Hace un cierto tiempo, y sobre todo entre los jóvenes, se ha instalado una particular forma de despedirse: "¡CUIDATE!".
Es tan usual y cotidiana que cuesta ponerse a pensar el origen de esta costumbre y sus motivaciones.
Lo que primero surge en mi pensamiento es una pregunta: "¿Cuidarse de qué, de quién...?".
Recuerdo cuando venían a despedirme a la estación al momento de estar partiendo hacia algún balneario. Me decían: "¡CUIDATE, no te internes en el mar...!". Y estaba todo dicho: el mar es peligroso, traicionero. Uno no está preparado para un golpe a traición. De ahí la advertencia del ser querido, previniéndome que la experiencia del mar sólo es posible en la orilla, hasta un cierto límite, sin internarse (léase, "involucrarse") en él, más de lo conveniente.
Pero se trataba del mar; un "ser" cuyo idioma no sería accesible a mi comprensión y que hubiera podido reaccionar con una furia inesperada, inexplicable, contra mí...
Adherido a este recuerdo, pude reconocer una cierta similitud respecto a la sociedad en la que vivimos. Intentando ubicar las raíces del aludido saludo, imaginé a nuestra sociedad como un "mar" que se encuentra allí al acecho, en la esquina, doblando la próxima curva.
Es, sin duda, la sociedad que cada uno de nosotros compone y ayuda a forjar en una dirección determinada; una sumatoria de voluntades y actitudes de la que cada uno es parte activa. Y responsable.
Pero, con todo, de ella hay que "cuidarse". La sociedad es agresiva y acecha. Es un "mar" al que uno no puede acceder en sus más oscuras intenciones, a excepción de jugar con él, chapoteando aquí y allá, procurándose la placentera sensación de ser bañado y refrescado en las calurosas jornadas del verano. En la orilla.
De ella tomamos lo que necesitamos para nuestra propia satisfacción. Estudiamos, trabajamos, disfrutamos, pero tomando los recaudos del caso y "cuidándonos" apropiadamente de su agresividad implícita.
Con esta percepción, podría decirse que quien despide a su amigo con el consabido "¡CUIDATE...!" quizás estuviera escondiendo inconscientemente el final de la frase: ... también de mí!
Si cada uno de los que componemos la sociedad nos percibimos vulnerables ante este gran monstruo, cabría preguntarse entonces: ¿pues entonces quién es el que acecha? Y si reconociéramos que, en verdad, la sociedad que formamos es violenta, deberíamos admitir que una cuota de esa violencia está alojada dentro mismo de cada uno de nosotros. De tal manera que cualquier persona pudiera terminar siendo destinataria de nuestro ataque.
"¡CUIDATE, TAMBIÉN DE MÍ!"
Más aun. ¡"CUIDATE!" puede constituirse en un mensaje violento en sí. Si hay dos amigos que se despiden frente a mí en el subte, diciéndose: "¡CUIDATE!" implícitamente también están diciéndose ante mis propias narices que deben, además, cuidarse de mí. En tanto "otro" vengo a formar parte de esa masa amorfa y desconocida -y por lo tanto agresiva y violenta- llamada "sociedad", de la cual hay que cuidarse.
¿De mí? ¿Por qué, si yo soy bueno y no quiero hacerle mal a nadie?...
Ahora bien, ¿qué significa "cuidarse"? ¿Cruzar bien la calle, andar mirando para todos lados previniendo un ataque, abrigarse, comer bien, no internarse en el mar?
¿Qué implica "cuidarse"?
Si el pedido o la sugerencia de nuestro amigo de que nos cuidemos apunta a prestar atención a nuestro bienestar, esto no sería necesario ya que va de uno cuidarse en virtud del amor que cada uno tiene por sí mismo. Es natural cuidarse porque el cuidado deriva del valor que nos otorgamos a nosotros mismos.
A nadie se le ocurriría cruzar la calle en medio de vehículos a gran velocidad. Tampoco comer en forma desorganizada o meterse en el mar hasta no hacer pie si uno no sabe nadar. Va de suyo que el cuidado es algo espontáneo, lógico.
¿Entonces, por qué remarcarnos que nos cuidemos? ¿Será que no solemos cuidarnos, que se nos escapa ese pequeño detalle, que no valoramos suficientemente nuestra vida?
La vida en la gran ciudad supone muchas veces el olvidarnos de que somos seres únicos, valiosos, indispensables. El tiempo se nos presenta mezquino para el abanico de actividades que nos proponemos realizar.
¿Será que entonces nos recordamos con cada saludo que no nos olvidemos de nosotros mismos, que no nos perdamos entre la multitud y mantengamos la conciencia del ser único que somos?
En última instancia, en la medida en que nos olvidamos de cuidarnos nos estaremos olvidando seguramente de cuidar a nuestro prójimo. Es quizás el fin oculto de cada saludo. "¡CUIDATE!" quizás sea un desesperado llamado que conduzca a un "¡CUIDAME!" más oculto.
Una sociedad donde cada persona se considere valiosa y se cuide, seguramente será una sociedad que valore a cada ser humano y, finalmente, el cuidado será una misión abrazada en conjunto. Por el contrario, una sociedad en la que cada uno pierda su auténtico valor, se dirigirá a ser una sociedad indiferente y hostil. Destructiva.
En definitiva, "¡CUIDATE!" es un más profundo "¡CUIDATE DE VOS MISMO!" No te destruyas porque sos valioso. Date valor para saber valorar a los demás. No te ataques a vos mismo porque estarás propenso a atacar a otros.
Finalmente, creo en el valor de las palabras, sobre todo cuando nos enseñan a discernir entre la verdad y la falsedad, lo valioso y lo superfluo, la armonía y la hostilidad. Por eso, tiendo a pensar que este saludo que ha surgido espontáneamente viene a enseñarnos que nos estamos debiendo una mayor atención, una mirada detenida en el ser que alberga nuestro cuerpo y, en definitiva, que estamos necesitando definir una mirada del conjunto de la sociedad donde cada uno tiene su rol indelegable y, por tanto, es un ser imprescindible.
Por eso, me adhiero a la consigna y me despido de estas líneas con mi más sincero: ¡CUIDATE!