sábado, 1 de marzo de 2008

"El vuelo del niño" (continuación)

(viene de entrada anterior).
El niño se dirigió al conjunto de ascensores que detentaban brillantes puertas de aleaciones plateadas y, parado frente a ellas, no dudó en dibujar una y otra vez desde el borroso reflejo, la posición vertical de su cuerpo, advirtiendo que sería la última vez que lo vería así, parado, sosteniendo su carga sobre el piso. El reflejo fue barrido de derecha a izquierda conforme se abrió la puerta del ascensor, dando por finalizado ese juego que él solo parecía comprender y disfrutar. A cambio, la devolución mucho más nítida y real de su imagen apareció frente a él, proveniente de un enorme y brillante espejo que se extendía de piso a techo en la cabina del ascensor. Interrogado el personal ascensorista, respondió que junto con el niño habían abordado al ascensor varias personas para ese viaje de elevación, todos personal de las distintas empresas que operaban en el edificio. Al parecer, ninguno de ellos había reparado en la curiosa presencia del niño. Como a cada uno de sus circunstanciales pasajeros, le preguntó al niño a qué piso viajaría, recibiendo como respuesta: "hasta el último". Consecuentemente, el niño fue el último en desalojar la cabina antes de que ésta retornara al punto inicial del viaje. El niño comprobó que para alcanzar la terraza aún debía subir un piso más por medio de la escalera cuyo trazado se ubicaba paralelo al agujero de los ascensores. Una vez que alcanzó el último piso del edificio, observó una puerta que tenía un cartel con la inscripción: "No traspasar este límite". Muchas otras barreras había cruzado ya el niño como para amedrentarse ante este inerme y frío cartel. Por otra parte, a esta altura el niño ya sentía que no podría detenerlo el tendido de ningún límite trazado de manera arbitraria. Con decisión, pero con cierto temor a que la puerta estuviera cerrada con llave, giró el picaporte y empujó y, para su alivio comprobó que la puerta cedía. A medida que la puerta rotaba sobre su eje, un aire fresco acudía sobre su rostro. También comprobó el incremento del lejano ruido del tránsitoy demás sonidos que la muchedumbre producía en su trajinar. Lentamente intentó captar y retener cada uno de esos sonidos tan familiares, en la certeza de que nunca más los oiría a partir de ese momento. Estudió los cuatro costados perimetrales de la terraza del edificio y finalmente decidió que lo mejor sería abordar el que poseía orientación noreste, debido a que hacia allí se extendía el brazo principal del río que acariciaba las costas de la ciudad. Con decisión apasionada, el niño trepó los tres metros de la pared ayudado por unos tachos de combustible que se hallaban en el lugar. Hizo pie sobre la pared y allí dominó sus sentidos para alcanzar el dominio total de su cuerpo, en un equilibrio perfecto. En ese instante, momento previo al abandono del mundo tal como lo conocía, intentó captar cada una de las imágenes que vertiginosamente acudían a su mente. Sus padres, su casa, la escuela, sus compañeros y amigos, los festejos de cumpleaños, la pelota de fútbol, aquella vecina de enfrente, tan hermosa como inalcanzable... Contuvo su emoción para no perder el equilibrio alcanzado y contó, lenta y concienzudamente, todos los números desde el uno hasta el diez. Al llegar al diez, se encomendó a Di´s y saltó con fuerza. Presionado por el vértigo y la incertidumbre, sus ojos permanecían fuertemente cerrados. Extendió sus brazos en forma perpendicular al tronco de su cuerpo, juntó sus piernas hasta que sintió que sus pies se tocaban e intentó planear, tal como había estudiado era el vuelo de las aves. Luego de los primeros instantes, el niño comprobó que algo lo sostenía desde abajo, como si el aire tuviera la consistencia de una nube, la blandura de un espeso colchón de algodón. Pensó que ya no tenía motivos para permanecer con los ojos cerrados y lentamente los abrió, comprobando que el edificio había quedado varios metros atrás y que, mágicamente, se dirigía en dirección al río, por encima de las terrazas y las cúpulas de los edificios. Confiado ya en la estabilidad de su vuelo, el niño abría su boca permitiendo el ingreso de una gruesa masa de aire, y luego provocando la exhalación a través de sus fosas nasales. Repitió reiteradamente este ejercicio hasta que en una aspiración advirtió que se hallaba dentro de una espesa nube. Sin darse cuenta, el niño había aspirado no sólo la húmeda masa de aire, sino también las caprichosas formas, la variedad de grises, la temperatura y el mismo movimiento de la nube. A diferencia de los pasos anteriores, esta vez retuvo el aire. Sintió que el paisaje de las alturas se expandía en su interior, provocándole una extraña sensación de libertad. La libertad que se siente cuando la infinita extensión del universo se desarrolla dentro del propio cuerpo.

Los últimos reportes conseguidos relatan que el vuelo del niño prosiguió en dirección al río y que, al parecer, las cámaras de grabación fallaron en su funcionamiento, debido a que la imagen del niño volando se mimetizó con el paisaje, perdiéndose lenta, pero inexorablemente ante la atónita vista de los millones de espectadores que seguían expectantes el vuelo del niño por televisión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A veces la libertad no tiene que ver con sueños inalcanzables sino con soltar nuestras manos de las ataduras que nosotros mismos nos ponemos.
Pasamos mucho tiempo pensando lo que no podemos y olvidamos lo que sí.
Nos encaprichamos con sentirnos mal solamente por pura costumbre, esa costumbre que nos ha adormecido y no nos deja liberarnos a la maravillosa experiencia de la VIDA.
Cuando menos lo esperamos las oportunidades se acaban y solo nos queda lamentarnos, si todavía tenemos tiempo.