sábado, 1 de mayo de 2010

"El retorno"


Los soldados regresan. Es la hora de la retirada.
Aún se escuchan como ecos remotos las arengas de los superiores, aquellas palabras remarcadas en cada sílaba, brotando con voces roncas, desafiantes.
El terreno se ofrece como un manto desolador. Los pies caen pesados, hundiendo la maltrecha hierba que todavía yace al sol. El olor es una presencia atronadora, dando testimonio de los crudos enfrentamientos que a nada condujeron.
Cada desgarro de los abatidos uniformes marca el rumbo del retorno sin gloria, el sendero de manos que sólo portan dolorosas fisuras. Las heridas. Las heridas ya no son símbolo del dolor, porque éste viaja en la profundidad de los pechos de los vencidos.
¿De qué ha servido aquél canto entonador, aquellas miras bien dirigidas, aquellos disparos certeros? Cada uno de los caídos por el propio espíritu de crimen se suma a las magulladuras de las conciencias que todo lo saben ridículamente acabado.
Volver. ¿Para qué? ¿Acaso bastarán los actos conmemorativos, el aliento de la multitud en deuda, las medallas de reluciente metal?
Es el retorno. La lacerante pesadez de la incógnita: ¿podrá hallarse nuevamente el amor? ¿Será el ser –este nuevo ser deshilachado- merecedor de amor?
Las hendiduras cocidas con sangre ya seca, el púrpura que dibuja el horror en los cuerpos, las miradas silenciosas, los restos esparcidos como semillas sobre el campo de las pasiones, todo, todo colma al corazón de oprobio.
Los soldados retornan. Ya se escucha al gentío agolpado en la necedad. Ya, las promesas de una nueva ocasión, de la reconstrucción de la victoria ante nuevos horizontes.
Los corazones, estos corazones, ya no sabrán de renovadas esperanzas.

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