viernes, 1 de enero de 2010

"Ella desapareció en una nube de polvo"

Después de aquél portazo, ella subió a su 4x4 y aceleró.
Como poseída, anduvo sin rumbo fijo, sosteniendo obsesivamente la mirada hacia el horizonte, casi sin pestañear. Con cada kilómetro que agregaba a su carrera, sentía que reivindicaba decenas de situaciones en la que nunca pudo sentirse comprendida, contemplada.
Si aquél estruendoso portazo fue un disparo de largada, esta marcha hacia ningún destino fijo le servía para retomar el oxígeno perdido en tanto tiempo de ahogos irredimibles.
La tenacidad con la que conducía la mantuvo alejada de cualquier reclamo de sus sentidos. Ni siquiera con el transcurrir de las horas contempló la posibilidad de un atenuante. Cualquier anuencia a descomprimir la presión sobre el acelerador, significaría la aceptación de una nueva derrota, y en el actual estado de las cosas, esa alternativa carecía de oportunidad de ocurrencia.
De modo que así transcurrió ese día, eliminando a través del caño de escape de su vehículo cada grito contenido, todo atropello a su dignidad, cada nueva resignación.
Y llegó la oscuridad. Y ella no tenía conciencia del lugar por donde transitaba su desahogo, sin poder admitir que había llegado ya muy lejos. Y que había ingresado en un camino consolidado pero sin pavimentar. Y que el castigo permanente de un viento asolador, junto con los rayos abrazadores del sol del verano, habían ondulado el terreno, haciéndolo muy irregular y de desarrollo incierto.
Por fin, en medio de una cerrada oscuridad, a través de los faros de la 4x4 pudo advertir que muy cerca, a una distancia imposible de eludir, el polvo acumulado sobre el camino se alzaba como llamado desde el cielo a cumplir con una misión que aguardaba por decenas de años. Antes de que pudiera reaccionar, el vehículo penetró en esa espesa nube y ya no se lo volvió a ver.
El único testigo del suceso fue un perro que aguardaba el paso del vehículo para tomar su alocada carrera habitual y, con su ladrido aterrador y sus colmillos ostensiblemente expuestos, lograr la fuga del posible nuevo intruso. Allí permaneció inmóvil, aguardando la aparición del vehículo, como quien presta sus cinco sentidos y toda su atención a un ilusionista a punto de hacer aparecer a una paloma, en medio de la contorsión de sus manos que birlan toda posibilidad de consciencia.
El polvo comenzó a ceder, disipándose lentamente, como hubiera sido la actitud del perro, de haber podido completar su rutina. Finalmente, no quedaron rastros de aquél torbellino, y tampoco de la 4x4.
Nadie reclamó su reaparición y nadie pudo ya más signar con precisión su destino. Sólo las huellas de su camioneta quedaron grabadas hasta allí, como testimonio de un camino que ha sido truncado en medio de su extensión.
Y el polvo del camino que se aplacaba lentamente, satisfecho quizás, por haberse apoderado de su presa, sin dejar huella alguna.

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