miércoles, 24 de junio de 2020

Pandemónium

Cuando caminamos en la oscuridad absoluta...
¿seguimos siendo nosotros?
Si, seguimos siendo.
Pero... ¿quiénes somos en la oscuridad?
Perdemos la dimensión objetiva de lo que realmente somos,
porque no podemos vernos.
Y nadie puede vernos,
porque no podemos mostrarnos.
Tenemos plena conciencia de que seguimos siendo,
pero sólo a través de la memoria de lo vivido.
Entonces, en esta instancia de oscuridad,
¿qué somos realmente?
Somos una transición.
Un viaje en una noche cerrada.


Escrito durante la pandemia del virus corona.

jueves, 5 de diciembre de 2013

¡"Cuidate"!

Hace un cierto tiempo, y sobre todo entre los jóvenes, se ha instalado una particular forma de despedirse: "¡CUIDATE!".
Es tan usual y cotidiana que cuesta ponerse a pensar el origen de esta costumbre y sus motivaciones.
Lo que primero surge en mi pensamiento es una pregunta: "¿Cuidarse de qué, de quién...?".
Recuerdo cuando venían a despedirme a la estación al momento de estar partiendo hacia algún balneario. Me decían: "¡CUIDATE, no te internes en el mar...!". Y estaba todo dicho: el mar es peligroso, traicionero. Uno no está preparado para un golpe a traición. De ahí la advertencia del ser querido, previniéndome que la experiencia del mar sólo es posible en la orilla, hasta un cierto límite, sin internarse (léase, "involucrarse") en él, más de lo conveniente.
Pero se trataba del mar; un "ser" cuyo idioma no sería accesible a mi comprensión y que hubiera podido reaccionar con una furia inesperada, inexplicable, contra mí...
Adherido a este recuerdo, pude reconocer una cierta similitud respecto a la sociedad en la que vivimos. Intentando ubicar las raíces del aludido saludo, imaginé a nuestra sociedad como un "mar" que se encuentra allí al acecho, en la esquina, doblando la próxima curva.
Es, sin duda, la sociedad que cada uno de nosotros compone y ayuda a forjar en una dirección determinada; una sumatoria de voluntades y actitudes de la que cada uno es parte activa. Y responsable.
Pero, con todo, de ella hay que "cuidarse". La sociedad es agresiva y acecha. Es un "mar" al que uno no puede acceder en sus más oscuras intenciones, a excepción de jugar con él, chapoteando aquí y allá, procurándose la placentera sensación de ser bañado y refrescado en las calurosas jornadas del verano. En la orilla.
De ella tomamos lo que necesitamos para nuestra propia satisfacción. Estudiamos, trabajamos, disfrutamos, pero tomando los recaudos del caso y "cuidándonos" apropiadamente de su agresividad implícita.
Con esta percepción, podría decirse que quien despide a su amigo con el consabido "¡CUIDATE...!" quizás estuviera escondiendo inconscientemente el final de la frase: ... también de mí!
Si cada uno de los que componemos la sociedad nos percibimos vulnerables ante este gran monstruo, cabría preguntarse entonces: ¿pues entonces quién es el que acecha? Y si reconociéramos que, en verdad, la sociedad que formamos es violenta, deberíamos admitir que una cuota de esa violencia está alojada dentro mismo de cada uno de nosotros. De tal manera que cualquier persona pudiera terminar siendo destinataria de nuestro ataque.
"¡CUIDATE, TAMBIÉN DE MÍ!"
