miércoles, 1 de octubre de 2008

"Dirección equivocada"

"Nunca esperes que alguien te indique el rumbo".
Fotografía tomada en la Provincia de Córdoba, Argentina.

"¡Atrápenlo, está capturando un arbol!"

Año 2133.
En Buenos Aires persistían aún restos de la nube de humo producto de la gran explosión.
Desde entonces la ciudad yacía bajo los restos de minúsculas partículas que flotaban diabólicamente sobre su superficie.
Otrora una ciudad pletórica de árboles y espacios verdes, donde divisar el horizonte aunque sea sólo con la imaginación era una práctica posible, Buenos Aires se había convertido en porción de terreno sobre el que se apoyaban centenares de miles de edificios. De distinto porte y arquitectura ecléctica, habían surgido como hongos por doquier, tapando lenta pero inexorablemente, la llegada de los rayos del sol.
Buenos Aires se había convertido en una ciudad gris, sin color. Fría.
Pero no en cuanto a la temperatura media. Inevitablemente, producto de los ya conocidos efectos de la contaminación, el aire de la ciudad era denso y sofocante y con escasa -o nula- circulación, debido a la interposición de los edificios.

En medio de esta atmósfera a la que no escapaban buena parte de las giga-ciudades del mundo, se había producido la explosión. Y, desde entonces, el humo se desplegó y se acomodó entre los edificios, llenándolo todo, invadiéndolo todo, incluso las mentes de las personas, que se volvieron grises y oscuras, como el humo.
Desde entonces, numerosos ejércitos de hombres-vigilantes -los legal-savers- se desplegaron por todos lados, saturándolo todo con el denso color negro de sus uniformes.
Los legal-savers estaban equipados con tecnologías que permitían discernir la naturaleza psíquica de los habitantes de la ciudad, a través de los blood-trackers, especie de micro-sensores que la Agencia Gubernamental de Control suministraba a los hospitales para ser introducidos en los bebés recién nacidos. Mediante la utilización de los bood-trackers hasta el mismo psicoanálisis había sido sepultado para siempre, porque estos sensores tenían la capacidad de penetrar en el inconsciente de la persona y abrirlo como un libro, permitiendo así, aflorar la verdadera naturaleza del sujeto sin el desgastante proceso de años, caído ya en desuso. Y -lo más efectivo para el sistema- permitía regular la conducta de sus habitantes desde ese precioso conocimiento, neutralizando la aparición del deseo. En esta tarea, la participación de las networks o redes de medios de comunicación, era decisiva. Por esta razón, los países habían optado paulatinamente por delegar las facultades de gobierno en unidades centralizadas que administraban a los habitantes por medio de los blood-trackers, utilizando las redes de los medios de comunicación. Se suprimían así los gastos de una burocracia inservible y corrupta y se regulaba la paz social a control remoto.
En Buenos Aires esta tecnología se había depositado en manos de los legal-savers y coordinado a través de una network única, que había adquirido los derechos de la vigilancia hasta el año 2250.
Luego de la explosión, la Agencia Gubernamental de Control había dispuesto plantar árboles a lo largo de la calle principal, adjudicándole a cada uno el nombre de uno de los muertos, por medio de un recordatorio de cemento, a manera de lápida. Más que un gesto en virtud del respeto y la memoria, fue una muestra de pretendida sumisión con los hombres de La Comunidad que -se decía- manejaba la producción de blood-trackers en el mundo entero.
Esa mañana, Firme Sacerdote había salido a capturar algunas imágenes de la ciudad con su nueva emotions-freezer, similar a las videocámaras de antaño, pero dotadas de la capacidad de congelar todos los atributos de lo que el aparato captara, tales como los olores, la temperatura, la condición anímica, etc.
Firme había sufrido una hemorragia durante su niñez, por lo que su personal-cop -similar a los médicos de la antigüedad- había insinuado que habría perdido su blood-tracker correspondiente.
Con su emotions-freezer enfocando hacia el suelo, Firme intentaba captar los nombres escritos en las lápidas urbanas, al pie de los árboles.
Sin advertirlo, Firme Sacerdote se encontraba capturando frente al edificio central de la Blood-Traker Company Limited. La inconfundible voz de un legal-saver no se hizo esperar y vociferó un intimidatorio: "Señor, ¿usted no sabe que aquí no se puede capturar?"
- No, ¿cómo he de saberlo? ¿Acaso hay alguna señal que no haya advertido?
- ¿Señal? ¿Acaso usted no recibe las directivas desde su blood-traker?
Firme no podía confirmar la sospecha del legal-saver porque eso lo confinaría para siempre en un human-garbage, especie de hospital psiquiátrico de antaño.
- ¡Identifíquese! -ordenó el legal-saver-.
Sin poder controlarse, Firme gritó: "¡¡Y usted quién es para pedirme identificación y qué es lo que de mal estaba haciendo para que usted me interpele!! Apenas estoy capturando imágenes en medio de la ciudad donde vivo..."
Ante esta afrenta inconcebible, el legal-saver llamó a un blue-jacket, miembro de la guardia especial perteneciente a la Agencia Gubernamental de Control.
- ¡¿Puede identificar a este individuo?!
- Por favor, señor, ¿puede darme su biological-card?
Firme sabía que ante un blue-jacket era imposible resistirse, dado que poseían la autoridad para borrarlo del mapa, si los motivos entraban dentro de los enumerados en el código de comportamiento urbano. Y el resistirse a entregar la biological-card, lo estaba. De modo que le extendió el documento.
- "Firme Sacerdote" -dijo el blue-jacket en voz alta- permitiendo que el legal-saver tome debida nota.
- Escuche, Señor Sacerdote, ¿usted no sabe que no se puede capturar frente a la Blood- Tracker Company Limited?
- Pues no, no lo sabía.
- Me resisto a creer que esto pueda ocurrir, Señor Sacerdote. Le pido por favor que tenga a bien tomar debida nota de esta prohibición. Diga que me encuentra en un día de buen humor. ¡Retírese!
Antes de darse la vuelta, Firme pudo captar el brillo triunfal en los ojos del legal-saver.
No cabía duda que su nombre pasaría a formar parte de la lista de los futuros condenados al Human-garbage.
Esa noche, ya en su casa, Firme estiró su brazo derecho y tomó de la biblioteca un libro muy antiguo. Una recopilación de datos, informes y testimonios acerca de una matanza masiva de personas producida en Argentina, promediando el siglo XX.
Quería saber qué había sucedido y por qué causas. Un libro cuyo título describía desde el inicio mismo el espíritu de la época: "Nunca más".
Un título imposible en la Buenos Aires moderna del año 2133.

