domingo, 2 de marzo de 2008

"Girando al sol"

"A menudo la naturaleza se muestra tan vívida que parece motivar al sol a dar vueltas a su alrededor".
Fotografía tomada en la Provincia de Buenos Aires, Argentina.

"En diez minutos salimos"

“En diez minutos salimos”.
Esa precisa, acotada frase motorizó todo el torbellino que sobrevendría al cabo de pronunciar sus últimas sílabas. Con una magia inconcebible, toda la energía desplegada durante meses se agolpaba, presionando hacia la puerta de salida a todos los que emprenderíamos aquel viaje. Como si una fuerza invisible hubiese ejercido algo así como una onda expansiva, tan ineluctable como definitoria arrastrándonos, rendidos a su paso, a la culminación de ese proceso de preparación.
“En diez minutos salimos”.Y, sin apelación posible, todos comenzamos a juntar del piso aquellos elementos que poco antes habían sido depositados, apilados, o simplemente arrojados, a la espera de la partida.¿Quién podría aventurar que todo estaría dispuesto al fin? ¿Cuál es el grado de certeza que reina en un momento de definición como este, en un plazo perentorio tan efímero?Sin embargo, ¿quién a esa altura admitiría que algo pudiera estar siendo olvidado?
En todo caso, el orden de prioridades había sido definido por esa frase inapelable. Ya no importaba el estado de las cosas, sino la decisión de estipular un final. Una inconsulta decisión que no arriesgaría la prioridad de existencia ante eventualidades.
Más vale en este caso acatar esa consigna como emitida desde las alturas celestiales, ofrendándole la categoría de orden divina, antes bien que aceptar que inevitablemente requeriríamos de un tiempo adicional. Nuestra conducta, amasada artesanalmente durante años, no nos permitiría tal grado de sinceridad, de libertad.
La valija, protagonista privilegiada del momento, ya no era un objeto que ocupaba un lugar en el ropero sino algo de lo cual nos serviríamos para llevar ropas, utensilios, enseres personales. Algo que a lo largo del año no hacía más que entorpecer nuestra necesidad de espacio, se convertía en una invención de un nuevo espacio: un espacio ambulante, que nos proyectaba en otro lugar, viviendo otras circunstancias. Y allí se encontraba, recostada sobre una pared, hinchada hasta el límite de su capacidad, conteniendo un cúmulo inagotable de expectativas, de sueños e imágenes proyectadas, en cada una de las prendas que en ella depositamos.
En tal circunstancia, aflora la duda, la pregunta más elemental: ¿es la presencia de la valija una consecuencia de la decisión de viajar o, más bien, es ella misma la que nos impulsa a hacerlo, ante la evidencia de su henchida imagen? En otras palabras, ¿son los sueños los que nos impulsan a vivir este viaje o es la hora de partida la que nos anuncia que hemos de emprenderlo?
No tan sólo los objetos ya estaban dispuestos, por cierto también todas las emociones previas ya habían tenido su tiempo de maduración. Cada una de las ilusiones, anhelos y esperanzas se hallaban desplegadas aguardando su concreción. Cual abanico de mano, el ramillete se encontraba en flor y su aroma rondaba los corazones de cada uno de nosotros. Una extraña sensación de que difícilmente aquella intensidad pudiera ser superada por la vivencia real que nos deparaba el viaje.
El viaje. Aquel sendero aún no recorrido pero, a la vez, transitado una y mil veces a través de las fantasías conectadas con la ilusión de la propia trascendencia.
“En diez minutos salimos” y todo comenzaría a producirse, a desarrollarse con medidas concretas, tiempos reales, paisajes palpables, aromas reconocibles con el propio olfato, kilómetros y kilómetros de pura realidad. Un desmoronamiento de todo aquello enarbolado en tantos meses de ilusión. Una transacción de cambios que a cada uno correspondería cotejar como conveniente, o no.
Un viaje que, sin dudas, ya no sería aquel viaje soñado por cada uno.

"Horizontes"

"Cada generación sale a su propio encuentro, proyectán-
dose a través de nuevos horizontes".

