martes, 1 de abril de 2008

"El país de los caminos que se anudan"

Hay un país en el que sus habitantes juegan al juego de los caminos que se anudan. Es un país extenso y relativamente poco poblado, de modo que alcanzar un destino puede demandar varias horas o, incluso, días.
Sobre su territorio se despliega innumerable cantidad de caminos, más grandes, más pequeños. Son caminos elásticos. Elásticos sí, porque transitar la inmensidad del territorio provoca la sensación de que se estiran a medida que se avanza por ellos; y elásticos, también, porque a menudo se forman nudos con mayor o menor dificultad para desatar, lo cual impulsa una serie de acciones de tironeo, de ajuste y desajuste, para poder des-anudarlos y así volver a atravesarlos.
De pronto, una mañana, alguien puede decidir lanzarse al camino para realizar algún trámite, ir al hospital, visitar a un pariente que hace mucho no se ve o, simplemente, para recorrerlo y disfrutar del paisaje. Ese día, el día menos pensado, pudiera ocurrir que el camino en cuestión se ha anudado en algún punto de su extensión, impidiendo el movimiento. Alguien habituado a este fenómeno no se sorprenderá y comprenderá, casi sin buscar explicación, que el camino ha quedado anudado y que pasará cierto -o incierto- tiempo para que vuelva a des-anudarse. Tampoco habrá algún cartel advirtiendo kilómetros antes que el camino se ha enredado en sí mismo: nadie puede anticipar un comportamiento tan díscolo. Y ni hablar si el camino puede convertirse en el puente entre la vida y la muerte de alguien que necesita atención médica: los nudos no distinguen a los viajantes y sus necesidades.
De modo que más comúnmente que lo esperable, pueden observarse filas interminables de camiones, ómnibus y demás vehículos cuyos ocupantes se las rebuscan para inventar cualquier tipo de actividad, mientras el nudo se desata
. Por ejemplo, están los camioneros, más habituados al fenómeno, quienes se preparan antes de iniciar el viaje con juegos de mesa, cocinas portátiles para preparar improvisadas comidas al borde de la ruta y una buena cantidad de cd´s con todo tipo de música. También dispondrán la comodidad necesaria para dormir buena cantidad de horas en la cabina del vehículo. Estas esperas interminables podrían propiciar hacer amistades, conocer nuevas gentes y sus destinos, sus anhelos, su visión de la vida y la realidad que los circunda. Pero no, cada quien se mantendrá envuelto en su mal humor y, a lo sumo, hará partícipe de su ira al circunstancial vecino de ruta en una verborragia ininteligible. A veces, eso sí, se improvisan verdaderos grupos de tareas ad hoc para promover una más rápida resolución del nudo. Si han tenido éxito, la próxima vez volverán a encontrarse en una situación parecida y ya no necesitarán organizarse, pues habrán acumulado la experiencia previa para lanzarse de inmediato hacia su misión.
En este país de los caminos que se anudan todos poseen el derecho de anudar un camino; no es una cuestión que llene los tomos del código civil, simplemente es una costumbre popularizada y tan extendida que nadie podrá siquiera opinar al respecto. De modo que también en las ciudades, en cualquier momento y en el lugar menos esperado alguien a quien se le ocurra podrá anudar una calle, una avenida, un puente o cualquier otra extensión de camino que se usa para transitar, y allí quedarse anudado hasta que se agote su cometido. También formas más sutiles, como estacionar un vehículo en medio de la calzada, lomos de burro -especie de obstáculos en los que parece que la gente es feliz transitando a los saltos- en todas las esquinas, paros sorpresivos en los subterráneos, multiplicidad de carteles, cajones y demás objetos de los comercios en el medio de las aceras y toda otra forma de anudarse y anudar a los demás. Esta práctica tan difundida ha provocado que la gente pierda el hábito del diálogo, de tal manera que el vocabulario ha ido mermando en su riqueza de expresión y, como se sabe, si hay un elemento distintivo del ser humano por sobre los animales es el uso del lenguaje para comunicarse, por lo tanto, su aspecto va tomando parecido a cualquier especie selvática, a excepción del privilegiado ser de la Creación.
La característica elasticidad de los caminos ha hecho suponer que todo puede ser posible, que la materia puede ser moldeada a capricho y antojo y que un guiño implícito siempre se dará por sobre-entendido cuando algún camino comience a dar vueltas sobre sí mismo. Es por eso que el gobierno de aquel país ha comenzado a promover que cada habitante adquiera para sí un camino, no sólo para transitar solitariamente sobre él sino, por sobre todo, para sentirse feliz poseedor de un camino propio, "privado" podría decirse, y hacer con él la cantidad de nudos deseada, por el tiempo que considere apetecible.
Una solución ingeniosa: el gobierno ha realizado ajustados cálculos y ha llegado a la conclusión de que de esta manera, cada uno transitando su propio camino y anudándose en él a su antojo, no molestará a nadie y así todos podrán vivir en paz.
Una medida inteligente, para el país de los caminos que se anudan.
Y de sus seres humanos, que ya no dialogan.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es una lástima que la propiedad privada haya irrumpido en este país tan chistoso. Yo pensaba que tantos nudos en lugar de separar hubieran podido unir.
Muchos pobladores de otros lugares llegarían sin querer a nuevos caminos producto de tantas uniones. Perdidos deberían preguntar por el lugar con el que han dado, pero así parece ser...La propiedad privada aisla y promueve el individualismo.
Que pena, me había resultado muy lindo este país de nudos.

El relato, genial!