miércoles, 1 de abril de 2009

"La rueda de la suerte"

El pibe tomó la bici y rumbeó calle abajo. Se dejó deslizar por la suave pendiente y casi cerró los ojos.
A los cien metros todavía se escuchaban los amenazantes gritos de su padre, quien no pudo evitar que el chico se le escapara otra vez.
Una vez a la distancia, esos gritos formaban parte del pasado, pero a la vez del futuro, que se le presentaría una vez regresado a su casa. Él sabía que su viaje en bici podría dibujar una línea recta, pero que en esencia no era más que un recorrido circular. Al cabo terminaría volviendo a su temida realidad.
El pibe le metió y le metió hasta que los alaridos se disiparon, los colores cambiaron y hasta la temperatura pareció haber descendido.
No tenía un destino conocido. No poseía un lugar de refugio, un escondite secreto, en el cual echarse y respirar su propia libertad. Para él, el mundo era un lugar demasiado pequeño y colmado de sitios reiterados como para sentirse cobijado en sitio alguno.
Desde temprana edad el pibe comprendió que su libertad no dependía del tiempo ni del espacio, sino más bien de la abstracción. Así que para el pibe su refugio era el movimiento, la marcha sin cesar.
Entonces, cuanto más pedaleaba y pedaleaba, el pibe se iba introduciendo en un paisaje que perdía la nitidez de sus límites. Un paisaje tal vez real, tal vez no, pero completamente plausible para él.
Ese era su recorrido cotidiano.
Pero este día no era igual a los demás. Lo percibió sin percibirlo cuando tomó su bicicleta con inusitada resolución y despegó. Habrá sido por su energía o vaya a saber qué causa, pero en una de sus pedaleadas la cadena de su bicicleta se rompió y, tras un primer instante de trabazón, los pedales quedaron girando en falso.
El pibe se bajó de su bici y maldijo en voz baja. A esa altura de su itinerario ya no sabía dónde estaba. Pisaba sobre asfalto, sí, pero el asfalto era un dato tan monótono como intrascendente para recurrir a su ayuda.
Los carteles no le indicaban lugares conocidos y la gente que rumbeaba por ahí parecía adormecida, con sus cabezas rígidas y como caminando en el aire, por lo que prefirió no acercárseles.
Se sentó. Intentó reparar la bicicleta. Se resignó. Pensó en caminar, pero no sabía hacia dónde y para qué.
Después de todo, ¿a qué distancia estaba de su casa? Y, ¿para qué averiguarlo?
Comprendió que la bicicleta era su única compañía, pero más que ayudarlo, ahora era ella la que le estaba pidiendo su rescate. Y se encerró en su desesperación.
Entonces fue cuando se le ocurrió una idea que lo sorprendió por lo inédito del pensamiento: ya que la bicicleta era su única y válida compañera, ¿por qué no consultar con ella cómo salir de allí? Echaría a girar una rueda y, según qué rayo se detuviera frente a sus ojos, la bicicleta estaría respondiéndole a sus preguntas o diciéndole algo que él mismo descifraría a cada momento.
Y no demoró más en iniciar la primera consulta.
Giró una vez y al cabo de algunas vueltas la rueda se detuvo. Él miró fijamente al rayo que quedó frente a su vista. Le costó interpretar el mensaje, pero al rato la certidumbre acudió resuelta: "Cuando puedas repararme intentarás pedalear con fuerza y elevarte por encima de la superficie. Allí te sumergirás en un remolino de estrellas para descubrir otras galaxias".
- Pero, ¿porqué debo hacer eso yo? -preguntó y volvió a hacer girar la rueda-.
Cuando ésta se detuvo el pibe pareció recibir la respuesta: "Porque eres el Elegido".
La fuerza de esas palabras golpeó en su corazón y ya no pudo preguntar más.
Decenas de interrogantes se apilaban en su cabeza... ¿elegido por quién...? ¿cuánto tiempo tendría que permanecer en su misión...? ¿cómo volvería a la Tierra...?
Pero sintió que ninguna respuesta tendría tanto valor como el haber sido indicado para una misión importante, con una trascendencia imposible de cuantificar por el momento. Ahora él era el Elegido y eso era lo que contaba.
Largo rato quedó mirando fijamente el rayo de la rueda que le había transmitido la noticia. Con el paso de los minutos su corazón comenzó a sosegarse y su vista se enturbió y terminó quedándose dormido.
Y tuvo un sueño.
Soñó que él se escapaba de su casa con su bicicleta, mientras que su padre vociferaba amenazante detrás de él...
Se despertó de un salto por los gritos estridentes que inundaban toda la casa.

2 comentarios:

leo dijo...

En realidad Tu eres el elegido.
el elegido para participar de la masa critica el primer domingo de cada mes, a las 16 en el obelisco.

Usa la bici TODOS los días.

Celebralo una vez por mes!!!!


muy bueno el cuento

Meajer dijo...

Leo, todos somos los elegidos...
Bien por el anuncio de masa crítica, por esta vez no te lo cobro.
Saludos