domingo, 1 de noviembre de 2009

"La jaula del león"

Hace ya no sé cuánto tiempo, soñé un sueño.
Soñé que estaba durmiendo y, al darme vuelta, la cama se abrió como si el colchón hubiera estado compuesto de algunas ramas y hojas secas en suspensión y que, al moverme, toda la estructura cedía, provocando mi caida con todo el peso de mi cuerpo inerte, nada menos que dentro de la jaula de un león.
Al producirse el golpe seco sobre el piso de la jaula, el león, que se hallaba tirado durmiendo, pegó un respingo, y pareció más asustado que yo al comprobar mi inesperada visita. Lo cierto fue que, al reponerme de la caida, me encontré frente a frente con el león, en un cruce de miradas en desconcierto, mezcla de asombro y terror, en cantidades proporcionales.
Ninguno de los dos atinaba a moverse. El león, quizás, porque aún no salía de su asombro o tal vez porque pensaba que sólo se trataba de un sueño; y yo, porque mi caida se había producido mientras yo estaba durmiendo, y no terminaba de definir si aquella situación se desarrollaba dentro del mismo sueño, dentro de otro, o en la mismísima realidad.
Como fuera, el tiempo transcurría y los acontecimientos permanecían congelados. Pensé que si ofreciera mi sueño para la realización de un guión cinematográfico, no obtendría mayor éxito dado que la situación se había estancado por más tiempo del conveniente.
Y ni pensar en que todo ese cuadro se estuviera desarrollando dentro de la realidad. Si verdaderamente yo estaba frente a frente con un león dentro de su propia jaula, ¿qué hacía yo perdiendo el tiempo imaginando situaciones oníricas para la realización de una película?
Al transcurrir los minutos sin que nada nuevo se produjese que ayudara a destrabar la incertidumbre, comencé a preocuparme por el excesivo tiempo que el sueño venía demorando. ¿Qué pasaría si esa situación se extendiera por más tiempo? Quizás pasaría la hora de levantarme para ir a trabajar y perdería el tren de las 7.45, resignando mi premio por puntualidad y presentismo. ¿Y qué sucedería si se extendiera aún más? Entonces faltaría al partido de tenis del día jueves, a la cena del viernes por la noche y a una salida de fin de semana.
Todo esto comenzaba a angustiarme. Si el sueño siguiera su curso sin poder de resolución, todos mis familiares y amigos pensarían que he desaparecido, que me he ido sin aviso previo y sin rumbo conocido. ¿Y si pasara un tiempo adicional? ¡Hasta podrían pensar que hubiera muerto y dejarían de tomarme en cuenta como ser viviente!
¡No, de ninguna manera! Ese sueño debería tener un fin y lo más pronto posible. Y para ello debía tomar la iniciativa y ejercer un movimiento que provocara una reacción del león.
Casi estaba por mover mi brazo derecho a manera de saludo cuando, justo a tiempo, una voz interior me alertó sobre la posibilidad bien cierta de que todo aquello se tratara de una situación real. ¿Qué ocurriría si yo levantara el brazo para saludar al león y éste, instintivamente, se lanzara hacia él, convirtiéndolo en un sabroso bocadillo de trasnoche? No, de ninguna manera. No podría arriesgarme a perder una parte importante de mi cuerpo a manos de un león comebrazos.
Decidí que lo mejor sería hablar. Hablar, ni más ni menos, no implicaría movimiento corporal alguno, y el sonido de mi voz tal vez provocaría alguna reacción pacífica del león.
Así que tomé valor y le dije:
- Hola león...
Esperé un abanico de reacciones posibles y ninguna de ellas se produjo. El león permaneció tan inmóvil como antes.
Decidí insistir.
- Hola león...
Y nada.
- Mira león, sin querer caí aquí y...
El león permanecía mirándome fijamente, como hipnotizado.
- ... resulta que yo estaba durmiendo y caí acá, en tu jaula. ¿Sabes? Yo necesito que todo esto se termine cuanto antes, porque tengo que levantarme para ir a trabajar, de lo contrario perderé mi premio por presen...
Pero, ¿qué estoy diciendo? -me dije a mí mismo-. ¿Acaso este león entiende algo sobre premios por presentismo y toda esa burocracia humana? No, tendría que ser más directo.
- Mira, león: resulta que lo que necesito saber es si todo esto pertenece a un sueño o estamos en plena realidad. No sea cuestión de que tu guardián se olvide de tu ración esta mañana y decidas quitarte el apetito conmigo... No lo harías, ¿verdad?
Al parecer, el león no encontraba motivación en mis palabras, ya que ni un pestañeo podía visualizar en su cara.
La situación estaba comenzando a desesperarme. Moví mi cabeza hacia ambos lados y descubrí un palo al alcance de mi mano. Pensé en terminar bruscamente con la situación. Sigilosamente me arrastré hasta tomar el palo.
Nunca imaginé que tantas películas norteamericanas pudieran serme de utilidad en ese momento. Recordé cómo el protagonista realizaba esa operación de alcanzar el arma y, con gran destreza, asestaba un golpe al enemigo. De igual forma, tomé envión y alcancé al león con un seco golpe en su cabeza. Ni bien hube terminado de golpearlo, sentí un intenso dolor en mi cabeza que terminó por desvanecerme.
Como si ese golpe hubiera operado a manera de un estridente llamado desde la realidad, acabó por despertarme. Por fin, pude comprender que sólo se trataba de un sueño. Me hallaba en mi cama, dentro de las cuatro paredes que yo bien conocía.
Giré mi cabeza para ver el reloj y comprobé que las agujas no se movían. Ante la incertidumbre, pegué un salto, me vestí y salí disparado hacia la calle para alcanzar el tren de las 7.45.
Como todos los días, la estación estaba atestada de gente esperando el tren para llegar a su trabajo. Al cabo de un tiempo más que prudencial, el tren aún no había pasado. Me acerqué a una, dos, tres personas y, al consultarle por el horario en que pasaría, ninguno me respondió. Peor aun, nadie pareció escucharme, continuando todos absortos en su propio mundo.
Finalmente me convencí: todo eso no era más que una nueva etapa de mi sueño. Había cambiado el escenario, había salido de la jaula del león, pero aún seguía soñando. Me di cuenta de que la única manera de volver por fin a la realidad sería encontrar la jaula del león, treparme hacia el techo, retornar a mi situación inicial donde me hallaba durmiendo y, finalmente, despertarme.
Corrí por calles y avenidas, crucé puentes y esquivé miles de personas. Finalmente, llegué a la jaula del león. Ingresé en ella, pero, para mi asombro, el león no se encontraba allí.
Vanamente intenté trepar hacia el techo; no tenía forma de alcanzarlo y, además, no había un agujero por el cual retornar hacia la primera etapa del sueño.
Fatigado y sin encontrar la salida a todo ese atolladero, me dormí y ya no pude escapar jamás.
Algunas veces me despierto y miro alrededor, levanto la vista hacia el techo, pero vuelvo a dormirme al comprobar que nada ha cambiado.
Desde entonces vivo inmerso en un sueño. O en una realidad de pesadilla. O ninguno de los dos, siquiera.
Aún no estoy seguro de qué se trata todo esto, cabalmente.

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