Las dos ramas principales del rosal abren un arco oval.
Un arco que envuelve un ámbito visual propicio para el despliegue del espectáculo. Una escena aparentemente inmóvil pero que posee una dinámica incesante.
Como cada detalle de la vida, preparo mis sentidos para captarla.
Por si éstos se retrasaran unos instantes en despertar, el cielo uniformemente gris ofrece un telón de fondo perfecto para que el relieve se apodere de las formas.
Si no fuera por la lluvia que se corporiza aquí y allá, todo este paisaje podría pertenecer al entorno de una pintura enmarcada. En verdad, aquél benteveo que se hace oír a algunos metros termina de descongelar la pintura y a todos los demás sentidos. De acuerdo. Debo admitir que, además, el aroma de la hierba fresca también es una invitación a vivir este paisaje como real. Viviente.
Que se entienda entonces que no estoy imaginándomelo. Este paisaje es definitivamente real. Al menos para mis sentidos, ahora totalmente encendidos, lo es sin duda.
Está claro que el sentimiento que estimula al corazón es irremplazable para comprender un fenómeno como realmente existente. Pero a la vez, ¿conocen algún sentimiento que pueda ser vivido desde fuera de un suceso real?
Conozco a la perfección el comentario habitual sobre la vivencia de un “hecho artístico”. Generalmente pródigo en palabras bien articuladas, transmitiendo la intensa emoción que proporciona al espectador. Una emoción generalmente aderezada en exceso por la mente aduladora de quien la expresa.
Pero amigos, esto que contemplo es un hecho artístico que está vivo aun por fuera del alcance de mis sentidos. Y por ello no deja de ser una obra de arte. Quizás por eso mismo se trate de una auténtica obra de arte.
Como sea, me había detenido en la descripción del arco oval que forman las dos ramas principales del rosal. También cité al cielo gris, a la lluvia que se corporiza aquí y allá, y al pájaro que se hace oír desde algunos metros de distancia. En adelante procuraré no detenerme en redundancias. Como sabrán, un hecho real está sujeto a dinamismo y, ya mismo por ejemplo, acaba de agregarse el viento que ha incorporado al espectáculo el vaivén del rosal y de todo lo que se encuentra detrás de él y que aún no he alcanzado a describir.
De modo que prosigo.
Detrás del arco oval que se ofrece de marco, comienza el desarrollo de la escena propiamente dicha. Al menos así lo pretendo. Después de todo, yo soy el observador y es a través de mí que ustedes acceden al espectáculo. ¿Hay aquí alguien más que perciba un tronco de algarrobo por detrás del arco oval del rosal?
Pues entonces yo indico que el espectáculo se inicia con un áspero tronco de algarrobo que ocupa el sector izquierdo del arco oval del rosal.
Me detendré aquí para explicar en qué consiste el movimiento de semejante tronco inmóvil. En primer lugar, posee gruesas vetas blanquecinas que arrecian contra el predominante color marrón oscuro. Pero no sólo eso; una prolífica bifurcación en varias ramas secundarias que se retuercen, generando nuevas y aun más caóticas bifurcaciones hasta acabar en unas vainas color amarillento, también de forma semi-circular. Y el indicio más contundente: el benteveo que se posa en una de las últimas ramas de la cadena ascendente.
Ahora me corresponde describir el sector derecho de la escena. Lo conforma una hilera de tres árboles de chañar, ubicadas de manera triangular. Aquí el movimiento lo sugiere su disposición en perspectiva, lo que proporciona una vivencia tridimensional.
Imagínenselo: la pesada presencia del tronco de algarrobo sobre el costado izquierdo se balancea con tres lejanos chañares dispuestos en perspectiva, a la derecha. A la izquierda, un “límite” contundente que sugiere una “fuga” hacia la derecha, como contraparte. La dureza y rugosidad del tronco y la suave y mullida alfombra verde (¿no la mencioné aún?) sobre la que se apoyan los pequeños y más distantes árboles.
Descripta ya la escena, no puedo olvidar el arco oval del rosal, este marco-escenario que permite el despliegue escénico. Y aquí no puedo despreciar el dato que aportan las espinas del rosal.
No es que desee estropear la candidez de este paisaje veraniego, sólo pretendo contextualizarlo debidamente en su completa expresión.
Enunciado este último detalle, puedo argumentar que la escena se transforma en un suceso mítico. Deslizarse hacia el portal negro-blanquecino y, desde allí, flotar a través de la hierba mojada y juguetear alternativamente entre los chañares, supone cumplimentar un requisito previo: considerar el filo de las espinas del rosal y atravesarlo.
Pero existe otra posibilidad: penetrar visualmente en la escena “desenfocando” el espinoso arco oval. En este caso no estaría vivenciando el hecho real ya que estaría acudiendo a un artilugio de mi mente para “facilitar” la cuestión. Después de todo, no hay hecho real que no se desarrolle en un escenario real.
Hasta aquí he realizado mi parte. Hasta aquí mi intermediación en este paisaje real, aportando una cuota de subjetividad que sin duda lo empaña.
Ahora deberán despojarlo de mi palabra y, a cambio, articular las suyas propias, en virtud de crear una nueva realidad, la vuestra.
Yo, mientras tanto, haré silencio y lo seguiré contemplando fiel a mi estilo: a través de esta ventana de vidrio.
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