacidad visionaria de un soberano -afirmó, inquietante, la reina-.
- En absoluto he pretendido ofenderos, Su Majestad -convino resueltamente-.
- Prestad atención, mi conspicuo caballero: largamente han sido desenrolladas las habladurías acerca de mi soltería. Si tan sólo insumierais la mitad del tiempo que os ha llevado divulgarlas en velar por el bienestar del prójimo, acabaríamos de inmediato con los desvelos que nos provocan los inútiles padecimientos. Pero no, vosotros sucumbís a la tentación con que la imaginación os hace esclavos, y pretendéis darle cuerpo a vuestros desvaríos, forjándoos una creencia de que sois dioses que pueden crear nuevos seres. ¡Incurrís insolentemente en la más vulgar idolatría!
- ¡Su Majestad...!
- No os confundáis: no es sino el amor que me une a su ser el que le hará acreedor al verdadero conocimiento. No es precisamente su mérito el que le reconoce la preeminencia, Lord Essex.
- Pues entonces, Su Majestad, ¿por qué vuestro amor incandescente se ha depositado sobre mi tambaleante corazón?
En ese instante la reina ordenó detenerse frente a un sarcófago, un habitáculo recubierto en fina madera de cedro, que se hallaba en la cámara a la que por fin habían arribado.
- Que vuestro corazón encuentre espacio suficiente para albergar lo que oiréis y veréis a continuación -pronunció ritualmente la reina-. Acto seguido procedió a elevar lentamente la tapa de la tumba.
Un cuerpo de aspecto extremadamente lozano apareció a medida que se descubría. Los diáfanos rasgos de una mujer joven y celestialmente bella atraparon toda captación visual. La sensación de pertenecer a un cuerpo vital y rozagante invadieron la atmósfera. Su presencia irradiando la vida misma era de una absoluta certeza y obviedad.
- He aquí el motivo de mi soltería, Lord Essex -balbuceó la reina-.
- Nnno comprendo, Su Majestad...
- Verás, voluble criatura: desde los albores de mi juventud el espejo no devolvía una imagen agraciada de mí. El infortunio se había incrustado en mi corazón y me propuse tempranamente que nunca engendraría un hijo. No me permitiría jamás transmitir los genes del horror a una criatura indefensa. Por eso me abstuve del casamiento y la procreación.
- ¡Yo no creo que Vuestra Excelencia...!
- ¡Oh, por favor, puedes evitarte el esfuerzo de la adulación!
- Entonces... ¿quién es ese ser angelical y por qué se halla encerrado en este sarcófago, sumido en la oscuridad? -preguntó con evidente interés el ávido jovencito-.
- Verás, joven curioso. Hace algún tiempo he recibido un regalo allende los mares. La caja traía una nota que indicaba: "No dudéis que ha llegado la hora de Vuestra emancipación. Aun los reyes pueden encontrar su propia liberación".
- ¿Quién podría haberse dirigido a Su Majestad con semejante insolencia?
- La nota venía firmada por Sir Bill Gates, un forastero de las tierras del norte. Lo cierto es que la caja contenía un programita para crear un nuevo ser a partir de mi más excelsa imaginación. Un ser de una belleza irresistible. Aquel ser que jamás yo podría encontrar en el reflejo del espejo, y me permitiría mimetizarme con él. ¿Comprendéis lo que ha despertado en mí esa nueva perspectiva?
- Pero, entonces... ¿por qué permanece inmóvil, como muerta?
- Avezada pregunta, mi joven. Este inescrupuloso caballero ha omitido enviarme la actualización correspondiente para dar vida a este nuevo ser. Pero me prometió hacerlo ni bien envíe los fondos correspondientes. ¡Pero ni todo el mi reinado bastaría para adquirirlo! ¿Comprendéis mi desdicha?
- Cabalmente, Su Majestad. Pero, ¿en qué podría Vuestro servidor ser útil a la reina?
- Ampliamente conoceréis que toda doncella despierta a la vida a través del beso apasionado de su amado. Pero este no es el caso. Más que ese favor, os solicito lo siguiente: ¿Podríais pasar vuestra tarjeta de crédito a ver si de esa forma me es enviado el up grade?
Sintiéndose superado por lo inabarcable de la petición, Lord Essex dió vuelta sobre sus pasos y emprendió una furtiva retirada.
Mientras huía, desesperadamente exclamó:
- ¡Olvídese, Su Majestad! Ni loco paso la tarjeta de crédito por internet y menos para adquirir un producto de la competencia!
A lo que la reina replicó:
- ¡Traidor! ¡Sabía que trabajabais para Macintosh! ¡Guardias, atrapadlo!
La reina olvidó que ella misma había dado la orden del retiro de la guardia real...