(basado en una situación real vivida por el autor en la calle Pasteur al 600 de la Ciudad de Buenos Aires, en 2008).

"Monte León"

"Soñé con gigantes que me rodeaban, en un espacio infinito".
Fotografía tomada en la Reserva Monte León, Provincia de Santa Cruz, Argentina.

"Aquel viejo tango"

Cuando era pequeño, mi abuelo solía decirme con tono de enojo: "Piazzolla destruyó al tango". Yo, que por entonces no sabía de quién me estaba hablando, imaginaba al gran compositor e intérprete argentino Astor Piazzolla como un demonio con una cola tan larga como venenosa. Mi abuelo argumentaba que el tango clásico, aquel de los grandes títulos como "La cumparsita", "Sur", "Malena" y tantos otros, eran el "verdadero tango" y que lo que hacía Piazzolla "no era tango". Mi abuelo era de la generación de cantantes como Julio Sosa, Edmundo Rivero, Tita Merello. A decir verdad, esos y muchos otros, eran intérpretes que ponían el alma para la expresión del sentimiento que las penosas letras tangueras transmitían. Indudablemente, esas letras no habrían calado tran profundo si no hubieran sido "sufridas" -literalmente- por aquellos cantantes. Pero, como todo en este mundo apresurado, también el tango fue cambiando vertiginosamente. Hoy ya no puedo decirle a mi abuelo que Piazzolla es un clásico y que su música es interpretada en todo el mundo incluso por orquestas de música clásica, que sus composiciones son estudiadas en universidades de todas las latitudes y que interpreta cabalmente el espíritu de Buenos Aires, ciudad que "huele" a tango. Y a tango de Piazzolla. Tampoco podría decirle que las nuevas expresiones del tango de vanguardia han incorporado ritmos de otros géneros, incluyendo las marchitas de música electrónica, apostando por forzar a que todo pueda conjugarse con una -cada vez más lavada- queja de bandoneón. A veces se me ocurre pensar que las personas que se marchan de este mundo, lo hacen porque indudablemente no están en condiciones de adaptarse a los cambios que se van produciendo. Mientras tanto, consecuentemente, los que permanecemos vivos debemos dar fe de nuestra condición al respecto. Confieso que a veces me cuesta. Lo digo por lo siguiente: Con la proliferación de aparatería electrónica tal como los teléfonos "inteligentes", el escuchar música ha pasado a ser un acto de consumo más. Quien así no lo considere, que compruebe la cantidad de gente que "se enchufa" con sus audífonos en medio del ruido ensordecedor de las calles de la ciudad, o de un apabullante medio de transporte. Como si los seres humanos no tuvieran ya más qué decirse. De tal forma que la escucha no es la contemplación de una obra artística (después de todo, la música es un arte) sino la fórmula para alejarme, para alienarme del medio en que me encuentro. Un medio hostil que invita a la evasión, al aislacionismo. Con los medios electrónicos a nuestra disposición es casi un deber permanecer enchufado a la música. Es casi una imposición elegir escuchar música. El precio de los aparatos, la facilidad para "descargar" música por internet y la presión social, son condiciones muy difíciles de eludir a la hora de sentirse libre de elegir escuchar o no escuchar música en un medio público. O de obligar a escuchar a los demás. Esto indudablemente redunda en una cada vez más degradada producción musical por parte de los compositores, llamados más a cubrir-las-crecientes-demandas-de-un- mercado-en-expansión que a producir una obra de arte. Tentados a editar más y más álbumes para no desaparecer entre la maraña de nuevas ofertas, más que a cuidar un estilo o poner el corazón en una interpretación. "Hay que escuchar música, sea como sea y caiga quien caiga", parece ser el llamado (¿desde las compañías discográficas?) ineludible por estos días. Días en los que no encontraría palabras para explicarle a mi abuelo qué pasó con aquel disfrute íntimo, de la melodía cuidadosamente expresada en un viejo tango. O, más atrevido de mi parte, de una composición del Maestro Astor Piazzolla. Valga mi esfuerzo por tratar de adaptarme a esta nueva situación. ¡Y que Di-s me dé largos años de vida!

