Año 2133.
En Buenos Aires persistían aún restos de la nube de humo producto de la gran explosión. Desde entonces la ciudad yacía bajo los restos de minúsculas partículas que flotaban diabólicamente sobre su superficie.
Otrora una ciudad pletórica de árboles y espacios verdes, donde divisar el horizonte aunque sea sólo con la imaginación era una práctica posible, Buenos Aires se había convertido en porción de terreno sobre el que se apoyaban centenares de miles de edificios. De distinto porte y arquitectura ecléctica, habían surgido como hongos por doquier, tapando lenta pero inexorablemente, la llegada de los rayos del sol.
Buenos Aires se había convertido en una ciudad gris, sin color. Fría.
Pero no en cuanto a la temperatura media. Inevitablemente, producto de los ya conocidos efectos de la contaminación, el aire de la ciudad era denso y sofocante y con escasa -o nula- circulación, debido a la interposición de los edificios.
En medio de esta atmósfera a la que no escapaban buena parte de las giga-ciudades del mundo, se había producido la explosión. Y, desde entonces, el humo se desplegó y se acomodó entre los edificios, llenándolo todo, invadiéndolo todo, incluso las mentes de las personas, que se volvieron grises y oscuras, como el humo.
Desde entonces, numerosos ejércitos de hombres-vigilantes -los legal-savers- se desplegaron por todos lados, saturándolo todo con el denso color negro de sus uniformes.
Los legal-savers estaban equipados con tecnologías que permitían discernir la naturaleza psíquica de los habitantes de la ciudad, a través de los blood-trackers, especie de micro-sensores que la Agencia Gubernamental de Control suministraba a los hospitales para ser introducidos en los bebés recién nacidos. Mediante la utilización de los bood-trackers hasta el mismo psicoanálisis había sido sepultado para siempre, porque estos sensores tenían la capacidad de penetrar en el inconsciente de la persona y abrirlo como un libro, permitiendo así, aflorar la verdadera naturaleza del sujeto sin el desgastante proceso de años, caído ya en desuso. Y -lo más efectivo para el sistema- permitía regular la conducta de sus habitantes desde ese precioso conocimiento, neutralizando la aparición del deseo. En esta tarea, la participación de las networks o redes de medios de comunicación, era decisiva. Por esta razón, los países habían optado paulatinamente por delegar las facultades de gobierno en unidades centralizadas que administraban a los habitantes por medio de los blood-trackers, utilizando las redes de los medios de comunicación. Se suprimían así los gastos de una burocracia inservible y corrupta y se regulaba la paz social a control remoto.
En Buenos Aires esta tecnología se había depositado en manos de los legal-savers y coordinado a través de una network única, que había adquirido los derechos de la vigilancia hasta el año 2250.
Luego de la explosión, la Agencia Gubernamental de Control había dispuesto plantar árboles a lo largo de la calle principal, adjudicándole a cada uno el nombre de uno de los muertos, por medio de un recordatorio de cemento, a manera de lápida. Más que un gesto en virtud del respeto y la memoria, fue una muestra de pretendida sumisión con los hombres de La Comunidad que -se decía- manejaba la producción de blood-trackers en el mundo entero.
Esa mañana, Firme Sacerdote había salido a capturar algunas imágenes de la ciudad con su nueva emotions-freezer, similar a las videocámaras de antaño, pero dotadas de la capacidad de congelar todos los atributos de lo que el aparato captara, tales como los olores, la temperatura, la condición anímica, etc.
Firme había sufrido una hemorragia durante su niñez, por lo que su personal-cop -similar a los médicos de la antigüedad- había insinuado que habría perdido su blood-tracker correspondiente.
Con su emotions-freezer enfocando hacia el suelo, Firme intentaba captar los nombres escritos en las lápidas urbanas, al pie de los árboles.
Sin advertirlo, Firme Sacerdote se encontraba capturando frente al edificio central de la Blood-Traker Company Limited. La inconfundible voz de un legal-saver no se hizo esperar y vociferó un intimidatorio: "Señor, ¿usted no sabe que aquí no se puede capturar?"
- No, ¿cómo he de saberlo? ¿Acaso hay alguna señal que no haya advertido?
- ¿Señal? ¿Acaso usted no recibe las directivas desde su blood-traker?
Firme no podía confirmar la sospecha del legal-saver porque eso lo confinaría para siempre en un human-garbage, especie de hospital psiquiátrico de antaño.
- ¡Identifíquese! -ordenó el legal-saver-.
Sin poder controlarse, Firme gritó: "¡¡Y usted quién es para pedirme identificación y qué es lo que de mal estaba haciendo para que usted me interpele!! Apenas estoy capturando imágenes en medio de la ciudad donde vivo..."
Ante esta afrenta inconcebible, el legal-saver llamó a un blue-jacket, miembro de la guardia especial perteneciente a la Agencia Gubernamental de Control.
- ¡¿Puede identificar a este individuo?!
- Por favor, señor, ¿puede darme su biological-card?
Firme sabía que ante un blue-jacket era imposible resistirse, dado que poseían la autoridad para borrarlo del mapa, si los motivos entraban dentro de los enumerados en el código de comportamiento urbano. Y el resistirse a entregar la biological-card, lo estaba. De modo que le extendió el documento.
- "Firme Sacerdote" -dijo el blue-jacket en voz alta- permitiendo que el legal-saver tome debida nota.
- Escuche, Señor Sacerdote, ¿usted no sabe que no se puede capturar frente a la Blood- Tracker Company Limited?
- Pues no, no lo sabía.
- Me resisto a creer que esto pueda ocurrir, Señor Sacerdote. Le pido por favor que tenga a bien tomar debida nota de esta prohibición. Diga que me encuentra en un día de buen humor. ¡Retírese!
Antes de darse la vuelta, Firme pudo captar el brillo triunfal en los ojos del legal-saver.
No cabía duda que su nombre pasaría a formar parte de la lista de los futuros condenados al Human-garbage.
Esa noche, ya en su casa, Firme estiró su brazo derecho y tomó de la biblioteca un libro muy antiguo. Una recopilación de datos, informes y testimonios acerca de una matanza masiva de personas producida en Argentina, promediando el siglo XX.
Quería saber qué había sucedido y por qué causas. Un libro cuyo título describía desde el inicio mismo el espíritu de la época: "Nunca más".
Un título imposible en la Buenos Aires moderna del año 2133.
(basado en una situación real vivida por el autor en la calle Pasteur al 600 de la Ciudad de Buenos Aires, en 2008).
1 comentario:
Me acuerdo cuando nos contaste de tu anécdota en la calle, valga tu imaginación para reconstruirla en esta triste ciudad nuestra del futuro. ¡Ojalá tengamos árboles todavía! Muy bueno.
Laura
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