lunes, 1 de marzo de 2010

"Mensajes contradictorios"

"Si bebiste no manejes".
"Máxima 80".
"Bajar edad de imputabilidad".
 ...
Vivimos en una sociedad con mensajes contradictorios. Transitamos nuestros días bombardeados por propuestas que eclosionan en nuestro interior, muchas veces desprevenido. Algunas otras, adormecido. Otras, burdamente cómplice.
Aceptamos todo tipo de propuestas que se enhebran en las alturas de los árboles, en sitios bien visibles en las autopistas, en los colectivos que circulan ante nuestras caras. Nuestra respuesta es siempre una aparente indiferencia, un continuo resbalar de todo lo que se nos intenta inculcar. Y creemos que no nos involucran, que los proyectiles que se disparan desde carteles, radios, televisión, internet, no nos afectan, que podemos vivir nuestra vida sin ser transformados desde dentro por tanto mensaje manipulador.
Precisamente, ése es el reaseguro que permite la proliferación de este tipo de metodología. Porque nuestra pasividad consciente nos hace vulnerables inconscientemente. Los mensajes se nos hacen carne sin siquiera enterarnos de ello.
La compañía de cerveza de la zona de Quilmes dice: "Si bebiste no manejes. Vivamos responsablemente". Claro, no aconseja no beber, lo da por consabido. El beber cerveza es algo así como un impulso inevitable -y así lo estimulan en sus publicidades, donde el ´target´es un público adolescente y joven-. De ahí que, de haber bebido, se recomienda no conducir un vehículo. Y así, la empresa nos transmite un mensaje de aparente compromiso con la sociedad. Y para rematar nos amonesta: "vivamos responsablemente."
Qué joder!
En la misma autopista somos advertidos sobre la velocidad máxima de circulación. Ubiquémonos. A raíz de las publicidades de autos, muchas de las cuales nos ilustran sobre las "cosas" (mujeres, naturaleza, aventura)
que podemos conquistar, hemos sido compelidos a renovar nuestro vehículo por uno más veloz. Lo hemos cambiado por uno que nos permita "manejar el viento".
(Digresión: ¿me parece a mí o los autos vienen con "trompas" cada vez más agresivas?)
El velocímetro indica 240km/hora de circulación máxima. El cartel ahora indica 80.
¿Qué hacer? ¿Disfrutar de la sensación de manejar el viento o respetar la normativa? Nos sentimos zamarreados. El auto nos pide y no le podemos dar... el gusto. El viento está allí, suplicándonos porque lo manejemos y nosotros no podemos siquiera sentirnos dueños de la brisa. Y si decidimos dar impulso a nuestro deseo y apretamos el acelerador, liberando al pobre vehículo de semejante tormento, nos encontramos con quien sí ha decidido respetar las normas -sea por conciencia o porque carece de un vehículo veloz- y le exigimos, acercando nuestro auto a distancias imposibles, para obligarlos a correrse, rápida y obedientemente, no sea cosa que nos enfademos y lo llevemos por delante.
Que otra cosa no se merecen esos idiotas...!
Vivimos en una sociedad con mensajes contradictorios. Somos manipulados de manera perversa. Pero no somos inocentes. Nos dejamos seducir, permitimos que el soborno penetre en nuestros seres. Nuestro bolsillo espiritual se halla cada vez más abierto, manoseado, violado. Somos cómplices del "sistema", alimentándolo. Por ende, echamos la culpa a los que elijen -es sólo una manera de decir- el camino de la delincuencia a temprana edad. Ellos son los que amenazan nuestra integridad, nuestro estilo de vida. Son los que miran el show indecoroso que les enseñamos en sus narices, sin poder acceder a él. Son compelidos, empujados por el mismo "sistema". Son agraviados por nuestros interminables vehículos con vidrios polarizados y nuestros anteojos Gucci, mientras sus pies se queman sobre el asfalto. Son los que, sin educación, salud y perspectivas dignas de desarrollo, se contaminan hasta la muerte con el paco, el deshecho último de un proceso donde el fruto perlado va destinado a las narices encumbradas.
Vivimos en una sociedad perversa. Nos hemos convertido en miserables dependientes del consumo. Nos arrastramos por las calles como pordioseros, con nuestras manos hechas cuencos, implorando por más y más. Deshacemos nuestras familias, abandonamos a nuestros hijos. Nos aislamos. Nos sumergimos en el mundo virtual y generamos un mundo mísero, egoísta, autodestructivo. Sin esperanzas.
Los recursos se agotan y el planeta responde con violencia. Haití, Chile, Pakistán y tantos otros lugares del planeta lo han padecido. El futuro parece signado por el transitar de las tinieblas y la falta de oxígeno, como las películas futuristas norteamericanas.
(Otra digresión: ¿por qué las películas futuristas siempre muestran un mundo devastado y en ruinas, con la gente comiéndose unos a otros? ¿Será la visión norteamericana, producto de una sociedad de consumo corrupta y egoísta, incorregible?)
Nos hemos apoderado del planeta, sin siquiera preguntarle a su Dueño si está de acuerdo. Estamos maltratando Su creación. Y quien maltrata algo, está despreciando a su creador, a su dueño.
El futuro no parece ser algo muy apacible, a estas alturas.
Después de todo, ¿qué vas a hacer a partir de hoy para modificar el presente?

No hay comentarios: