lunes, 31 de octubre de 2011

"Voluntades"

"El alimento como deseo irresistible".
Fotografía tomada en Bariloche, Argentina.

"Aquellos tiempos felices"


Paul McCartney se empecina en hacerme recordar los tiempos… ¿felices?
Pobre, ni siquiera puede recorrer esas imágenes con sus compañeros de ruta…
Sólo le queda el híbrido Ringo, quizás el menos lúcido –¿o el menos lucido?- ¡quién sabe! Al menos la batería sonaba… Pero esa pose tan imperturbable…

En cambio, Paul siempre dando la cara, dando la voz, dando el corazón. Sí, ya sé: fue el más careta de todos. El que más incursionó en los negocios, producto de su actividad artística. Bueno, quizás no tenía alternativa: su socio John se exhibía semidesnudo en su cama, junto a su señora… ¡oriental!
¡Qué curioso!: ambos se conocieron al final de la calle Penny Lane, cantando para el coro de la iglesia. ¡Tan diferentes y tan complementarios! ¡Tanta potencia naciendo desde una gruesa brecha!

Pero algo los unió siempre: su sensibilidad. Su comprometida conexión con la humanidad, con la esencia de cada tipo de ser. Siempre apelaron a lo más sublime de cada uno de todos los que los hemos aceptado como parte insustituible de nuestras vidas, sin importar a qué edad, en qué tiempo interno.

John, un soñador empedernido, volando tan lejos como la potencia de sus mejores años le permitió, pero entregando su corazón de carne en cada letra, en cada mensaje. Un provocador de los más nobles sentimientos, un revelador de la riqueza del alma, un agitador de las más puras pasiones humanas: la necesidad de vivir hermanados, en armonía.

Paul, más pragmático, se casó ¡nada menos que con la hija del dueño de Kodak! Pero junto a ella dedicaron todo su mensaje en pro de una alimentación natural, sin consumo de carne, uno de los grandes motivos de la voracidad irracional. En ese tiempo compusieron e interpretaron juntos hermosas canciones con el grupo Wings, entre ellas, una junto a Michael Jackson (antes de que se tiñera de blanco) llamada “Ebano y Marfil”, aludiendo a la necesaria convivencia pacífica entre todas las razas…

¿Y George? Buscó la profundidad de su alma a través del conocimiento oriental y eso gravitó ineludiblemente en toda su producción posterior, dentro del grupo y, después, como solista. ¿Quién no se acuerda de “My sweet Lord”. Esa canción que incluye el mantra “Hare Krishna” que tanta fuerza me daba cuando lo entonaba mientras andaba en bicicleta en aquellos años de pretendida inclusión en el movimiento de Krishna…
¡Ahh, ese lugar! El Templo de los Hare Krishna… ¡Cómo me impactó ese lugar! Esas imágenes a las que hoy no dudaría en calificar de idólatras… (¡ay de mí! cómo endurecí mis músculos internos, a la vez que se me aflojaron los externos…). 
¿Y la comida vegetariana que me sirvieron? ¡Ahh, exquisita! 
¡Cómo me emocionaba leer la revista “Atma Tatva”! Me la devoraba…

Pero, volviendo a George, seguramente estará ocupando un lugar destacado en el cielo, porque fue fidedigno con su corazón y siguió el camino que todo su ser le indicó, y así nos lo transmitió.

Pero Ringo…
¡Ay, Ringo…! ¿Qué hiciste vos, aparte de sacudir tu melena sesentina al ritmo de tus golpes sobre el resignado parche? Siempre prolijito, inmutable… 
¿Qué habrá circulado por tus entrañas mientras aquellos tres, montados a los metálicos micrófonos, quebraban en mil pedazos sus gargantas y provocaban la histeria de miles de hermosas chicas?
¿Acaso tu virtud fue captar la irresistible pasión de esas miles de rubias inglesitas delirando?
¿Es que tu secreto fue guardarte toda esa energía para disfrutarla solo, en tu cuarto, como cuando uno recibe un regalo y lo abre a solas, lentamente, disfrutando cada crujido del envoltorio de papel…? 
¿Habrás sido tan canalla? 
¿Habrás sido el más astuto de todos? 
No quiero creerlo. Prefiero recorrer el entendimiento de que no te atreviste. Nunca te atreviste a sacar tu verdadero sentimiento y a exponerlo ante aquella masa expectante.

… Y a esta altura, Paul ya lleva cantando varios temas. Todos recorrieron mi largo cuerpo tantas veces, que me conocen más que yo a mí mismo. 
¡Y, al mismo tiempo, nunca me detuve a traducir las letras! 
¿Puede, acaso, sólo la música hablar tanto, que se pueda prescindir de la letra?
¿Será que, ante la barrera del idioma, logramos escribir las letras de las canciones, sin utilizar ni una palabra?

¡Qué lindos esos tiempos de Paul, John, George y… Ringo!
Me reconozco joven toda vez que los escucho. Me identifico con el mensaje de la paz, de la inocencia, de las utopías, de la pureza, de los abrazos cálidos, de los reencuentros.

Sabrás disculparme. Creo que ha llegado la hora de zambullirme nuevamente entre los surcos de aquellos tiempos felices…

"La línea asfáltica"


El surco se proyecta sin destino visible.

El trajinar es intenso, como el calor abrazador
del mediodía veraniego.
La velocidad inventa al viento y éste se re-inventa en una aparente existencia de oxígeno... y de movimiento.
Es posible aventurar el paso del próximo bólido a través del profundo aullido de sus ruedas, en la lejanía, como una exclamación de resistencia por la inercia olvidada ya, en alguna otra porción de asfalto.
Cada nuevo milímetro abordado es una exigua parte de vida que se despide, energía que se dibuja en línea recta y que se borra bajo el trazo de un nuevo transcurrir, de un nuevo atravesar.
Las sombras proyectadas sobre el ardiente pavimento son el ansiado oasis que descomprime fugazmente el asedio de la llama solar.
Las sombras...
... testigos fieles del cuerpo, de la velocidad, del viento, de la porción de vida que se fue, del calor, de la luz.
Las sombras... testigos y parte de todo.
Hasta que dos sombras deciden aproximarse. Y chocan entre sí...


"El acecho"


Salí de noche. No acostumbraba a hacerlo, pero la circunstancia lo impuso: necesitaba depositar los residuos en el contenedor de la calle. El hedor había saturado gran parte del aire de la cocina y la falta de oxígeno denunciaba el colapso.
Al salir, algo extraño pareció rondar en la atmósfera de la cuadra. No circulaba gente, como de costumbre. No obstante, algo que no pude definir en el momento parecía deambular, provocando la sensación de existencia. Algo... un cuerpo, un movimiento, un susurro... algo trascendente había allí...
La distancia entre la puerta de mi casa y el contenedor era de alrededor de cincuenta metros. Inquieto por esa presencia indefinible comencé a recorrerlos con sigilo.
La penumbra de la noche, incrementada por la tenue luz mortecina del alumbrado público, permitía escasamente el traslado autónomo. Indudablemente, era una noche fría y, sin advertirlo antes de salir de la casa, me encontraba recorriendo la calle con una evidente escasez de abrigo.
Un ruido detrás de mí se produjo entonces... "¡Sí, algo se movió detrás de mí...!". Un repentino miedo se apoderó de mis sentidos y, sin advertirlo, me encontraba mirando hacia atrás, intentando descifrar ese algo que había "aparecido".
Nada. No podía divisar nada.
Decidí apurar el paso. De poco serviría demorar mi cometido con una búsqueda infructuosa y después de todo, cuanto antes pudiera regresar a mi casa, tanto antes me desharía de ese mal momento...
Tras caminar algunos pasos, esta vez sí, pude oír con ineludible claridad el fugaz movimiento de algo... Un zumbido como ¡Zzzzzz! se deslizó detrás de mí, y súbitamente me escuché gritar: "¡Hey, ¿quién anda ahí?!". Mientras giraba con virulencia hacia atrás, me encontré ubicando la bolsa de residuos a la altura de mi pecho, pretendiendo amortiguar de esa forma un inevitable golpe proveniente de eso. Tal era la certeza de la presencia de un agresor dispuesto a atacarme por mi espalda. Giré mi cabeza a un lado y a otro, buscando desesperadamente el encuentro visual con mi agazapado atacante. Nada. No veía nada a través de esa oscuridad implacable. Pensé que de nada me servirían ya mi ojos.
Retrocedí lentamente, a la vez que balanceaba mi brazo izquierdo hacia ambos lados en la oscuridad y sostenía con el derecho la bolsa de residuos a la altura de mis hombros, protegiendo mi rostro de un eventual golpe certero. El inconfundible olor ácido de la basura avanzaba sobre mis ropas, toda vez que las gotas que derramaba descendían primero a través de mi camisa y luego por mis pantalones, hasta mis zapatos.
Pensé en abandonar mi cometido y regresar corriendo a mi casa, pero supuse que sería peor aun ofrecerle a mi despiadado agresor la oportunidad de entrar a mi casa empujándome hacia adentro, una vez que abriese la puerta. Por lo visto, estaba decidido a atacarme y no se detendría hasta lograr su propósito.
¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo haría para volver a introducirme dentro mi casa?
Nuevamente un ¡Zzzzzz! atravesó mi espalda, casi rozándome la nuca. El maldito había logrado dar toda la vuelta y ubicarse detrás de mí sin que yo hubiera podido detectarlo.
Hinché mis pulmones con todo el aire que pude contener y giré sobre mi eje con el brazo derecho hacia adelante, de tal manera de asestarle un duro golpe y así poder escapar. No sólo no pude lograr dar con su cuerpo, sino que tropecé y caí sobre el contenedor, golpeándome la mano contra el marco de la tapa. Decidí abrirla rápidamente y desembarazarme del bulto, que de nada había servido para protegerme. Al hacerlo, me dí cuenta que me había dislocado la muñeca porque no lograba dominar el movimiento de mi mano y sentía un dolor muy agudo.
Tomé la tapa con la mano izquierda y arrojé la bolsa adentro del contenedor.
Ni bien lo hube hecho, nuevamente el ¡Zzzzzz! sopló detrás de mis orejas y el impulso de mi desesperación me proyectó hacia adelante, causando que presionase uno de los lados del contenedor, provocando que éste se ladeara y se volcara hacia mí, tragándome dentro de sí como un hipopótamo insaciable, dispuesto a engullirlo todo. Tras de mí, el estruendo de la tapa cerrándose me informaba que me encontraba dentro del contenedor, mezclado con sustancias nauseabundas que supuraban un hedor insoportable.
Con todo, encontré en aquel lugar infernal un refugio contra mi agresor. Al cabo de unos instantes comprobé que la calma había regresado y ya no se había vuelto a producir ningún zumbido rasante como los anteriores.
Mi situación era deleznable, pero me encontraba momentáneamente a salvo.
Decidí esperar.
Conté cada segundo como horas, disponiendo de un aire cada vez más escaso y al borde del desmayo, producto del insoportable olor a materia en putrefacción.
De pronto, oí acercarse un vehículo, aparentemente pesado, que avanzaba lentamente sobre el empedrado. Un tirón primero y un movimiento fluido después, me confirmaron que estaba siendo arrastrado junto con toda aquella carga, saltando con cada grieta que se abría entre las piedras.
Intenté incorporarme para presionar la tapa hacia afuera, pero el fondo resbaladizo del contenedor me lo impidió una y otra vez.
En ese instante, todo se detuvo y un fuerte vibrar del motor se hizo oír.
No pasó mucho tiempo para haberme sentido elevándome junto con todos los residuos de mis vecinos...
Por fin, lo último que recuerdo fue haber sentido caer sobre mí cientos de kilos de basura y mezclarme con ellos en el fondo del camión recolector.

"Abbey road"

"¿Cartel de una avenida de Londres o tapa del álbum de Los Beatles?"
Fotografía tomada en Londres, Reino Unido.