martes, 1 de abril de 2008

"Miradas"

“¡Cuánta basura hay arrojada en la calle!”, dijo uno que caminaba por ahí.
"¿Cómo lo sabes?” -le pregunto alguien que estaba parado escuchándolo-.
“Porque sólo puedo mirar hacia abajo, y es lo único que puedo alcanzar a ver” –le contestó-. “¿Por qué sólo miras hacia abajo?” –le inquirió ansioso-.
“Porque he trabajado mucho tiempo en un escritorio, inclinado hacia una computadora, por una gran cantidad de horas diarias y se me ha formado una contractura en mis cervicales que me impide enderezar la cabeza” -le respondió-.

“En cambio yo –dijo el otro- sólo puedo mirar hacia arriba”.
“¿Ciertamente? ¿Por qué?” –le preguntó impaciente-.
“Porque yo me pasé la vida mirando al cielo, soñando, y finalmente he adquirido una contractura que no me permite bajar la cabeza. Por lo tanto, sólo puedo ver el cielo y algún pájaro furtivo que lo circunda” –le contestó-.
Sobrevino un prolongado silencio, al cabo del cual el que sólo miraba hacia abajo dijo: “¡Oye, entonces nunca podremos vernos la cara!”. A lo que el otro respondió: “Mucho me temo que no…” “¡Ya sé, tengo una idea!” dijo el “mirabasuras”. “¿Cuál?” –preguntó el “miracielos”. “¿Qué tal si me subo a una silla y tú te sientas en otra?”. “¡Ah, excelente idea!”.
Y se abocaron a la tarea. El mirabasuras, que podía mirar sólo el piso, arrastró dos sillas destartaladas que se hallaban apoyadas en un árbol a la espera de quien deseara llevárselas. Ubicó una de ellas y caminó en dirección al “miracielos”, de quien sólo pudo ver sus zapatos. Lo tomó de los brazos, lo condujo hacia la silla y lo sentó en ella. Una vez que consiguió realizar ese primer paso, enfrentó la otra silla hacia su interlocutor y, con mucho esfuerzo, siempre mirando hacia abajo, pudo treparse y se irguió, quedando, ambos, enfrentados cara a cara. Por un largo instante permanecieron en un inquietante silencio, como si a cada uno le costase comprender que tenía frente a sí un rostro humano. Tal era el asombro que ni siquiera se animaron a un pestañeo, con tal de no perderse un instante de la imagen que tenían delante.
Luego de minutos que parecieron eternos, el “mirabasuras” frunció el ceño.
“¿Qué te sucede?” –le preguntó el “miracielos”-.
“Me decepcionas” –le respondió-.
“¡Explícate!” –le exigió consternado el que sólo miraba hacia arriba-.
“Debes saberlo” –comenzó a explicarse-. “Luego de tantos años de mirar sólo la basura del suelo, esperaba encontrar en tu cara los colores cambiantes del cielo: azules intensos, celestes variados, grises de distintas intensidades, el brillo incandescente del sol… Y sólo he hallado un par de ojos que nada irradian” –concluyó-.
“Mira” –le explicó el “miracielos”-. Bien te dije que me pasé la vida soñando, mirando al cielo. Los sueños surcaron mis bóvedas interiores, llenándolas de infinitos estados y sensaciones. Pero nada tuvo que ver mi cuerpo en ello. Él ha permanecido al margen de toda mi ensoñación” –le respondió-. “Y mírate tú” –le reprochó al “mirabasuras”. “Tú tienes el ceño fruncido y tu cara parece estar en estado de putrefacción”.
“¡¿Qué sabes tú de estas cosas?!” –le respondió el “mirabasuras”. “Yo tengo la mirada clavada en el suelo, plagado de objetos de descarte, lo peor de un proceso de selección que termina yaciendo allí hasta que alguien se ocupa de retirarlo. Una trágica miseria humana de la que cada cual intenta deshacerse sin darse por aludido de su procedencia” –le espetó, visiblemente irritado-.
Dicho esto, volvió a producirse un largo silencio durante el cual las miradas se cruzaron delineando un canal de ida y vuelta de tal intensidad, que seguramente ningún objeto hubiera podido salvarse de ser quemado, de haberse interpuesto. Poco a poco volvieron en sí y ablandaron sus entrecejos. En silencio, el “mirabasuras” bajó de la silla y ayudó al “miracielos” a levantarse. Cada uno emprendió su partida sin emitir ningún sonido, sin pretender una despedida ni una palabra de compromiso.
Mientras tanto yo, que atentamente había asistido a ese encuentro, me sentí profundamente abatido. Como si una fuerza implacable se hubiese inclinado sobre mis espaldas y estuviese a punto de vencerme. Una carga que se develaba inédita sobre mí, pero que quizás hubiese estado allí por siempre, presionándome.
Yo, que, desde siempre, sólo había podido mirar en línea recta hacia delante…

8 comentarios:

Gracia dijo...

Qué lástima. En lugar de perder el tiempo en reproches, lo hubieran aprovechado en conocerse mejor y ayudarse a aliviar un poco sus contracturas. Quién sabe qué hubiera pasado entonces.

Meajer dijo...

Es que cada uno vive ensimismado y abstraído en sus propios dolores. La llegada del otro distinto muchas veces provoca más rechazo que una oportunidad para el cambio. De veras es una lástima...
Muchas gracias por tu comentario.

Gracia dijo...

Sería bueno salirse un poco de uno mismo y poner un poco más de voluntad para entender a ese otro distinto. Lo que se vió es que en realidad no existieron ganas ni intención de hacerlo, de ninguno de las dos partes.

Meajer dijo...

Es verdad. En el relato los dos están contracturados, que en definitiva es un estado de inmovilidad. Quizás si se hubiese tratado de dos personas más "flexibles" la apertura habría sido posible. Muchas veces decidimos abrirnos al otro cuando las entrañas nos aprietan. Mala costumbre. Gracias por estar ahí!

Gracia dijo...

Siendo "flexibles" es muy fácil. El tema es estando limitados ambos, han perdido una fantástica oportunidad de complementarse. Es más difícil, da más trabajo, pero es a la vez más satisfactorio. El "Mirabasuras" podría haber sido una guía para el qué sólo podía mirar hacia arriba, ayudarlo a andar mejor por el camino, evitar que tropiece a cada rato con los obstáculos que se le interpongan. El "Miracielos" por su parte, podría haberle ayudado al otro a estimular su imaginación, describirle esos colores cambiantes del cielo con que tanto fantaseaba. Hacerle más liviana la condena de no poder ver más que sus zapatos y la mugre del piso... Además, ¿por qué hay que esperar que ese otro CAMBIE? ¿Por qué pretendemos que nos acepten tal cual somos si no estamos dispuestos a hacer lo mismo con el que tenemos frente nuestro? ¿por qué no podemos tolerar sus limitaciones, pasar de ellas, y mostrarle lo que tenemos para ofrecerle y a su vez, aceptar lo que tiene el otro para nosotros? ¿será que realmente queremos que sean iguales, que sientan, vean y aprecien lo mismo que uno, y si no es así, entonces no nos sirve? No se trata de esperar que los dos "CAMBIEN", eso es imposible. El tema es que siendo diferentes, aprendan a aceptarse tal cual, y en esa diversidad aprendan a convivir las dos partes y puedan unirse, y al fin formar un ser completo.

Meajer dijo...

Lo que usted propone podría decirse que es el objetivo último de la humanidad: enriquecerse con la diversidad y formar "un sólo ser" con "un único corazón". Pero, por alguna razón que no llegamos a conocer, nuestros dos personajes han llegado a contracturarse. Y quien se contractura tan fuertemente sin tomar medidas antes, es una persona que no se percibe a sí misma cabalmente. Quien no se percibe a sí mismo, difícilmente podrá advertir que la presencia del otro pueda ser mutuamente beneficiosa. La contractura sin retorno exhibe un corazón endurecido y opaco.
Pero para cada uno siempre hay una oportunidad. Después de todo, no tenemos noticias de qué les habrá pasado a los dos luego de despedirse y con quiénes se habrán cruzado...

Gracia dijo...

Bueno, en eso comparto con usted. Mejor prevenir que curar. Agradezco sus repuestas y el poder intercambiar opiniones.

Meajer dijo...

Gracias a usted por enriquecer este blog.