sábado, 1 de marzo de 2008

"El vuelo del niño"

Podría decirse que existió alguna vez un niño que experimentó la sensación de volar. Se cuenta, con más o menos nivel de detalle, que se armó de valor y decidió subir a la azotea de un gran edificio céntrico y desde allí se lanzó. No se sabe muy bien, o al menos no existen relatos que lo aclaren, cuál fue el motivo de la incomprensible actitud. Lo cierto es que este niño, con una década de edad desde que asomó sus narices a este mundo, decidió emprender este insólito viaje horizontal solamente provisto de una herramienta tan poderosa como inquietante: un sueño. Al parecer, sobrevoló la ciudad a través de Google Earth y desde allí pudo medir con cierta precisión la altura de los edificios céntricos. Su idea era la de trepar el edificio más alto. Estaba convencido de que, a mayor altura, mayor proyección de vuelo podría alcanzar. Según las declaraciones que se obtuvieron de los directivos de Google en Argentina, el niño habría pasado no menos de 30 horas en una navegación virtual por cada metro del casco céntrico de la ciudad. Por fin, al cabo de ese minucioso recorrido, este avezado infante concluyó que el edificio más alto se ubicaba a 50 metros de la plaza principal de la ciudad, justo en dirección oblicua al Palacio de gobierno. Según el testimonio del encargado del edificio donde este niño vivía, ese día se lo vio salir solo, vestido con ropa liviana, acorde a la estación de la primavera que en ese momento alcanzaba su clímax de expresión en la flora y fauna del revivido paisaje urbano. El encargado de edificio no supo contestar a la pregunta acerca del destino al que se dirigió el niño, debido a que, justo en el momento de su salida, se distrajo intentando ahuyentar a un perro que, descaradamente, estaba a punto de arruinar su trabajo de limpieza recién concluido en la vereda. Al parecer, el niño se habría trasladado en colectivo hacia su destino. No es que exista una prueba para aseverarlo, pero ese medio de transporte era el único que este niño conocía y, seguramente, se habría servido de él para alcanzar su objetivo. Además, según el relato de sus padres, él siempre había querido experimentar la sensación de introducir las monedas en la máquina expendedora, petición una y otra vez rechazada por sus mayores, objetándola por caprichosa, ridícula e improcedente. Una vez llegado al sitio de su destino, el niño se habría acercado al edificio cautelosamente, avanzando paso a paso de manera sigilosa, tanto como estudiando centímetro a centímetro lo que sería su último contacto con la planicie terráquea. La declaración del personal de vigilancia del edificio fue contundente para dilucidar la manera en que logró embarcarse en el ascensor que lo elevó hasta el último piso. "Evidentemente, el niño conocía hasta el más mínimo detalle lo que circundaba a la terraza del edificio. Nos sorprendió en medio de la agitada jornada de trabajo" -se disculpó el jefe del equipo de vigilancia, amedrentado por la posibilidad de verseen la calle a raíz de semejante desliz-. Lo cierto es que la sagacidad del niño pudo más que la estructurada y metódica operatoria de los hombres de uniforme. Se conoce que el niño argumentó su pesar por haber percibido desde el supuesto balcón de su casa, en un edificio contiguo, al nido de gorrión que había sido abandonado por los progenitores dejando a los pichones a la deriva, sin posibilidad de sobrevivir. Imploró enfáticamente y expresó su impostergable deseo de rescatar a las abandonadas víctimas y, así, salvarlas de su trágico destino. La angustia reflejada en el relato, sumada a la mirada humedecida de los ojos del perspicaz niño terminaron por abrirle las puertas de la cerrada custodia, infranqueable para otras pretensiones mucho más previsibles y de administración más cotidiana...
(continúa abajo, en la siguiente entrada).

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