Fue así como el destino de la humanidad quedó sellado.
Desde entonces, unos y otros siguieron engendrando sus propios especímenes y el mundo se dividió en dos bandos irreconciliables y antagónicos.
...
Y vos... ¿de qué lado estás, chabón?

"Esperando el encuentro"

"La cita tendría lugar puntualmente. Allí, dos ríos y su amante silencioso confluirían cada tarde".
Fotografía tomada en el lugar llamado "El encuentro de las aguas" condado de Wicklow, República de Irlanda, donde el escritor irlandés Thomas Moore (Dublin, 1779-1852) encontraba inspiración.

"Testamento electrónico"

Imaginen esta posibilidad.
Desde el mes de mayo Blogger, el administrador de archivos para los blogs albergados en el entorno de Google, ha incorporado una facilidad: el autor de un blog puede cargar de antemano sus publicaciones y programar en qué momento desea que aparezcan visibles para su comunidad de visitas. Es decir, que una publicación que aparecerá, por caso, el primer día del mes de junio del año 2010, bien podría haber sido redactada y programada algunos años antes.
A partir de esta posibilidad concreta y actualmente disponible, se podría presentar la siguiente situación.
Un señor de 60 años ha arribado a una sensación de desencanto absoluto con lo que ha sido su vida y decide suicidarse. Previo a ello, elabora un plan para distribuir sus pertenencias entre sus descendientes: su esposa y tres hijos, dos varones -el mayor, casado y con dos hijos y el del medio, soltero- y la menor, mujer, casada y sin hijos.
Cuenta con el asesoramiento de un escribano, quien lo ilustra acerca de las posibilidades de un procedimiento poco usual: publicar una vez por año una serie de pasos para revelar su voluntad acerca de la distribución de su patrimonio, a razón de un paso por año. Valiéndose para ello, de un blog personal cuyos únicos habilitados para la visita y visualización del contenido son, precisamente, sus herederos.

Meticulosamente pergeña un plan cuya dilucidación final demandará tres años. Hasta ese momento, delega la facultad de administración en un albacea de su íntima confianza, quién deberá cuidar de los bienes, mas no podrá disponer de ellos para su usufructo.
Por su parte, todos los 1º de enero de los próximos tres años, su esposa y sus tres hijos recibirán directivas para proceder a develar el misterio del testamento encriptado bajo los archivos secretos del administrador de blogs.
El hombre muere el 1º de julio de 2008. Luego de su entierro, su familia recibe un llamado telefónico del albacea informándole acerca de lo programado por el difunto. Se fija entonces, la fecha para la primera comunicación en el día 1º de enero de 2009.
El 31 de diciembre de 2008 la familia se reúne en torno de una mesa para festejar la llegada del nuevo año y, de paso, esperar el día siguiente para que aparezca publicada la primera directiva.
Ambigüedad de sentimientos los abruma durante toda la cena. Por un lado, una incomodidad evidente por ser el primer fin de año que transcurren sin la presencia del padre de la familia. Historias, anécdotas y fotografías se suceden en virtud del recuerdo del ausente. Por otro lado, una incertidumbre que crece a medida que avanzan los minutos, por no poseer el mínimo indicio sobre la voluntad distributiva del padre.
Los cónyuges de los dos hijos casados son los que, principalmente, introducen ingredientes de una solapada discordia. Comentarios como: "fulano se merece ser distinguido por haberlo acompañado en el desarrollo de los negocios", o "mengana merece una cuota adicional por haberlo cuidado durante su operación del corazón" van poblando los motivos de conversación a medida que la hora se acerca.
Por fin llega el momento del festejo y luego de alzar las copas y brindar por el bienestar y la unidad de la familia, se dirigen hacia la computadora e ingresan la dirección del blog del padre. Luego de sumarse simbólicamente a los deseos de que tengan un año feliz, expresa lo siguiente:
"Por ser este el primer año, y debido a que la fecha de mi deceso es relativamente reciente, dispongo que durante todo el año cada uno de ustedes realice una introspección sobre la importancia que he tenido en su vida, su amor y fidelidad hacia mí y la calidad de los momentos que cada uno ha vivido a mi lado. No es necesario que compartan sus pensamientos con el resto por ahora. Luego de este proceso -que durará exactamente un año- cada uno podrá estar mejor preparado para aceptar la parte que le tocará. No me defrauden. Feliz año nuevo".
Con mayor o menor grado de incertidumbre, cada miembro de la familia se avoca a la tarea encomendada. Y así transcurre el primer año.
Llega el 31 de diciembre de 2009 y nuevamente se reúnen para festejar la llegada del año nuevo. Y para descubrir todos juntos la tan esperada segunda directiva. En esta oportunidad se agrega un nuevo miembro a la familia; la hija menor ha tenido familia durante el año.
Durante la cena reina un sentimiento de estupor. Luego de la introspección realizada en el año, cada uno siente -aunque no lo exterioriza- que su parte será ínfima, e incluso, inexistente.
Llega el momento y, al brindar, se desean mutuamente que todas sus faltas y pecados les sean perdonados. Acuden a la computadora e ingresan al blog.
Una vez más, el padre les desea un feliz 2010 y les comunica:
"Sé que la tarea encomendada para el año anterior ha sido ardua y les habrá generado muchos sentimientos de culpa. Pues no se preocupen; yo los perdono por todos vuestros pecados y omisiones. Pero, para que el proceso sea completo, les solicito que el próximo 31 de diciembre, antes de mi tercer y última directiva, cada uno exponga una breve reseña del resultado de su introspección y se someta a la observación del resto acerca de lo que se considere justo recibir, de acuerdo a lo obrado para conmigo. Les pido que apliquen al máximo el criterio de justicia. Nuevamente, que tengan un feliz año".
Visiblemente consternados, las reacciones oscilan entre repudios, insultos y silencios profundos. Así transcurre el año.
Llega el 31 de diciembre de 2010. La esposa no asiste a la reunión. A cambio deja una nota en sobre cerrado que es leída durante la cena. "A causa del chantaje que vuestro padre ha instrumentado, me veo en la necesidad de apartarme de la herencia. Les cederé mi parte y no cuenten conmigo de ahora en más".
Toma la palabra el hijo mayor y dice que a pesar de que él no siente que haya habido intercambio de amor, ha contribuido decididamente al incremento patrimonial del padre, aunque admite haberse encontrado en la situación de alterar la contabilidad de la empresa con el fin de agenciarse una buena cantidad de dinero, ya que el padre se mostraba reacio a reconocer su participación, decisiva para los negocios. El hijo intermedio argumenta que, debido a la desunión, no le quedó otro remedio que desentenderse de la familia y trazar su propio destino, por lo que se ausentó de su padre al momento de enfermar éste severamente del corazón. La hija menor arguye que la búsqueda de su padre durante toda su vida fue una frustración y que nunca pudo hallar cobijo en él, a pesar de lo cual se vio en la obligación de acompañarlo durante su operación dado que el resto de la familia se había desentendido.
Tras un largo silencio, deciden no emitir opinión sobre méritos ajenos y proceden a aguardar la llegada del nuevo año.
Esta vez -la última que les tocaría atravesar según la agenda dispuesta por el padre- el brindis parece ser un protocolo, un paso inevitable para lanzarse ávidamente hacia la computadora. Al intentar ingresar al blog, el programa explorador devuelve la leyenda:
"No se puede mostrar la página...
La página web solicitada no está disponible en este momento.
Puede que el sitio web tenga problemas técnicos o que necesite
ajustar la configuración de su explorador".


