lunes, 1 de marzo de 2010

"Realismo mágico"

Relieves de temperaturas y sensaciones, del cielo al infierno, de lo individual que termina fundiéndose con el todo.

"El ciego azul"

El cielo está tan azul... dijo el ciego. Lo había oído de refilón, al atravesar con su paso una conversación de vereda, entre dos vecinas.
El cielo -se dijo para sí- está allí arriba. Y arriba es arriba, señalando con su dedo índice hacia arriba. Yo estoy aquí abajo -prosiguió-. Recordó el ciego que esta distinción entre arriba y abajo la había aprendido en la escuela para ciegos. A fuerza de repetición, arriba era el índice señalando hacia el cielo y abajo, hacia el piso. Claro, no sabía muy bien qué era el cielo y en qué consistía el piso.
"Pero bueno, el piso es algo duro que se siente al apoyar el cuerpo, tiene veredas o césped, está seco o húmedo. Las veredas son entornos delimitados por el cordón de la vereda. Ésta puede consistir de baldosas cuadradas, rectangulares o simplemente cemento alisado" -reflexionó-.
El cordón suena a algo más flexible. Lo aprendió cuando le enseñaron que los zapatos se ajustan con cordones. Incluso reconoció su textura al atárselos él mismo. Por lo que imaginar al cordón de la vereda como flexible le trajo algún problema de concepción. Si la vereda es un cuerpo duro, porque está en el piso, ¿cómo podría el cordón -que la contiene y delimita- ser flexible? Más complejo le resultó cuando recordó que a un conjunto de montañas se las denomina cordón montañoso...
Así que un día le pidió a un eventual transeúnte que por favor lo acercara al cordón de la vereda para poder tocarlo. El individuo -libre de toda precaución al saberse no visto- lo observó con ironía y lo acercó. El ciego se agachó y tocó el cordón y, para su sorpresa, comprobó que era más duro que el piso, que las baldosas y el cemento.
Al ciego se le complicaron las cosas. Entendió que lo duro puede ser flexible, y viceversa. Entonces pensó que tal vez, arriba no sólo sería indicar con el índice hacia arriba, sino también dirigiéndolo hacia abajo. Después de todo, ¿qué importaba para él si arriba era arriba y no abajo?
Comprobó que podía jugar libremente en señalar hacia arriba y decir abajo, que podía decirle a alguien que el piso estaba húmedo, allí arriba. Claro, a medida que su mundo interior soltaba amarras, empezó a ser conocido como el ciego loco. Poco le importaba a él. Inconsciente de todas las risitas silenciosas y las bromas que se tejían frente a sí, él construyó su propio mundo. Un mundo redondo, donde un día arriba podía ser arriba y otro día podía ser abajo.
Hasta que cierto día le pidió a alguien que lo ayude a cruzar la calle. Esta persona lo asistió de buena gana y le dio conversación. Le contó que él era astrónomo y le encantaba internar su vista dentro del telescopio para indagar el universo. El ciego quedó extasiado con sus relatos desde un comienzo. Así que le pidió que le permitiese visitarlo para mirar por el telescopio. Y el astrónomo aceptó de inmediato.
Cuando el ciego tomó ubicación para adentrarse en los misterios del cosmos, el astrónomo le explicó que el planeta Tierra transita por el espacio, trazando círculos invisibles, en un dinamismo infinito. Le dijo que lo que llamamos cielo ora podría ubicarse hacia arriba, ora hacia abajo. Que, en definitiva, el cielo estaba en todos lados. Que en el universo nada ocupa un lugar absoluto, sino que el espacio es un juego maravilloso de relatividad. Una comunidad de vecinos moviéndose unos en relación con otros, en un orden más o menos armónico. Y que también existían cuerpos celestes que se descarriaban y surcaban airadamente la galaxia en una danza de imprevisible desarrollo y final. Y que en ello, también, consistía la armonía.
Mientras el astrónomo avanzaba en su explicación, el ciego podía verlo todo a través de su ojo incrustado en la mira telescópica. Y no sólo eso: conseguía comprenderlo cabalmente, sin ningún esfuerzo.
En los días siguientes, mientras caminaba por la calle, el ciego se sintió triste. Triste y solitario. Escuchaba a la gente hablar sobre el sol que volcaba pesadamente sus rayos desde arriba, que las olas del mar se deslizaban allí abajo, que "los de arriba" oprimen a "los de abajo"...
"El cielo está tan azul" -volvió a escuchar-. Y recordando aquella visita al astrónomo, volcó instintivamente su cabeza hacia el suelo, evocando en su interior el color azul, que seguramente bañaría al cielo, también allí abajo. El ciego transitó el espacio describiendo círculos infinitos y en perfecta armonía con sus vecinos. O al menos eso creyó él.
Desde entonces, desde aquél día en que conoció el universo, cuando le preguntan por su nombre, él pide que lo conozcan como "el ciego azul".

"Cielo final"

Es el final. Es la incertidumbre de si esta vez habrá un nuevo día.

"Fantasmas del atardecer"

La hora en que los fantasmas salen a recorrer sus dominios, en que la insolencia se oculta, por temor.

