martes, 1 de enero de 2008

"Lago"

Frente a un lago.
Su amplia extensión se abre ante mis ojos, generosamente.
Al fondo, en el imaginario final de las calmas aguas se erigen, presumidos, los cerros, ofreciendo un oasis en la contemplación.
La quietud del lago posee la bondad de prolongar la belleza de aquellos estandartes.
Justo en el límite de sus pies, en lo más extenso de su corporización, los cerros se entremezclan con lo que aparenta ser su descendencia: su propia imagen sobre el agua.
Muy distantes quedan unas de las otras, sus filosas cimas, bañadas por inmutables trazos blancos.
Como adolescentes, los cerros compiten entre sí, intentando acaparar la cualidad de la elevación, de su simbólica cercanía a Di-s.
-¡Yo soy más elevado –dice un cerro- sólo el cielo se alza por encima de mis propios límites!
- ¡Yo soy más elevado –dice su líquida proyección- el cielo está por debajo de mis filosas crestas!
Apenas producida esta última exhalación, comienza a insinuarse un cambio. Algo aún indescriptible irrumpe en el aire, generando una vibración diferente.
El presuntuoso diálogo se interrumpe. La arrogancia de los contendientes se quiebra.
Densas nubes de infinitos grises avanzan decididamente, cual ejércitos enceguecidos por el cumplimiento de su misión. Súbitamente los cerros pierden su preponderancia y, desconsoladamente, se entregan al mísero destino de desaparecer.
A su vez, un decidido viento avanza temerario por la superficie del lago, erizando a la ya no tan homogénea masa de agua y provocando el ahogo del escaso vestigio de los ya definitivamente desaparecidos cerros.
Antes de que pueda parpadear, una tenue caricia primero, y una severa compulsa después, encuentra a mi rostro desprevenido.
El viento trae un mensaje que aún no puedo descifrar. El zumbido en mis oídos parece pretender explicarme.
Se insinúa paulatinamente el claro mensaje de Di-s que, sin mediatizarse con sonidos, va indagando el camino de entrada a mi corazón.
Mis ojos se expresan con lágrimas, ya no sé si a causa del viento o ya, por el vibrar de mis entrañas.
Di-s, que todo lo permea, que todo lo abarca, produce una infinita luz dentro de mí.
Mi visión se enturbia; mi percepción se expande.
Esta luz infinita desdibuja mis propios límites, revela porciones desconocidas de mi propia fuerza.
Mis dos rostros se consolidan en uno. El otro lado se adormece y huye avergonzado.
Por fuera y por dentro me confundo junto con toda la Creación, sin oponer resistencia. Sin individualizarme.
Paulatinamente, el viento cesa; las nubes se retiran, las aguas se calman.
Los cerros reaparecen. El cielo vuelve a ser infinito.
La armonía no precisa ser definida.

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