domingo, 1 de junio de 2008

"Con lo puesto"

¡Quién podría haber sugerido que llegaría a esa edad con lo puesto!
Cualquiera hubiera aventurado que aquel joven y sagaz estudiante tenía preparado en sus planes un futuro promisorio. Exitoso, como suele decirse en estos casos.
Pero no.
Luego de más de la mitad de los años transcurridos, la mitad de los años completos de su vida, se encontraba con los límites de su contorno ajustándolo más y más.
Y no es que no haya conocido la holgura en épocas pretéritas; por el contrario, supo rodearse de densos aires perfumados de golondrinas recién llegadas, intensos colores que reflejaban el andar por las profundidades, dorados círculos concéntricos eslabonados interminablemente. Brillos, multiplicidad de brillos, encandiladores destellos.
Pero no ya, no ahora.
Como a toda situación creada, un trasfondo de camino se dibuja descendente a espaldas de su escuálida silueta. Una sombra más fina aún, una lamentable prolongación de un ser a punto de desmaterializarse, un gris espeluznante que marchita la lonja de tierra en la que reposa.
Tan profunda es la proyección de su cuerpo espectral que no alcanza a divisarse el inicio de la catástrofe, el origen de la empinada tragedia. Si algo puede agradecérsele a la sombra es la bondad de no permitir detenerse a contemplar el cuerpo que le da existencia. Un llamado a la misericordia que evita el mal trago de atestiguar sobre lo indeseable, tal como el deber de concurrir a la morgue judicial para reconocer la identidad de un cuerpo que alguna vez portaba vida.
La sombra succiona y transporta velozmente hacia el horizonte, al menos con el sentido de la vista. Ese sentido que no quiere funcionar a la hora de poner en foco a la desdicha.
¿Qué habrá pasado en esta segunda mitad de su recorrido?
Si la carne ha desaparecido, en algún agujero negro de la existencia ha quedado depositada. Si los huesos hincan cruelmente la piel, ésta ha contado con tiempo suficiente para adaptarse a su tormento...
¿Alguien ha escuchado su palabra, su lamento, su padecer? Nadie parece poder dar testimonio.
La velocidad del torbellino cotidiano lo ha apartado de la conciencia del prójimo. En estos años de la segunda mitad de su vida ha transitado en soledad, con su grito a cuestas, un espasmo inaudible para la aturdida multitud de contados individuos.
Uno a uno han partido, tal como uno a uno no han llegado. Como un imán, pero al revés, la potencia beligerante ha provocado la expulsión, la lejanía y, finalmente, el abandono.
Una fuerza que no se corporizó en voluntad, más bien se propagó en ecos de sombras. Esa fuerza expulsiva que él no conoció, al menos en sus escalonados niveles de conciencia.
Algunos se fueron, otros no llegaron. ¡Es que con tan poco bastaba! La suma algebraica no abarrotaría los dígitos de la calculadora; tan sólo algunos pocos hubieran logrado alguna plenitud.
Pero no.
La antigua arrasadora corriente ha trocado en un lánguido flujo que no alcanza a irrigar la elemental energía de vida. Y en esa frágil permanencia sus días transcurren destiñendo el olvidado fervor.
Nadie podría saber hasta cuándo soportará. Su presencia atestigua al menos la existencia de un sufrimiento mayor que el propio, de un nivel de caída más hondo, de una más sórdida capa de desesperación.
Quizás allí mismo radique su valor; una apreciación callada en las almas que contemplan la humillación desde la vereda opuesta. Quizás, desde ese lugar los ruegos por su permanencia lleguen al cielo, brindando sustento al próximo en el turno.
¿Quién podría aventurar la cuantía de ese valor?
¿Cuánto vale en este mundo convertirse en testimonio de la catástrofe humana?
Con su vida en estado de remate, sobrevendrá a gritos la llegada de las ofertas.

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