"Solo, en la madrugada"

"Los ciclos de la vida: el sol te devuelve lo que la oscuridad te ha quitado".
Fotografía tomada en San Marcos Sierras, Provincia de Córdoba, Argentina.

"El ejército de los elegidos"

Aquella noche el César emprendió el camino de costumbre.
Apenas unos quinientos metros separaban su casa del lugar de su nuevo trabajo.
Hacía un mes que había encontrado una oportunidad laboral en lo del paisano Antúnez, un viejo poblador de la chacra lindante con la gran laguna.
Hacía rato que el viejo ya no daba abasto con la fajina y, pese a su prepotencia, el cuerpo le había dado el último aviso. Vencido por la edad, pero también por los años de la ruda labor del campo y los excesos con la bebida, Don Antúnez debió resignar algunas labores camperas y decidió ofrecérselas a algún cuerpo un poco más joven, con un resto de vitalidad que a él ya se le escatimaba.

Por entonces, el César Albarellos, hijo del mejor jinete que conociera la paisanada del norte de Córdoba, andaba buscando alguna changa con la que complementar su magra paga.
El César se había criado en la chacra de su padre y desde chico había incorporado las actividades del campo. Rasgar los yuyos con la azada, machetear las enmarañadas ramas de los árboles y arbustos, dar de comer a las gallinas, regar a manguerazos la huerta.
A
hora, recién cumplidos los dieciocho años, el César tuvo que buscarse alguna otra changa, ya que la chacra de su padre no daba para abastecer a todos los buches que de ella dependían.
Desde chico, al César le gustaba ir hasta la laguna después de clases para divertirse tirando piedras sobre las mansas aguas, explorar el fondo de la laguna y, en fin, tirarse en la orilla para contemplar el reflejo del paisaje sobre el espejo acuático.
Don Antúnez le ofreció que se haga cargo del cultivo de las truchas en la laguna, cosa que aceptó de inmediato, a pesar de su nula experiencia en el tema. Después de todo, aprender sería como un juego para él y le permitiría disfrutar de aquel paisaje como en sus épocas de pequeño.
Pero Don Antúnez necesitaba de la ayuda del César por las noches, dado que es en ese momento cuando los peces suelen estar más tranquilos debido a la escasez de luz y la quietud. Momento propicio para el manejo de los cardúmenes y sus necesidades.
De modo que el César debería desempeñar esa tarea por las noches, luego de la cena y hasta alcanzar la madrugada.
En esa noche de luna nueva el César cerró la tranquera y emprendió su camino iluminado tan sólo por la luz de las estrellas.
Más pronto que lo que él hubiese esperado sintió que sus pasos se hacían más pesados y advirtió la humedad creciente de la tierra. De memoria siguió su camino en dirección a la laguna y a medida que avanzaba la humedad se transformó en barro y luego en un fango que hizo muy difícil y pesado el traslado.
Cuando creyó que ya faltaban pocos metros para alcanzar la orilla de la laguna, sintió que un enorme y fibroso brazo se extendía y lo envolvía como un anillo a la altura de su abdomen. Inútil fue el intento de zafarse de aquella presión que se incrementó hasta casi asfixiarlo. Luego que lo hubo asegurado, el brazo pegó un tirón y lo atrajo hacia lo que debía ser el cuerpo principal desde donde salía. Se sintió arrastrado irremediablemente hacia las aguas y rápidamente se vio sumergido hasta los hombros.
Fue tal el pánico que ni la voz le salió. De nada le hubiera servido, ya que el viejo Antúnez debía estar durmiendo la mona, luego de su diario derrame de alcohol por el interior de su gastado cuerpo.