Intentan nuevamente y obtienen la misma leyenda. Y así durante casi toda la noche. Rendidos luego de varias horas de intentos fallidos, deciden esperar hasta que amanezca.
Al día siguiente se conectan una vez más y vuelve a aparecer la leyenda:

"No se puede mostrar la página..."

Deciden solicitar ayuda a la mesa de ayuda de Google y luego de una hora reciben el siguiente e-mail: "Lamentamos comunicarles que por motivos técnicos hemos perdido la totalidad de los archivos de los blogs que obraban en nuestro poder. Por esta razón nos vemos en la necesidad de interrumpir su publicación de ahora en más. Pedimos vuestras disculpas por cualquier inconveniente que esto pudiera ocasionarles. Asimismo, les solicitamos que sigan confiando en nuestra variada gama de productos... etc. etc".
Temblando de indignación llaman telefónicamente al albacea, quien les comunica que por expresa disposición del padre, si en algún momento se produjera una dificultad en la publicación del blog, y para evitar una falsificación de su voluntad, la totalidad del patrimonio sería donada a una entidad de bien público. Esta determinación es irrevocable y consta por escrito en fojas número... folio real número... etc.
Acabados anímicamente, los tres hermanos se retiran al jardín de la casa. Inmersos en un silencio sepulcral, cada uno se acomoda en un rincón diferente.
Es un día a pleno sol, con un cielo azul intenso. Sin embargo, al cabo de unos instantes, unas nubes comienzan a cerrar el límpido azul del cielo y van delineando una forma sugerente.
Algo así como una amplia y pletórica sonrisa que se agiganta. Y parece tragarlos.

"¡Cuidado!"

"Eran los años en los que las mujeres llegaron a creer que podrían sobrevivir sin los hombres".
Fotografía tomada en Puerto Montt, Chile.