Más aun. ¡"CUIDATE!" puede constituirse en un mensaje violento en sí. Si hay dos amigos que se despiden frente a mí en el subte, diciéndose: "¡CUIDATE!" implícitamente también están diciéndose ante mis propias narices que deben, además, cuidarse de mí. En tanto "otro" vengo a formar parte de esa masa amorfa y desconocida -y por lo tanto agresiva y violenta- llamada "sociedad", de la cual hay que cuidarse.
¿De mí? ¿Por qué, si yo soy bueno y no quiero hacerle mal a nadie?...
Ahora bien, ¿qué significa "cuidarse"? ¿Cruzar bien la calle, andar mirando para todos lados previniendo un ataque, abrigarse, comer bien, no internarse en el mar?
¿Qué implica "cuidarse"?
Si el pedido o la sugerencia de nuestro amigo de que nos cuidemos apunta a prestar atención a nuestro bienestar, esto no sería necesario ya que va de uno cuidarse en virtud del amor que cada uno tiene por sí mismo. Es natural cuidarse porque el cuidado deriva del valor que nos otorgamos a nosotros mismos.
A nadie se le ocurriría cruzar la calle en medio de vehículos a gran velocidad. Tampoco comer en forma desorganizada o meterse en el mar hasta no hacer pie si uno no sabe nadar. Va de suyo que el cuidado es algo espontáneo, lógico.
¿Entonces, por qué remarcarnos que nos cuidemos? ¿Será que no solemos cuidarnos, que se nos escapa ese pequeño detalle, que no valoramos suficientemente nuestra vida?
La vida en la gran ciudad supone muchas veces el olvidarnos de que somos seres únicos, valiosos, indispensables. El tiempo se nos presenta mezquino para el abanico de actividades que nos proponemos realizar.
¿Será que entonces nos recordamos con cada saludo que no nos olvidemos de nosotros mismos, que no nos perdamos entre la multitud y mantengamos la conciencia del ser único que somos?
En última instancia, en la medida en que nos olvidamos de cuidarnos nos estaremos olvidando seguramente de cuidar a nuestro prójimo. Es quizás el fin oculto de cada saludo. "¡CUIDATE!" quizás sea un desesperado llamado que conduzca a un "¡CUIDAME!" más oculto.
Una sociedad donde cada persona se considere valiosa y se cuide, seguramente será una sociedad que valore a cada ser humano y, finalmente, el cuidado será una misión abrazada en conjunto. Por el contrario, una sociedad en la que cada uno pierda su auténtico valor, se dirigirá a ser una sociedad indiferente y hostil. Destructiva.
En definitiva, "¡CUIDATE!" es un más profundo "¡CUIDATE DE VOS MISMO!" No te destruyas porque sos valioso. Date valor para saber valorar a los demás. No te ataques a vos mismo porque estarás propenso a atacar a otros.
Finalmente, creo en el valor de las palabras, sobre todo cuando nos enseñan a discernir entre la verdad y la falsedad, lo valioso y lo superfluo, la armonía y la hostilidad. Por eso, tiendo a pensar que este saludo que ha surgido espontáneamente viene a enseñarnos que nos estamos debiendo una mayor atención, una mirada detenida en el ser que alberga nuestro cuerpo y, en definitiva, que estamos necesitando definir una mirada del conjunto de la sociedad donde cada uno tiene su rol indelegable y, por tanto, es un ser imprescindible.
Por eso, me adhiero a la consigna y me despido de estas líneas con mi más sincero: ¡CUIDATE!