Fotografía tomada en Manchester, Reino Unido.

sábado, 1 de marzo de 2008

"El vuelo del niño"

Podría decirse que existió alguna vez un niño que experimentó la sensación de volar. Se cuenta, con más o menos nivel de detalle, que se armó de valor y decidió subir a la azotea de un gran edificio céntrico y desde allí se lanzó. No se sabe muy bien, o al menos no existen relatos que lo aclaren, cuál fue el motivo de la incomprensible actitud. Lo cierto es que este niño, con una década de edad desde que asomó sus narices a este mundo, decidió emprender este insólito viaje horizontal solamente provisto de una herramienta tan poderosa como inquietante: un sueño. Al parecer, sobrevoló la ciudad a través de Google Earth y desde allí pudo medir con cierta precisión la altura de los edificios céntricos. Su idea era la de trepar el edificio más alto. Estaba convencido de que, a mayor altura, mayor proyección de vuelo podría alcanzar. Según las declaraciones que se obtuvieron de los directivos de Google en Argentina, el niño habría pasado no menos de 30 horas en una navegación virtual por cada metro del casco céntrico de la ciudad. Por fin, al cabo de ese minucioso recorrido, este avezado infante concluyó que el edificio más alto se ubicaba a 50 metros de la plaza principal de la ciudad, justo en dirección oblicua al Palacio de gobierno. Según el testimonio del encargado del edificio donde este niño vivía, ese día se lo vio salir solo, vestido con ropa liviana, acorde a la estación de la primavera que en ese momento alcanzaba su clímax de expresión en la flora y fauna del revivido paisaje urbano. El encargado de edificio no supo contestar a la pregunta acerca del destino al que se dirigió el niño, debido a que, justo en el momento de su salida, se distrajo intentando ahuyentar a un perro que, descaradamente, estaba a punto de arruinar su trabajo de limpieza recién concluido en la vereda. Al parecer, el niño se habría trasladado en colectivo hacia su destino. No es que exista una prueba para aseverarlo, pero ese medio de transporte era el único que este niño conocía y, seguramente, se habría servido de él para alcanzar su objetivo. Además, según el relato de sus padres, él siempre había querido experimentar la sensación de introducir las monedas en la máquina expendedora, petición una y otra vez rechazada por sus mayores, objetándola por caprichosa, ridícula e improcedente. Una vez llegado al sitio de su destino, el niño se habría acercado al edificio cautelosamente, avanzando paso a paso de manera sigilosa, tanto como estudiando centímetro a centímetro lo que sería su último contacto con la planicie terráquea. La declaración del personal de vigilancia del edificio fue contundente para dilucidar la manera en que logró embarcarse en el ascensor que lo elevó hasta el último piso. "Evidentemente, el niño conocía hasta el más mínimo detalle lo que circundaba a la terraza del edificio. Nos sorprendió en medio de la agitada jornada de trabajo" -se disculpó el jefe del equipo de vigilancia, amedrentado por la posibilidad de verseen la calle a raíz de semejante desliz-. Lo cierto es que la sagacidad del niño pudo más que la estructurada y metódica operatoria de los hombres de uniforme. Se conoce que el niño argumentó su pesar por haber percibido desde el supuesto balcón de su casa, en un edificio contiguo, al nido de gorrión que había sido abandonado por los progenitores dejando a los pichones a la deriva, sin posibilidad de sobrevivir. Imploró enfáticamente y expresó su impostergable deseo de rescatar a las abandonadas víctimas y, así, salvarlas de su trágico destino. La angustia reflejada en el relato, sumada a la mirada humedecida de los ojos del perspicaz niño terminaron por abrirle las puertas de la cerrada custodia, infranqueable para otras pretensiones mucho más previsibles y de administración más cotidiana...
(continúa abajo, en la siguiente entrada).

"Aerosol"

"El cielo estaba tan azul que decidí subirme a inventar... otro cielo".
Fotografía tomada en el Parque Nacional Los Alerces, Provincia de Chubut, Argentina.

