viernes, 13 de julio de 2012

"Invento argentino"

La fila para esperar al colectivo ya sumaba 12 personas. No era hora pico ni nada por el estilo. Pero era ya tradicional la demora excesiva y todos esperaban resignados su aparición, forzando la capacidad visual tantas cuadras como la interposición de carteles, camiones y árboles lo permitiese.
Algunos descendían a la calle, pretendiendo ir más allá, en un intento por acercarse al ansiado vehículo. Si el colectivo no viene, pues bien podría ir uno hacia él...
Durante la espera, algunos preferían mirar hacia abajo en busca de algún objeto que lo distrajese momentáneamente. Otros, también mirando hacia abajo, pulsaban frenéticamente las teclas de su teléfono, enviando mensajes (¿S.O.S.?) a su lista de contactos.
(Digresión: ¿Será que las compañías de teléfonos celulares hicieron un convenio con los medios de transporte para que demoren más de la cuenta y así lograr que se envíen muchos más mensajes de texto?)
Como sea, lo cierto es que nadie reparaba en quién tenía a su lado, o atrás, o delante...
Formando fila, a una debida distancia y sin dialogar con los demás, cumplían puntillosamente lo que habían aprendido durante la escolaridad primaria.
Por fin, el colectivo arribó, porque alguna vez se produce el caso.
Como corresponde, los caballeros cedieron la entrada a las damas y se ofrecieron gentilmente el ingreso uno a otro, jugando a que el que sube último es el más caballero de todos.
La primera en colocar sus monedas en la máquina expendedora fue una señora de mediana edad, de aspecto desquiciado. Llevaba una cartera color marrón de generosa medida. Allí metió sus manos para seleccionar, una a una, las 20 monedas de 5 centavos para pagar el pasaje.
Como corresponde a cualquier sociedad civilizada, nadie objetó el desairado proceder de la señora. Como si no hubiera tenido tiempo suficiente para preparar el dinero de la paga, la señora escudriñaba en las profundidades de su cartera a fin de sacar hasta la última molesta moneda y poder seguir en paz con su vida.

El conductor tampoco emitió palabra y responsabilizó al último hombre en subir (el-más-caballero-de-todos) por la dificultad para cerrar la puerta.
Cuando la señora hubo ingresado la última moneda, la máquina indicaba que faltaba una.
- ¡Dice que falta una! -dijo con un bramido, indicando que no se haría cargo de un posible error en el conteo-.
- ¡Faltan 5 centavos, señora! -sobreabundó el chofer-.
- ¡Yo las conté una por una! -indicó ella, como si hubiera hecho falta que lo hiciese-.
Sin más, el conductor anuló la operación y, a modo de lluvia de estrellas, las monedas cayeron sobre el receptáculo de la máquina, aportando una leve musicalidad, a la de por sí sórdida situación.
Para cuando hubo obtenido su boleto, muchos de los pasajeros que esperaban para sacar el suyo ya daban muestras de necesitar descender. El-más-caballero-de-todos continuaba siendo el último, a pesar de las muchas personas que fueron subiendo en las siguientes paradas. Gentilmente había cedido el lugar y todos le agradecían y veían en él
el paradigma de la consideración, el prototipo del hombre del mañana y, por qué no, el candidato ideal para las próximas elecciones presidenciales.
Como todo llega en esta vida, hasta el colectivo llegó a la parada donde el-más-caballero-de-todos debía bajar. Y solicitó de manera amable al conductor que le parase.
- ¿Sacaste boleto vos? -preguntó el chofer-.
- ¡¿Cómo quiere que lo saque si viajé colgado todo el viaje?! -argumentó aparentemente irritado el-más...-.
- ¡De vivos estamos llenos! -espetó el conductor y al unísono se produjeron comentarios de desaprobación en voz baja, miradas fulminantes, abucheos y silvidos-.
En un instante las encuestas para el futuro presidente bajaron estrepitosamente y, ante el bochorno, tuvo que deslizarse raudamente, desapareciendo entre el enjambre de autos y cortinas de humo.
- ¡Habráse visto! -fue la más acabada expresión, suscitada en boca de la señora de las 20 monedas de 5 centavos-.
FIN.

Te preguntarás qué tiene de inédito este relato, si acaso todos los días te enfrentas a situaciones semejantes. Muy bien, es cierto. Nada de novedoso.
Pero, permíteme sugerirte algunas cosas. La próxima vez que viajes en colectivo:
- Dialoga con las demás personas de la fila. Pero no para protestar, sino, por ejemplo, para contemplar las hojas de los árboles, maravillarse con el cielo azul o compartir una linda anécdota.
- Si el colectivo no viene, puedes proponerle a 3 personas más compartir un taxi. No te subas solo, finalmente todos viajan hacia el mismo lugar.
- No utilices frenéticamente tu celular. No olvides que todo está arreglado para que hagas justamente eso.
- Paga tu boleto con la menor cantidad de monedas posible. No te olvides que detrás de tí tienes a tus semejantes que han esperado tanto como tú y desean ingresar también.

- Por último: si alguien te cede el lugar para que subas primero, agradécele, pero sabrás que finalmente te estará madrugando.

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