jueves, 1 de mayo de 2008

"La puerta del más allá"

Desde que despertó en aquel lugar todo fue desconcierto.
Qué hacía allí, cómo había llegado, dónde se ubicaba geográficamente ese lugar…
Tumbado sobre una cama, se encontraba allí por alguna inalcanzable razón.
Comprobó que su cuerpo no respondía a las demandas cerebrales con la rapidez deseada, de tal modo que decidió darse tiempo para cobrar fuerzas y comprender algo más de su situación.
Al parecer, se trataba de una habitación de mediana dimensión, sin ventanas a la vista, con paredes grises, sin adornos u objetos colgados de ellas, y con la sola interrupción, en la pared que se enfrentaba a su cama, por la presencia de una puerta que se encontraba cerrada.

Ningún otro indicio a la vista. Ninguna otra muestra de presencia humana.
Agudizó su sentido de la audición para alcanzar a percibir qué sucedía del otro lado de la puerta. Sólo logró mayor confusión: el murmullo que parecía oír era tan difuso que no supo bien si se trataba de un sonido real o una reverberación interna, producto de su estado de estupor.
Con el correr del tiempo esa puerta comenzó a convertirse en un objetivo, un paso decisivo hacia la meta de su liberación.
No encontraba aún las fuerzas, pero sabía que tarde o temprano debería atravesarla para verse libre.
Tampoco sabía qué le esperaba del otro lado. Tan sólo, quizás, la conciencia de nuevos desafíos, pero se manifestaban como un cúmulo abstracto en su mente y, como tal, lejano a la posibilidad de resolución inmediata.
Por fin, comenzó a individualizar cada uno de sus miembros y a comprobar su buen funcionamiento. Brazos, manos, piernas, pies. Todo parecía responder a su voluntad cada vez con mayor efectividad.
Decidió esperar un poco más, aprovechar ese tiempo indispensable para reflexionar. Recordar los últimos momentos de conciencia, las últimas imágenes que le indicaran alguna pista de su actual condición.
Poco acudió en su ayuda. Sólo imágenes borrosas de desprendimientos de rocas montañosas, caídas de árboles, cuerpos de animales yaciendo muertos sobre extensos campos color cobrizo…
Centró su atención nuevamente en la puerta. Estudió el diseño del picaporte, contó la hipotética cantidad de pasos que lo separaban de ella.
Allí estaba, invitándolo a atravesarla, a utilizarla en pos de su emancipación. Estaba allí solamente para servir a ese propósito. No podría alcanzar ninguna otra utilidad. Luego de dejarla atrás, toda su permanencia carecería de sentido.
Probó levantarse de a poco: una pierna, un brazo de sostén, otra pierna, el otro brazo. Ya estaba sentado. Contempló en derredor. Apoyó los pies sobre el suelo, estaba frío. Utilizó los brazos para ayudar a sus piernas a sostener todo el cuerpo. Dio un envión de ascenso y se erguió íntegro. Permaneció allí unos segundos y, cuando sintió que alcanzaba el equilibrio, emprendió el primer paso. Luego el segundo, el tercero. Uno tras otro iba cobrando mayor seguridad.
La puerta se acercaba, ya la tenía.
Sólo tres pasos más. Uno. Dos. Tres. Tomó el picaporte. Intentó girarlo pero no pudo. Estaba atascado o algo así. Desesperado, presionó con mayor intensidad y no logró moverlo. Estaba fijo.
Se acercó aún más a la puerta, dejó deslizar la mano a través de su traza y la textura inconfundible reveló finalmente que se encontraba ante una porción de pared en la que, con habilidad de artista, había sido pintada allí, y dado apariencia de realidad una puerta, la cual, desde ese momento, dejaba de existir definitivamente como tal en su representación.
Comprendió que se encontraba atrapado, hecha añicos su ilusión.

Perdida la noción del paso del tiempo, desde entonces su mirada ha quedado fijada en dirección hacia aquella pintura.
Sólo su mirada, fija, ha quedado allí.

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