"La vida y la muerte"

Nunca me interesé por presenciar disputas deportivas.
Supongo que será un desinterés derivado de mis escasas vivencias durante la infancia.
En aquellos tiempos, entrar o no al estadio de fútbol dependía de la habilidad de mi abuelo para "colarme" entre la vigilancia. Él era socio vitalicio y yo un niño pequeño aún, para quien no valía la pena erogar el costo de una ubicación. Consecuentemente, vivía ese momento de manera tensa, puesto que la perspectiva no se centraba en el evento en sí, sino en la posibilidad cierta o esquiva de poder entrar a la cancha.
También por ello -siempre dentro del terreno de las suposiciones- entiendo que haya preferido apartarme del deseo de concurrir, para dar paso a otro tipo de pretensiones menos angustiantes.
Por suerte, la televisación cada vez más sofisticada y los sucesos de violencia que se generan en este tipo de encuentros (¿desencuentros?), me han facilitado la tarea de la elección y así he podido presenciar los partidos sin tener que vérmelas con visicitudes desagradables.

Hace algún tiempo, unos pocos años, una persona proveniente de mi ámbito laboral me invitó a concurrir a una carrera de autos. La invitación tenía un agregado que la hacía cautivante, porque me permitirían ingresar a la zona de los boxes y, en ese lugar, tendría la posibilidad de participar de esa vibrante actividad bien de cerca. Acepté.
Una vez atravesados los primeros momentos de curiosidad, sentí que ya no tendría nada más que hacer allí, excepto esperar la largada de la carrera y su desarrollo. Sentí que no podía dejarme involucrar por el frenesí que se vivía allí, tanto de parte de los mecánicos, como de los pilotos y todo el entorno de la prensa, los anunciantes y demás curiosos que aquí y allá merodeaban por las máquinas, admirando el diseño, la potencia, el esordecedor ruido de los motores puestos a rugir. De alguna manera, estaba allí, pero no me involucraba con el contexto.
Por fin, todo se alistó para la largada. Los motores aumentaron en revoluciones y los escapes escupían cada vez con mayor virulencia sus gases, más y más densos y humeantes.
El semáforo de largada cambió del rojo al amarillo y seguidamente al verde. En ese momento el estallido consumió la atención de todos los sentidos, cayendo éstos, abatidos, ante la potencia abrazadora del ruido infernal, la nube de humo, el calor y el olor al aceite quemado.
A poco de transitar los primeros doscientos metros, la pista ofrecía el primer obstáculo: una curva cerrada y angosta por la que debería desfilar el grueso de los autos, apiñados unos con otros, en el afán de conseguir un lugar en la avanzada.
Fue en ese momento en el que tuve una sensación difícil de expresar en palabras precisas. Sentí que la muerte se hacía presente en el sórdido tronar de la locura de motores enardecidos. La muerte se instalaba en las alturas, en un lugar de privilegio y, con un dedo amenazador, escudriñaba sobre quién enviaría su espada fatal. Su presencia, obviamente invisible, no se ocultaba de mi percepción supra-sensorial y provocaba una agitación y una angustia únicas.
Pasada la hilera de autos, el sonido se fue aplacando, el humo disipando y, al parecer, la muerte perdió interés por la partida, y se retiró. Quizás, a la espera de una circunstancia más propicia...

Esta experiencia tan particular volvió a mí en el día de ayer, cuando concurrí a un partido de fútbol, luego de décadas. De aquella década de mi niñez.
La presión sobre los jugadores, los cántidos que insultaban y amedrentaban al contrincante y sus simpatizantes, los silbidos y la escasa proclividad a la tolerancia con los errores de los propios, las bombas de estruendo, semejantes a una explosión en un atentado urbano, la ausencia de respeto a la hora de proferir todo tipo de insultos ante la presencia de mujeres y niños, en fin, la escasa visibilidad de la santidad que el ser humano inviste con su carne y huesos, volvieron a hacerme revivir aquella experiencia en el autódromo.
Decidí salir unos minutos antes de que finalice el partido. Una vez afuera del estadio, contemplé las luces, el humo, el delirio que allí dentro reinaba. Me pareció estar frente a un enorme recipiente con líquido en ebullición. Una masa líquida y gaseosa que rebalsaba la medida de lo contenible en este mundo. Me alejé.

Pienso: evidentemente mucha gente encuentra la vida misma en ese tipo de eventos; encuentra estimulante la pertenencia a un color, el agravio al color adversario; encuentra vivificante la energía puesta a correr de manera violenta e inarmónica.
Eso: encuentra armonía en lo inarmónico.
Ubicado allí, yo encuentro la presencia de la muerte. La muerte en tanto lejanía absoluta con la santidad de la vida, con la presencia de Dios.
Y me pregunto: ¿es acaso posible imaginar un espacio alejado de la presencia de Dios?

"La reseca muerte"

"Desde aquí los acompañaré y los guiaré aunque mi presencia sea sólo un símbolo".
Fotografía tomada en el Parque Nacional Huerquehue, Xº Región, Chile.