martes, 1 de diciembre de 2009

"Las aguas del río"

- ¿Por qué el agua fluye por el cauce del río? -preguntó el alumno a su Maestro-.
- Yo no pretendo ver el agua fluir, y tampoco divisar ningún cauce...
- Pero, Maestro, ¿acaso no oís el rumor que provoca el choque del agua contra la roca? -inquirió, angustiado, el adolescente-.
- Te refieres a la vida... Yo sólo percibo la presencia del alimento para los peces...
- ¿Acaso no encuentra, mi venerado señor, alimento en la belleza?
- Mi alimento es la belleza, de ahí que el sustento de los peces sea mi propio pan...
- Pero, yo sólo veo el agua, los peces escapan a mi vista como las sombras a la noche...
- Audaz pequeño, tu sabes que aun cuando el brillo de la luz fuera tan ténue como la más cerrada de las noches, las sombras allí estarían. No son nuestros ojos los que le dan existencia, sino los cuerpos que andan moviéndose por el bosque.
- Pero, ¿cuál es el sentido de la existencia sino formar parte visible de un todo armónico? -insistió el alumno-.
- No bajo tu perspectiva la existencia debería ser defininida. Los peces no precisan de tu consideración para desplegar su pulso vital. Y, aunque no los veas, ellos siguen el derrotero de su supervivencia. Además... ¿qué defines por "armonía"? y ¿dónde la encuentras en el mundo de los cuerpos físicos?
- Confieso que encuentro armónico el discurrir de las aguas río abajo.
- Veo que no te has decidido a liberar la verdad de su capa cegadora. ¿Estás dispuesto a prescindir de tu propio concepto estético de la realidad, para atribuírselo al Creador? Sospecho que no te atreverías a declarar sinceramente que te apetece ver al insecto huir sin alternativas de la boca del pez...
- Querido Maestro: mis ojos sólo pueden divisar lo que mi mente y mi corazón están dispuestos a comprender. Prefiero deslumbrarme con el paisaje acogedor del amanecer antes que intentar asimilar el tormento de la jungla. Eso para mí es la belleza.
- Tus palabras traen a mi memoria una antigua historia. "Un sacerdote salió al cruce de las criaturas vivientes para conocer el desarrollo de sus vidas. Se internó en un frondozo bosque tan sólo con su humilde atuendo y una cantimplora con agua para unos pocos días. Al principio, caminó desviando su vista hacia todo lo que manifestaba movimiento o emitía algún sonido, sin temor alguno. Al tercer día, sin advertirlo, se encontró a pocos metros de un puma hambriento. Recordó la frase que había escuchado de sus maestros, aquella que declara que si un hombre se comporta cabalmente como tal, las bestias del bosque lo respetarán y no lo dañarán. De tal suerte que permaneció erguido y seguro de sí, sin provocar al felino. De pronto, el animal comenzó a correr hacia él y, al comprobar la nulidad de alternativas de escape, imploró al Creador por su vida, entregándose al desasosiego. Cuando faltaban escasos dos metros para el inevitable ataque, el sacerdote se arrojó al piso, provocando el salto del puma, que prosiguió su persecución a un venado que escapaba a lo lejos. Una vez repuesto, el sacerdote bendijo al Creador y alabó Su obra y la inteligencia puesta en ella."
¿Qué aprendes de esta historia? -preguntó anhelante el maestro-.
- Veo que el Creador ha puesto a prueba la fe del sacerdote y lo ha salvado porque ha atravesado la prueba.
- Nada dices del venado... ¿Puede un hombre encontrar la belleza cuando el Creador envía un ser para ser sacrificado y salvarle la propia vida?
- Sospecho que mi Maestro desea que comprenda que la belleza es la vida y no el criterio estético que tengamos de ella...
- Exactamente, mi perspicaz muchacho. Pero no sólo eso: admitir que no somos el Diseñador y Arquitecto del universo, sino tan sólo fugaces invitados. Y que la belleza no puede ser sino una vivencia pasajera, que se quiebra ante cada desafío de la vida y que se reconstruye a medida que lo sorteamos.
- Aún no ha respondido mi pregunta inicial, Maestro.
- ¿Por qué al agua fluye por el cauce del río? Bien. Es que a mi edad, ya he visto muchos cadáveres correr arrasados por la inundación...

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