"Córdoba Capital"


Sucedió en Córdoba Capital, el entre el 3 y el 4 de diciembre. La policía se auto-acuarteló y la ciudad entera cayó bajo el imperio del caos.
Al menos así lo mostró la televisión...
La policía de Córdoba. Esa, cuya cúpula ha debido dimitir hace pocos días a causa de sospechas por su relación con el narcotráfico.
Fueron necesarias pocas horas de la medida de fuerza para que toda una ciudad cayera en el descontrol.
Al menos así -repito- lo mostró la televisión.
O la sociedad cordobesa está perfectamente adiestrada y coordinada para una rápida acción de despojo ante este tipo de situación o... la policía de Córdoba orquestó con algunos secuaces este tipo de delito para presionar al Gobernador.
A esta disyuntiva no la mostró la televisión...
Circunstancialmente tuve que pasar por Córdoba Capital el 4 de diciembre a la noche. El micro que me traía a Buenos Aires ingresó a la ciudad por ciertas calles y tras un recambio de pasajeros en la estación terminal, retomó la ruta circulando a través de otro itinerario.
Cuando el micro recorrió las primeras cuadras de la ciudad, yo esperaba ver... lo que la televisión mostró.
Sin embargo, pude ver una ciudad tranquila, aunque sea en apariencias. Vi gente reunida en las calles, mucha juventud, muy distendidos todos. Vi mucha gente en las confiterías, caminando. Vi negocios abiertos, no vi ningún indicio de violencia ni rastros de negocios saqueados. Sólo pude ver un supermercado que estaba abierto y lleno de gente, pero con las persianas un poco más bajas que lo habitual, quizás previniendo algún desmán. Pero no parecía que algo malo pudiera pasar, o que incluso hubiera sucedido...
Entonces me puse a pensar en la manera en que los conceptos se nos van construyendo en nuestras mentes, cómo vamos armando una composición de lugar, un criterio, una idea de lo que sucede.
Si nos dejamos llevar sólo por lo que salió en los noticieros, yo tendría que haber visto una ciudad devastada, arrasada, desierta... Nada de eso pude observar. Lo cual no quiere decir que las cosas no hayan ocurrido como se las mostró, pero me pregunto hasta qué punto lo que se mostró por televisión fue la realidad real, por así decirlo.
Seguramente coincidimos en que si le pasó a tan sólo una familia, eso es suficientemente grave. Pero si lo que se muestra como una TOTALIDAD es sólo una parcialidad menor, eso nos puede hacer formar una idea errónea de lo que aconteció, y peor aun, podemos caer en el error de pensar que TODA LA SOCIEDAD ESTÁ PODRIDA. Y la verdad es que yo vi una juventud hermosa, caminando distendida, reunida.
Entonces me pregunto: ¿toda esa juventud está podrida, está al acecho del desprevenido? ¿Toda esa ciudad es una muestra de un mundo en descomposición? Y la verdad es que creo que no.
Al menos no es lo que yo vi el 4 de diciembre a la noche, en Córdoba Capital.
Lo que creo es que hay una asociación perversa entre los poderes públicos -llámese policía, políticos, jueces, etc- y los medios de comunicación.
Los poderes públicos se adueñan de la sociedad, manipulándola, extorsionándola, quitándole lo que le es propio.
Los medios de comunicación difunden lo que les resulta redituable. Generan un caos ideológico a partir de la manipulación de la información, provocando el pánico en la sociedad. Lo que produce el pánico es el congelamiento de las ideas, de la creatividad, de la acción. Es una forma extorsiva para aquietar los movimientos "naturales" de la sociedad.
Una sociedad evolucionada debería propender a la autoregulación, a partir del reconocimiento del otro, del respeto mutuo, de una cierta igualdad de oportunidades.
Lo que la televisión mostró ayer sobre Córdoba es una parcialidad (y no estoy en condiciones objetivas de cuantificar esa parcialidad). Pero así mostrada, quedó para el país entero como una totalidad.
Y si la totalidad de una ciudad de un millón de habitantes está podrida, nada se puede esperar, excepto el caos. Y para controlar el caos, nada mejor que la represión. Y para la represión, nada mejor que... más policía, más cámaras, más vigilancia por todos lados. Una manera extorsiva de controlar a la sociedad.
¿Y a quién le sirve que la sociedad esté controlada? A todos los que detentan poder. A los políticos, porque les hace más fácil su cometido, pero también a los medios de comunicación, porque se aseguran una audiencia cautiva, que mira desde el living cómo su propio país se derrumba en la descomposición.
Yo creo que esa juventud que vi ayer en Córdoba no se merece tanto maltrato. La juventud es una explosión de creatividad, de sueños que pugnan por concretarse, de imaginación de una sociedad y un mundo mejores. Creo que se le intenta manejar a cada paso, sea con los celulares, sea con internet, facebook, televisión, y toda otra forma de adormecimiento.
Sin duda que lo que ocurrió ayer en Córdoba capital, ocurrió de veras. Pero dependiendo de cuánto haya ocurrido, de cuántas veces se haya replicado el vandalismo, podremos discernir si la sociedad está podrida, si la juventud no tiene futuro, o es que sólo los poderes de turno intentan ROBARNOS la posibilidad de construir un mundo diferente, mejor.
Sin poderes públicos.
Como escuché el otro día de un político decente: llamamos "Primer Mandatario" al Presidente del país. Y mandatario en el ámbito del Derecho, es "aquél, a través de un contrato consensual de mandato, acepta del mandante el encargo de representarlo o de gestionar sus negocios". El mandante -en este caso, la totalidad de la sociedad- "confía su representación personal o desempeño de uno o más negocios".
Estamos equivocados si pensamos en que sólo somos dependientes de lo que hagan los poderes publicos; somos nosotros como sociedad los que tenemos el poder. Pero para eso debemos empezar a reconocernos a nosotros mismos, a nuestro prójimo, al semejante.
El desafío para una sociedad que intenta evolucionar es enterarse a tiempo de su poder y no dejarse abatir por imágenes parcializadas, propaladas por la complicidad del político y del mercader de información.

viernes, 13 de julio de 2012

"Paisaje hogareño"

"El paisaje más bello proviene del interior".
Fotografía tomada en Los Molles, Mendoza, Argentina.

"Amanecer en el andén"

La madrugada tiñe al sol con su dejo de azules gastados. Los rayos no logran imponerse aún y son como promesas que no alcanzan a convencer, alas que se agitan pero no levantan vuelo.
La clorofílica alfombra despliega tímido relieve y el húmedo asfalto huele a oscuridad, adornado por vidrios multicolor que se esparcen como flores que suelen alcanzar su plenitud durante la complicidad de las horas ciegas.
Es la hora en que el amor es compelido a encontrar nuevos motivos para su permanencia. Acaso no los halle en el diáfano día y sólo se resigne a morir antes de alcanzar la luz.
Nadie lo sabe. Nadie se anima a aventurar el futuro. El mareo es un intenso presente que no pretende abandonar los cuerpos ni hallar respuestas a tan temprana hora.
Esta es la hora en que el alcohol inyecta su mórbido aroma sobre los senderos, el momento en que, sin embargo, la razón se apretuja ante la puerta de salida, hincando la paz del devaneo, apagando uno a uno los destellos fugaces de los fuegos de artificio que aún sobreviven.
La estación de tren permanece desierta y el silencio preanuncia la larga espera. El dolor de cabeza es un estallido existencial, una gigantografía burlesca que inquiere: "¿Qué ha sido todo esto?"
El silbido del ruiseñor acuchilla las entrañas y el acero de los rieles se enfría todavía más.
A lo lejos se oye la estruendosa bocina que motoriza la esperanza. Salir de allí es una cuestión impostergable. A medida que se acerca, la nube de humo sumerge al sol en una nueva y tenebrosa noche, pero ya nada más parece importar. Tal vez sea la oportunidad para postergar un poco más la ilusión.
En cada golpe de bocina la cabeza resucita un Chernobyl y se dispersa en millones de pixeles, saturando todo alrededor con radioactividad.
Ya se divisa el convoy. Su pesado andar es sólo comparable al deambular de dos piernas que ya no pueden con tremenda carga. Allí comienza a dibujarse su morfología, tragándose de a millones esos pixeles desparramados, que encuentran dónde anidar.
La locomotora es un dragón que amenaza con consumirlo todo. Incluso aquél semi-desértico andén. Sin embargo, más vale dejarse consumir por la voracidad calórica que perderse entre las vetas de un inmenso glaciar.
Ahora el tren va adquiriendo la forma conocida; aquella misma forma de hace décadas, cuando de niño solía admirarla como quien sale al balcón para ver pasar ante sí a un planeta.
La bocina ya no es un anuncio sino una advertencia. La velocidad parece conferir a esa llegada sólo el vaticinio de la partida, sin escalas.
Por fin llega. El remolino arrastra todo a su paso, llevándose consigo la esperanza de un rescate que deberá aguardar siglos quizás, vaya a saber.
Desintegrada, su cabeza viaja en ese tren que no se detuvo, abandonando a su cuerpo que, como nunca antes, se siente a la deriva.
Al menos queda el consuelo de esquivar los rayos que lastiman, ignorar el canto de los pájaros que se adueñan del día y evitar pensar en respuestas, a estas horas de la madrugada.