En ese instante sintió un tirón en su pie derecho y antes de que pudiera reaccionar se vio succionado hacia el interior de la laguna con tal ferocidad, que ni siquiera pudo absorber una última porción de oxígeno, antes de saberse a varios metros de profundidad.
Preso del pánico y la perplejidad, debió abandonar todo intento de desprenderse de aquel cuerpo de mil extremidades que lo tenía sujeto, para contener lo máximo posible el escaso aire que aún quedaba en sus pulmones.
De pronto escuchó un sonido que atrajo su atención y lo motivó a abrir sus ojos. Percibió una fuente de luz por debajo de su cuerpo. Una intensa luz blanca que se movía armónicamente, acompañando cada emisión de sonido.
Tal fue la atracción que ese espectáculo le proporcionó que se olvidó de su falta de oxígeno y se dejó llevar por la placidez de aquel bello espectáculo.

De la luz principal comenzaron a desprenderse otras luces iguales pero mucho más pequeñas, que danzaban en forma circular, a la vez que el sonido se diversificó en varios tonos, correspondiendo uno con cada luz que se desprendía.
El círculo de pequeñas luminarias giraba cada vez con mayor velocidad y terminó posándose sobre la cabeza del César, formando algo así como una corona. Al tiempo que los sonidos penetraban en sus oídos inundándolo por dentro, marcando un nuevo pulso en su corazón, tomando dominio sobre cada aspecto de vida de su propio cuerpo.
De esta forma toda su energía se volvió circular, conjugando un sistema armónico de luces, sonidos y sangre en circulación. Todo su ser danzaba una danza circular, al compás de la energía que, ahora, él mismo emanaba.
Y dado que como era él mismo el que producía esa energía, de a poco las luces se desprendieron de su cabeza y los sonidos fueron apagándose, volviéndose más lejanos primero y casi inaudibles, después.

El César ya no fue más aquel muchacho, hijo de Don Albarellos, sino que se conformó en un equilibrado sistema del que fluía una inquebrantable armonía.
Fue así que este nuevo ser iluminado y en una paz trascendente comenzó a frecuentar las chacras lindantes cada noche. Su misión fue la búsqueda de los seres que habían sido seleccionados para formar el nuevo ejército de elegidos. Un nutrido ejército cuya misión sería provocar un cambio trascendental en la vida sobre la Tierra.
Desde aquella vez, cada noche se pueden divisar las luces circulares saliendo de las profundidades de las aguas de la laguna, acompañadas por las vibraciones sonoras.
La paisanada desprevenida comenzó a elaborar una nueva mitología. Rápidamente se propagó la tradición de que la laguna estaba poblada de extraterrestres que venían a transmitir un nuevo mensaje a la humanidad.
Como fuera, a partir de entonces, con la llegada de la noche, cada poblador espera ser el nuevo escogido para formar parte del ejército de los elegidos.

"Al acecho"

"Siempre están allí aunque no las veas. Sólo con tu calor lograrás vencerlas".
Fotografía tomada en la Provincia de Córdoba, Argentina.