"Mensajes contradictorios"

"Si bebiste no manejes".
"Máxima 80".
"Bajar edad de imputabilidad".
 ...
Vivimos en una sociedad con mensajes contradictorios. Transitamos nuestros días bombardeados por propuestas que eclosionan en nuestro interior, muchas veces desprevenido. Algunas otras, adormecido. Otras, burdamente cómplice.
Aceptamos todo tipo de propuestas que se enhebran en las alturas de los árboles, en sitios bien visibles en las autopistas, en los colectivos que circulan ante nuestras caras. Nuestra respuesta es siempre una aparente indiferencia, un continuo resbalar de todo lo que se nos intenta inculcar. Y creemos que no nos involucran, que los proyectiles que se disparan desde carteles, radios, televisión, internet, no nos afectan, que podemos vivir nuestra vida sin ser transformados desde dentro por tanto mensaje manipulador.
Precisamente, ése es el reaseguro que permite la proliferación de este tipo de metodología. Porque nuestra pasividad consciente nos hace vulnerables inconscientemente. Los mensajes se nos hacen carne sin siquiera enterarnos de ello.
La compañía de cerveza de la zona de Quilmes dice: "Si bebiste no manejes. Vivamos responsablemente". Claro, no aconseja no beber, lo da por consabido. El beber cerveza es algo así como un impulso inevitable -y así lo estimulan en sus publicidades, donde el ´target´es un público adolescente y joven-. De ahí que, de haber bebido, se recomienda no conducir un vehículo. Y así, la empresa nos transmite un mensaje de aparente compromiso con la sociedad. Y para rematar nos amonesta: "vivamos responsablemente."
Qué joder!
En la misma autopista somos advertidos sobre la velocidad máxima de circulación. Ubiquémonos. A raíz de las publicidades de autos, muchas de las cuales nos ilustran sobre las "cosas" (mujeres, naturaleza, aventura)
que podemos conquistar, hemos sido compelidos a renovar nuestro vehículo por uno más veloz. Lo hemos cambiado por uno que nos permita "manejar el viento".
(Digresión: ¿me parece a mí o los autos vienen con "trompas" cada vez más agresivas?)
El velocímetro indica 240km/hora de circulación máxima. El cartel ahora indica 80.
¿Qué hacer? ¿Disfrutar de la sensación de manejar el viento o respetar la normativa? Nos sentimos zamarreados. El auto nos pide y no le podemos dar... el gusto. El viento está allí, suplicándonos porque lo manejemos y nosotros no podemos siquiera sentirnos dueños de la brisa. Y si decidimos dar impulso a nuestro deseo y apretamos el acelerador, liberando al pobre vehículo de semejante tormento, nos encontramos con quien sí ha decidido respetar las normas -sea por conciencia o porque carece de un vehículo veloz- y le exigimos, acercando nuestro auto a distancias imposibles, para obligarlos a correrse, rápida y obedientemente, no sea cosa que nos enfademos y lo llevemos por delante.
Que otra cosa no se merecen esos idiotas...!
Vivimos en una sociedad con mensajes contradictorios. Somos manipulados de manera perversa. Pero no somos inocentes. Nos dejamos seducir, permitimos que el soborno penetre en nuestros seres. Nuestro bolsillo espiritual se halla cada vez más abierto, manoseado, violado. Somos cómplices del "sistema", alimentándolo. Por ende, echamos la culpa a los que elijen -es sólo una manera de decir- el camino de la delincuencia a temprana edad. Ellos son los que amenazan nuestra integridad, nuestro estilo de vida. Son los que miran el show indecoroso que les enseñamos en sus narices, sin poder acceder a él. Son compelidos, empujados por el mismo "sistema". Son agraviados por nuestros interminables vehículos con vidrios polarizados y nuestros anteojos Gucci, mientras sus pies se queman sobre el asfalto. Son los que, sin educación, salud y perspectivas dignas de desarrollo, se contaminan hasta la muerte con el paco, el deshecho último de un proceso donde el fruto perlado va destinado a las narices encumbradas.
Vivimos en una sociedad perversa. Nos hemos convertido en miserables dependientes del consumo. Nos arrastramos por las calles como pordioseros, con nuestras manos hechas cuencos, implorando por más y más. Deshacemos nuestras familias, abandonamos a nuestros hijos. Nos aislamos. Nos sumergimos en el mundo virtual y generamos un mundo mísero, egoísta, autodestructivo. Sin esperanzas.
Los recursos se agotan y el planeta responde con violencia. Haití, Chile, Pakistán y tantos otros lugares del planeta lo han padecido. El futuro parece signado por el transitar de las tinieblas y la falta de oxígeno, como las películas futuristas norteamericanas.
(Otra digresión: ¿por qué las películas futuristas siempre muestran un mundo devastado y en ruinas, con la gente comiéndose unos a otros? ¿Será la visión norteamericana, producto de una sociedad de consumo corrupta y egoísta, incorregible?)
Nos hemos apoderado del planeta, sin siquiera preguntarle a su Dueño si está de acuerdo. Estamos maltratando Su creación. Y quien maltrata algo, está despreciando a su creador, a su dueño.
El futuro no parece ser algo muy apacible, a estas alturas.
Después de todo, ¿qué vas a hacer a partir de hoy para modificar el presente?

"Vestigios de vida"

Y sin embargo, la hoguera apartará los retoños, para un nuevo despertar.