martes, 1 de septiembre de 2009

"Identidad"

Por fin, los trámites para la sucesión habían concluido y podría poner en venta la casa.
Había esperado ese momento por años, desde que llegara aquella carta del escribano de su tío Elías, la cual le informara que era la única heredera.
El tío Elías era hermano de su padre y tras haber enviudado no volvió a casarse y se fue de este mundo sin dejar descendencia.
Apenas si Sara recordaba a su tío. Desde que ella partiera hacia Nueva York, había perdido contacto con su familia y de eso hacía más de dos décadas. Asimismo, sus padres -nexo natural con su familia mayor- habían muerto ya hacía años.
Cuando recibió la noticia sobre la herencia dudó en responder. Dudó sobre la pertinencia de hacerse con un dinero de alguien a quien no llegó a conocer cabalmente.
- ¿No hay otros herederos? -preguntó al escribano en su primera comunicación telefónica-.
- No, absolutamente -respondió el escribano-. Su tío lo sabía, por eso dejó un testamento a su nombre exclusivamente.
- ¿Y si lo rechazara?
- Luego de un tiempo pasaría a manos del Estado.
Si bien su tío Elías le resultaba alguien lejano, pensó que sería más lógico aceptar la herencia que dejarla en manos de un Estado de dudosa idoneidad en el manejo de los fondos.
A llegar a Buenos Aires, se reunió con el escribano, quien la puso al tanto de la agenda.
Aprovechó su tiempo libre para recorrer lugares, visitar a gente que hacía tiempo no veía y, en fin, dar lugar a la nostalgia y a los recuerdos.
Un día, al cancelarse la visita a una vieja amiga, se le antojó la idea de conocer la casa de su tío Elías. Llamó al escribano y éste admitió poseer la llave en custodia, accediendo al pedido por comprender la legitimidad de la inquietud de Sara. Ella prometió visitar la casa y devolver la llave antes del atardecer.
Al ingresar, la envolvió un olor mezcla de humedad con ecos de pucheros y guisos. Sintió que tan sólo esa vivencia evocaba sus tiempos de niña. Abrió las persianas para permitir el ingreso de luz y recorrió lentamente cada una de las habitaciones.
Habiendo satisfecho su curiosidad decidió permanecer sentada en el dormitorio principal, donde apenas quedaba una silla y algunas perchas tiradas en el piso. El asilo de ancianos había retirado todo el contenido de la casa, según había convenido el tío Elías para después de su muerte.
En ese instante, un susurro la sorprendió provocando un respingo de incredulidad y miedo intensos. Al repetirse, instintivamente miró hacia todos lados, pero nada allí se había movido.
- No te asustes, somos nosotros...
- ¿Quiénes son ustedes? -preguntó con un terror que la paralizaba-.
- Nosotros, tu familia. Somos todos juntos, al unísono. Tu familia entera.
- Pero... ¿dónde están, cómo pueden comunicarse si están todos muertos?
- Precisamente porque estamos todos muertos podemos comunicarnos contigo ahora. Sabrás que es una comunicación fidedigna y que todo lo que te digamos será absoluta verdad.
- ¿Qué quieren comunicarme? -su voz pasaba de la angustia extrema a una cierta incomodidad-.
- En este momento estás recibiendo en forma exclusiva la herencia de toda tu familia. Sabes que nadie más vendrá a entregarte sus bienes, ya que nadie más hay.
- ¿A qué quieren llegar?
- Deberás sopesar tus actos porque serás nuestra única representante en el mundo material. Sabes que tu apellido es el nuestro y que tus acciones hablarán bien o mal de nosotros. Y aquí, en las esferas celestiales, todo es evaluado en base a méritos. Tus méritos serán los nuestros a partir de ahora...
- ¡No quiero semejante carga, desisto de la herencia!
- No entiendes, hija nuestra. Es un proceso estricto e irrenunciable: todo el que se queda habla por los que se fueron. Y éstos dependen de los que aún permanecen para ser favorecidos en sus instancias espirituales. Tú debes comprender que no se trata de dos mundos separados, antes bien, se trata de una interconexión eterna. Los actos en el mundo material condicionan al mundo espiritual y viceversa.
- ¡Entonces, rueguen por nosotros allí arriba, porque bastante mal estamos en este mundo!
- Sigues sin entender. Si la herencia que dejamos en la Tierra no posee méritos en tus actos cotidianos, mal podremos nosotros defendernos y defender a los que aún viven allí. Ustedes tienen el verdadero poder, está en vuestras manos bregar por todos.
- ¡Esto es un chantaje! ¡Pueden olvidarse de mí y de todos sus bienes terrenales! ¡Nadie robará mi libertad que al fin he alcanzado!
- Hija, entiende: la libertad no puede ser un concepto terrenal. Nadie en el mundo de la materia puede ser libre, ya que todos los que estamos en el mundo de las almas clamamos por sus acciones. Y aquí poco es lo que podemos hacer por la libertad, excepto rogar para que vuestros corazones se iluminen...
- ¡No es asunto mío el mundo de las almas! ¡Aún sigo estando viva y puedo vivir mi vida como me plazca!
- En este caso, si es eso lo que eliges, entonces ya no volveremos a comunicarnos contigo. Es verdad, tienes la opción de recordar tu apellido u olvidártelo definitivamente. Nosotros carecemos de esa elección. Pero nunca te olvides de la interconexión...
Un largo silencio se produjo en la habitación y Sara permaneció inmóvil largo rato.
Ya en la oficina del escribano, éste le preguntó si había encontrado todo en orden, a lo que ella respondió que aún suponía que había cosas por revisar.
"Todos los papeles están en perfecto orden" -le aseguró el escribano-.
"Posiblemente. Pero aún debo dar un repaso a todo lo actuado hasta ahora. Lo mantendré informado" -respondió Sara-.
Y llevándose su mano derecha a la boca, salió de la oficina con rumbo incierto.

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