martes, 2 de octubre de 2007

El acecho

Salí de noche. No acostumbraba a hacerlo, pero la circunstancia lo impuso: necesitaba depositar los residuos en el contenedor de la calle. El hedor había saturado gran parte del aire de la cocina y la falta de oxígeno denunciaba el colapso. Al salir, algo extraño pareció rondar en la atmósfera de la cuadra. No circulaba gente, como de costumbre. No obstante, algo que no pude definir en el momento parecía deambular, provocando la sensación de existencia. Algo... un cuerpo, un movimiento, un susurro... algo trascendente había allí... La distancia entre la puerta de mi casa y el contenedor era de alrededor de cincuenta metros. Inquieto por esa presencia indefinible comencé a recorrerlos con sigilo. La penumbra de la noche, incrementada por la tenue luz mortecina del alumbrado público, permitía escasamente el traslado autónomo. Indudablemente, era una noche fría y, sin advertirlo antes de salir de la casa, me encontraba recorriendo la calle con una evidente escasez de abrigo. Un ruido detrás de mí se produjo entonces... "¡Sí, algo se movió detrás de mí...!". Un repentino miedo se apoderó de mis sentidos y, sin advertirlo, me encontraba mirando hacia atrás, intentando descifrar ese algo que había "aparecido". Nada. No podía divisar nada. Decidí apurar el paso. De poco serviría demorar mi cometido con una búsqueda infructuosa y después de todo, cuanto antes pudiera regresar a mi casa, tanto antes me desharía de ese mal momento... Tras caminar algunos pasos, esta vez sí, pude oír con ineludible claridad el fugaz movimiento de algo... Un zumbido como ¡Zzzzzz! se deslizó detrás de mí, y súbitamente me escuché gritar: "¡Hey, ¿quién anda ahí?!". Mientras giraba con virulencia hacia atrás, me encontré ubicando la bolsa de residuos a la altura de mi pecho, pretendiendo amortiguar de esa forma un inevitable golpe proveniente de eso. Tal era la certeza de la presencia de un agresor dispuesto a atacarme por mi espalda. Giré mi cabeza a un lado y a otro, buscando desesperadamente el encuentro visual con mi agazapado atacante. Nada. No veía nada a través de esa oscuridad implacable. Pensé que de nada me servirían ya mi ojos. Retrocedí lentamente, a la vez que balanceaba mi brazo izquierdo hacia ambos lados en la oscuridad y sostenía con el derecho la bolsa de residuos a la altura de mis hombros, protegiendo mi rostro de un eventual golpe certero. El inconfundible olor ácido de la basura avanzaba sobre mis ropas, toda vez que las gotas que derramaba descendían primero a través de mi camisa y luego por mis pantalones, hasta mis zapatos. Pensé en abandonar mi cometido y regresar corriendo a mi casa, pero supuse que sería peor aún ofrecerle a mi despiadado agresor la oportunidad de entrar a mi casa empujándome hacia adentro, una vez que abriese la puerta. Por lo visto, estaba decidido a atacarme y no se detendría hasta lograr su propósito. ¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo haría para volver a introducirme dentro mi casa? Nuevamente un ¡Zzzzzz! atravesó mi espalda, casi rozándome la nuca. El maldito había logrado dar toda la vuelta y ubicarse detrás de mí sin que yo hubiera podido detectarlo. Hinché mis pulmones con todo el aire que pude contener y giré sobre mi eje con el brazo derecho hacia adelante, de tal manera de asestarle un duro golpe y así poder escapar. No solo no pude lograr dar con su cuerpo, sino que tropecé y caí sobre el contenedor, golpeándome la mano contra el marco de la tapa. Decidí abrirla rápidamente y desembarazarme del bulto, que de nada había servido para protegerme. Al hacerlo, me dí cuenta que me había dislocado la muñeca porque no lograba dominar el movimiento de mi mano y sentía un dolor muy agudo. Tomé la tapa con la mano izquierda y arrojé la bolsa adentro del contenedor. Ni bien lo hube hecho, nuevamente el ¡Zzzzzz! sopló detrás de mis orejas y el impulso de mi desesperación me proyectó hacia adelante, causando que presionase uno de los lados del contenedor, provocando que éste se ladeara y se volcara hacia mí, tragándome dentro de sí como un hipopótamo insaciable, dispuesto a engullirlo todo. Tras de mí, el estruendo de la tapa cerrándose me informaba que me encontraba dentro del contenedor, mezclado con sustancias nauseabundas que supuraban un hedor insoportable. Con todo, encontré en aquel lugar infernal un refugio contra mi agresor. Al cabo de unos instantes comprobé que la calma había regresado y ya no se había vuelto a producir ningún zumbido rasante como los anteriores. Mi situación era deleznable, pero me encontraba momentáneamente a salvo. Decidí esperar. Conté cada segundo como horas, disponiendo de un aire cada vez más escaso y al borde del desmayo, producto del insoportable olor a materia en putrefacción. De pronto, oí acercarse un vehículo, aparentemente pesado, que avanzaba lentamente sobre el empedrado. Un tirón primero y un movimiento fluido después, me confirmaron que estaba siendo arrastrado junto con toda aquella carga, saltando con cada grieta que se abría entre las piedras. Intenté incorporarme para presionar la tapa hacia afuera, pero el fondo resbaladizo del contenedor me lo impidió una y otra vez. En ese instante, todo se detuvo y un fuerte vibrar del motor se hizo oír. No pasó mucho tiempo para haberme sentido elevándome junto con todos los residuos de mis vecinos... Por fin, lo último que recuerdo fue haber sentido caer sobre mí cientos de kilos de basura y mezclarme con ellos en el fondo del camión recolector.

No hay comentarios: