sábado, 11 de diciembre de 2010

"Cortar por lo sano"

Tomó un cuchillo y cortó al medio su corazón.
Para su sorpresa, vivió para contarlo. Ni salpicaduras de sangre ni gritos de horror. Una cavidad hueca y seca.
Tan hueca y tan seca que el grito que sí soltó -más por la sorpresa que por el dolor- resonó intensamente en las profundidades, como un alarido que se multiplica en las tinieblas de una cueva húmeda y oscura.
Alcanzó a tomar una silla y sostuvo las dos mitades. Las contempló por un rato, como para terminar de confirmar que se trataba de un corazón -su propio corazón-. Un órgano por el que hacía ya un tiempo prolongado no circulaba sangre.
Entonces, distribuyó cada mitad en la mano que le correspondía: la izquierda, en la mano izquierda; y la derecha, en su opuesta. Y se puso a escuchar el diálogo.
Tal como dos fuerzas antagónicas, las mitades se repartieron responsabilidades. El bien y el mal, así enfrentados, ofrecieron el ridículo espectáculo que sólo el bien y el mal enfrentados, podrían entregar.
El bien adujo que su bien provocó el bien, pero igual no alcanzó para acabar con el mal. El mal, se retorció en su maldad y maldijo no haber acabado con el bien.
Al parecer, el fragor de la intensa batalla hubo de generar tal huracán, que la sangre terminó por secarse dentro del corazón.
Y fue justo entonces cuando él decidió partirlo al medio, a fin de acabar con la lucha entre el bien y el mal dentro de sí.
Ya separados, el bien y el mal perdieron el común terreno de la batalla, reduciéndose cada uno a su esencia: el bien fue todo bien y el mal, mal absoluto.
Pero entonces, tan intensa fue la energía que cada una produjo, que no la soportaron, acabando por generar una implosión en su núcleo, causando la desaparición material de las mitades del otrora único corazón.
Ya sin corazón entero, pero tampoco sin sus dos mitades escindidas, él pudo comenzar a vivir en paz. La antigua batalla no convulsionó más su interior y se dedicó a contemplar la maravilla de la vida.