jueves, 4 de octubre de 2007

Línea asfáltica


El surco se proyecta sin destino visible.
El trajinar es intenso, como el calor abrazador
del mediodía veraniego.

La velocidad inventa al viento y éste se re-inventa en una aparente existencia de oxígeno... y de movimiento.
Es posible aventurar el paso del próximo bólido a través del profundo aullido de sus ruedas, en la lejanía, como una exclamación de resistencia por la inercia olvidada ya, en alguna otra porción de asfalto.
Cada nuevo milímetro abordado es una exigua parte de vida que se despide, energía que se dibuja en línea recta y que se borra bajo el trazo de un nuevo transcurrir, de un nuevo atravesar.
Las sombras proyectadas sobre el ardiente pavimento son el ansiado oasis que descomprime fugazmente el asedio de la llama solar.
Las sombras...
... testigos fieles del cuerpo, de la velocidad, del viento, de la porción de vida que se fue, del calor, de la luz.
Las sombras... testigos y parte de todo.
Hasta que dos sombras deciden aproximarse. Y chocan entre sí...

miércoles, 3 de octubre de 2007

martes, 2 de octubre de 2007

El acecho

Salí de noche. No acostumbraba a hacerlo, pero la circunstancia lo impuso: necesitaba depositar los residuos en el contenedor de la calle. El hedor había saturado gran parte del aire de la cocina y la falta de oxígeno denunciaba el colapso. Al salir, algo extraño pareció rondar en la atmósfera de la cuadra. No circulaba gente, como de costumbre. No obstante, algo que no pude definir en el momento parecía deambular, provocando la sensación de existencia. Algo... un cuerpo, un movimiento, un susurro... algo trascendente había allí... La distancia entre la puerta de mi casa y el contenedor era de alrededor de cincuenta metros. Inquieto por esa presencia indefinible comencé a recorrerlos con sigilo. La penumbra de la noche, incrementada por la tenue luz mortecina del alumbrado público, permitía escasamente el traslado autónomo. Indudablemente, era una noche fría y, sin advertirlo antes de salir de la casa, me encontraba recorriendo la calle con una evidente escasez de abrigo. Un ruido detrás de mí se produjo entonces... "¡Sí, algo se movió detrás de mí...!". Un repentino miedo se apoderó de mis sentidos y, sin advertirlo, me encontraba mirando hacia atrás, intentando descifrar ese algo que había "aparecido". Nada. No podía divisar nada. Decidí apurar el paso. De poco serviría demorar mi cometido con una búsqueda infructuosa y después de todo, cuanto antes pudiera regresar a mi casa, tanto antes me desharía de ese mal momento... Tras caminar algunos pasos, esta vez sí, pude oír con ineludible claridad el fugaz movimiento de algo... Un zumbido como ¡Zzzzzz! se deslizó detrás de mí, y súbitamente me escuché gritar: "¡Hey, ¿quién anda ahí?!". Mientras giraba con virulencia hacia atrás, me encontré ubicando la bolsa de residuos a la altura de mi pecho, pretendiendo amortiguar de esa forma un inevitable golpe proveniente de eso. Tal era la certeza de la presencia de un agresor dispuesto a atacarme por mi espalda. Giré mi cabeza a un lado y a otro, buscando desesperadamente el encuentro visual con mi agazapado atacante. Nada. No veía nada a través de esa oscuridad implacable. Pensé que de nada me servirían ya mi ojos. Retrocedí lentamente, a la vez que balanceaba mi brazo izquierdo hacia ambos lados en la oscuridad y sostenía con el derecho la bolsa de residuos a la altura de mis hombros, protegiendo mi rostro de un eventual golpe certero. El inconfundible olor ácido de la basura avanzaba sobre mis ropas, toda vez que las gotas que derramaba descendían primero a través de mi camisa y luego por mis pantalones, hasta mis zapatos. Pensé en abandonar mi cometido y regresar corriendo a mi casa, pero supuse que sería peor aún ofrecerle a mi despiadado agresor la oportunidad de entrar a mi casa empujándome hacia adentro, una vez que abriese la puerta. Por lo visto, estaba decidido a atacarme y no se detendría hasta lograr su propósito. ¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo haría para volver a introducirme dentro mi casa? Nuevamente un ¡Zzzzzz! atravesó mi espalda, casi rozándome la nuca. El maldito había logrado dar toda la vuelta y ubicarse detrás de mí sin que yo hubiera podido detectarlo. Hinché mis pulmones con todo el aire que pude contener y giré sobre mi eje con el brazo derecho hacia adelante, de tal manera de asestarle un duro golpe y así poder escapar. No solo no pude lograr dar con su cuerpo, sino que tropecé y caí sobre el contenedor, golpeándome la mano contra el marco de la tapa. Decidí abrirla rápidamente y desembarazarme del bulto, que de nada había servido para protegerme. Al hacerlo, me dí cuenta que me había dislocado la muñeca porque no lograba dominar el movimiento de mi mano y sentía un dolor muy agudo. Tomé la tapa con la mano izquierda y arrojé la bolsa adentro del contenedor. Ni bien lo hube hecho, nuevamente el ¡Zzzzzz! sopló detrás de mis orejas y el impulso de mi desesperación me proyectó hacia adelante, causando que presionase uno de los lados del contenedor, provocando que éste se ladeara y se volcara hacia mí, tragándome dentro de sí como un hipopótamo insaciable, dispuesto a engullirlo todo. Tras de mí, el estruendo de la tapa cerrándose me informaba que me encontraba dentro del contenedor, mezclado con sustancias nauseabundas que supuraban un hedor insoportable. Con todo, encontré en aquel lugar infernal un refugio contra mi agresor. Al cabo de unos instantes comprobé que la calma había regresado y ya no se había vuelto a producir ningún zumbido rasante como los anteriores. Mi situación era deleznable, pero me encontraba momentáneamente a salvo. Decidí esperar. Conté cada segundo como horas, disponiendo de un aire cada vez más escaso y al borde del desmayo, producto del insoportable olor a materia en putrefacción. De pronto, oí acercarse un vehículo, aparentemente pesado, que avanzaba lentamente sobre el empedrado. Un tirón primero y un movimiento fluido después, me confirmaron que estaba siendo arrastrado junto con toda aquella carga, saltando con cada grieta que se abría entre las piedras. Intenté incorporarme para presionar la tapa hacia afuera, pero el fondo resbaladizo del contenedor me lo impidió una y otra vez. En ese instante, todo se detuvo y un fuerte vibrar del motor se hizo oír. No pasó mucho tiempo para haberme sentido elevándome junto con todos los residuos de mis vecinos... Por fin, lo último que recuerdo fue haber sentido caer sobre mí cientos de kilos de basura y mezclarme con ellos en el fondo del camión recolector.

"Oleaje"

"Las aguas que se encuentran por encima de los cielos".
Fotografía tomada en Puerto Deseado, Argentina.

"Abbey road"

¿Cartel de una avenida de Londres o tapa del album de The Beatles?
Fotografía tomada en Londres, Reino Unido.

Sombras multicolor

¿Por qué las sombras son negras? Ok. O grises, más claros, más oscuros... ¿Podrían ser blancas... verdes... coloradas...?
En principio, hablemos claro: ¿qué es una sombra? Tengo a mi lado el "Pequeño Larrouse Ilustrado", diccionario él, y de "sombra" entre otras cosas, dice: "Parte no iluminada de un espacio que reproduce la silueta del cuerpo interpuesto entre el foco de luz y dicho espacio". Dice muchas otras cosas, muchas, como para transcribirlas aquí en su totalidad. Sólo algunas más (perdón por la tentación): "oscuridad", "ignorancia", "clandestinidad", "defecto"... De la primera definición, si no fuera porque he visto algunas sombras, no podría extraer ningún aprendizaje. Únicamente que se trata de algo raro, difícil de explicar. De las acepciones, todas suenan subalternas, marginales. Negros-grises.
Ayer conocí a dos niños, dos hermanitos: Cecilia y Tobías. Ella 6, él 4. Los conocí en un arenero, en pleno campo, lejos de la ciudad. En el arenero habían depositado sus calzados y medias, para experimentar el suave discurrir de la arena tibia en las plantas de sus pies. Cecilia y Tobías jugaban a que construían una casa: un trozo de cartón sobre la tierra era el piso y una buena cantidad de barro bien húmedo lo recubría, haciéndolo macizo, durable. Ellos no se habían percatado de mi presencia: la construcción de la propia casa demanda mucha concentración y compromiso como para detenerse en eventualidades.

Por elección de sus padres, Cecilia y Tobías viven en un entorno natural y, todos, preconizan “devolver a la naturaleza lo que se toma de ella". Todos intentan vivir en armonía con su medio, conociéndolo e integrándose a él, y dar origen a una nueva conciencia, de la mano de la educación de los más pequeños. Cecilia y Tobías se conectaban así, con los medios provistos a su alcance, a través de sus manos.
Era un día de sol, era mediodía. Estaban dadas todas las condiciones para que se pusiera en funcionamiento, en toda su intensidad, la articulación de letras de la definición de "sombra" que nos acercó el diccionario. También, para que sus avezadas acepciones bailotearan triunfantes sobre la arena brillante.
Pero no. Cecilia y Tobías no eran "...cuerpos interpuestos entre el foco de luz y..." ¿Cómo explicarlo? Cecilia y Tobías, los dos, ellos, eran luz. Eran fuentes de resplandores multicolor que dibujaban auras incandescentes. Sus sombras eran verdes fosforescentes que invitaban a bailar a los celestes intensos. Eran rojos púrpura que seducían a los profundos lilas. Eran dorados amarillos que confraternizaban con el sol y con la arena. Sus sombras no chocaban entre sí: confluían, armonizaban, creaban nuevas realidades tan vívidas como sus pequeños cuerpos. Sus sombras, en fin, potenciaban el color, regeneraban la vida.
Todo: ellos, sus sombras, su luz, auguran el advenimiento de una nueva armonía. Una armonía colorida, de cuerpos luminosos: "claros", "sabios", "protagonistas", "virtuosos"... Anuncian un nuevo tiempo.
Tiempo ya, de ensayar nuevas definiciones.

"Erupción"

"Es la horizontalidad, que se eleva".
Fotografía tomada en Ushuaia, Argentina.