lunes, 1 de diciembre de 2008

"El reflejo de la pared"

Antes de encender el aparato era sólo una pared blanca.
Luego que hubo de presionarse el interruptor, dos cosas cambiaron: la sala albergó el ruido constante del ventilador del proyector y la pared ya no estuvo blanca. Mejor dicho, para ser más exactos, en un comienzo se delimitó un área rectangular que, incluso, llegó a ser más blanca que la pared blanca.
Al cabo de algunos segundos la pared blanca -o, siguiendo la coherencia, el área rectangular más blanca que la pared blanca- fue transformada en una compleja continuidad de colores en movimiento, cobrando vida a través de las imágenes que comenzaban a contar una historia.
Y la historia es lo que menos me importa relatar. En todo caso por ser historia adquirió un sentido de existencia y absorbió la atención de aquellos que nos encontrábamos en la sala.
El punto de interés de este suceso radica en la transformación de una fría pared blanca en un recipiente capaz de refractar una combinación de colores y movimientos coherentes entre sí, proporcionándole cierta característica de algo viviente.
Claro está, se podrá discurrir si la pared ha adquirido vida o simplemente la vida está contenida en la luz irradiada por el halo del proyector. O si, en definitiva, ninguna de las dos cosas posee vida
per se, limitándose simplemente a transmitirla y reflejarla de manera anodina, perteneciendo la vida a quien contempla esa luz.
De lo que no podremos zafarnos tan fácilmente es de la sensación de vida que se ha generado con todo este proceso. Una sensación que, claro está también, no se anida sino en nuestro propio interior, en la capacidad de evocación de nuestras vivencias pasadas, albergadas en forma de recuerdo.
Pero, lamentablemente, el recuerdo así definido tampoco posee vida en sí mismo.
Como el proyector, el recuerdo es evocado y compelido a traer ante nuestra percepción conciente aquellas imágenes que nos vinculan con nuestro pasado -ahí sí vivido- o con situaciones similares, analogables a las imágenes del proyector.
Lo que sí genera vida, entonces, es el llamado emotivo de aquel recuerdo -guardado en una cajita o en nuestro propio cofre interior-. Una vida un tanto particular ya que, desde luego, no se trata de una vivencia activa del presente, sino más bien un
re-vivir una porción del pasado, revitalizado a través de la emoción que eso nos genera.
¿Qué instancia de nuestro interior se corresponderá con aquella porción de pared blanca? ¿Cuántos millones de pequeños rectángulos se encuentran apagados a la espera de ser convocados para refractarnos nuestra propia vida?
En esta especie de
video wall infinito yace aparentemente buena parte de nuestra vida futura. Como una especie de combustible que es encendido para propulsar una vez más alguna acción concreta y la consecuente generación de vida.
En esencia, entonces, ¿qué somos? ¿Una interminable cadena de rectángulos apagados a la espera de volver a ser encendidos? ¿Vida latente, pero que ya no es
vida, en los términos de la energía transformadora que esa palabra conlleva? Y mientras están apagados, ¿somos esa pared blanca, carente de vida?
Siguiendo esta lógica, a menor cantidad de sucesos guardados en nuestro recuerdo, menor será la cantidad de sucesos a producir en el futuro. Una pobreza -en términos cuantitativos- que producirá mayor empobrecimiento. Y, a mayor y más variado número de sucesos acarreados en nuestra memoria, mayor será la posibilidad de reproducirlos, aumentando en número y complejidad.
De tal forma que si hoy te levantaste con la mente en blanco, será porque tu sistema de recuerdos emotivos está siendo obturado por algún mecanismo que no puedes manejar a tu antojo. Estás como aquella pared blanca que nada tiene para contar.
Estás algo así como muerto, como en vida latente. Eres un Walt Disney, sin la cámara de frío que lo mantiene congelado.
Si no se ponen en movimiento las vidas pasadas, no podrá haber producción de vida futura. Vida, en tanto suceso pasible de ser incorporado como uno más de esos infinitos cuadraditos que están dentro de tu memoria.
Podrá haber, eso sí, una profusión de actos que realices con todo tu cuerpo, pero que carecerán de la emoción generadora de vida. Y, básicamente, no estarás allí.
Tampoco generarás un cuadradito adicional para el recuerdo vivificante de los demás.
Así que, así parece ser la cuestión. Estamos vivos en tanto que podemos salir de la blanca frialdad y refractar vida. Proyectarnos desde dentro hacia afuera.
Vida que otorga vida.
¿Proyectamos algo hoy, o nos quedamos atascados entre el pasado y el futuro?

2 comentarios:

Florencia Pérez dijo...

Me parece super creativa la analogía que estableciste, pero...además de creativa, me ayuda a pensar en los miles de recuerdos que se vienen a mi mente y me comen gran parte de la energía que tengo. Tu texto me hace pensar en que vivo en y con vivencias que en realidad ya no tiene vitalidad (la tuvieron) pero ya no...entonces es como si viviera pero en realidad transito un mundo de fantasías sin poder hacerme cargo de lo que hoy se me presenta.
Ahora, tenemos que poner constantemente imágenes en esos cuadraditos o quizás dedicarnos a la otra parte, al tiempo donde esas imágenes se desarrollan? es decir a la actuación. mmmmmm...es muy difícil Sr. Meajer pero valga el llamado de atención!
Felicidades! una vez más sus letras acaparan mi atención

Florencia Pérez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.