"El vuelo del niño" (continuación)

(viene de entrada anterior).
El niño se dirigió al conjunto de ascensores que detentaban brillantes puertas de aleaciones plateadas y, parado frente a ellas, no dudó en dibujar una y otra vez desde el borroso reflejo, la posición vertical de su cuerpo, advirtiendo que sería la última vez que lo vería así, parado, sosteniendo su carga sobre el piso. El reflejo fue barrido de derecha a izquierda conforme se abrió la puerta del ascensor, dando por finalizado ese juego que él solo parecía comprender y disfrutar. A cambio, la devolución mucho más nítida y real de su imagen apareció frente a él, proveniente de un enorme y brillante espejo que se extendía de piso a techo en la cabina del ascensor. Interrogado el personal ascensorista, respondió que junto con el niño habían abordado al ascensor varias personas para ese viaje de elevación, todos personal de las distintas empresas que operaban en el edificio. Al parecer, ninguno de ellos había reparado en la curiosa presencia del niño. Como a cada uno de sus circunstanciales pasajeros, le preguntó al niño a qué piso viajaría, recibiendo como respuesta: "hasta el último". Consecuentemente, el niño fue el último en desalojar la cabina antes de que ésta retornara al punto inicial del viaje. El niño comprobó que para alcanzar la terraza aún debía subir un piso más por medio de la escalera cuyo trazado se ubicaba paralelo al agujero de los ascensores. Una vez que alcanzó el último piso del edificio, observó una puerta que tenía un cartel con la inscripción: "No traspasar este límite". Muchas otras barreras había cruzado ya el niño como para amedrentarse ante este inerme y frío cartel. Por otra parte, a esta altura el niño ya sentía que no podría detenerlo el tendido de ningún límite trazado de manera arbitraria. Con decisión, pero con cierto temor a que la puerta estuviera cerrada con llave, giró el picaporte y empujó y, para su alivio comprobó que la puerta cedía. A medida que la puerta rotaba sobre su eje, un aire fresco acudía sobre su rostro. También comprobó el incremento del lejano ruido del tránsitoy demás sonidos que la muchedumbre producía en su trajinar. Lentamente intentó captar y retener cada uno de esos sonidos tan familiares, en la certeza de que nunca más los oiría a partir de ese momento. Estudió los cuatro costados perimetrales de la terraza del edificio y finalmente decidió que lo mejor sería abordar el que poseía orientación noreste, debido a que hacia allí se extendía el brazo principal del río que acariciaba las costas de la ciudad. Con decisión apasionada, el niño trepó los tres metros de la pared ayudado por unos tachos de combustible que se hallaban en el lugar. Hizo pie sobre la pared y allí dominó sus sentidos para alcanzar el dominio total de su cuerpo, en un equilibrio perfecto. En ese instante, momento previo al abandono del mundo tal como lo conocía, intentó captar cada una de las imágenes que vertiginosamente acudían a su mente. Sus padres, su casa, la escuela, sus compañeros y amigos, los festejos de cumpleaños, la pelota de fútbol, aquella vecina de enfrente, tan hermosa como inalcanzable... Contuvo su emoción para no perder el equilibrio alcanzado y contó, lenta y concienzudamente, todos los números desde el uno hasta el diez. Al llegar al diez, se encomendó a Di´s y saltó con fuerza. Presionado por el vértigo y la incertidumbre, sus ojos permanecían fuertemente cerrados. Extendió sus brazos en forma perpendicular al tronco de su cuerpo, juntó sus piernas hasta que sintió que sus pies se tocaban e intentó planear, tal como había estudiado era el vuelo de las aves. Luego de los primeros instantes, el niño comprobó que algo lo sostenía desde abajo, como si el aire tuviera la consistencia de una nube, la blandura de un espeso colchón de algodón. Pensó que ya no tenía motivos para permanecer con los ojos cerrados y lentamente los abrió, comprobando que el edificio había quedado varios metros atrás y que, mágicamente, se dirigía en dirección al río, por encima de las terrazas y las cúpulas de los edificios. Confiado ya en la estabilidad de su vuelo, el niño abría su boca permitiendo el ingreso de una gruesa masa de aire, y luego provocando la exhalación a través de sus fosas nasales. Repitió reiteradamente este ejercicio hasta que en una aspiración advirtió que se hallaba dentro de una espesa nube. Sin darse cuenta, el niño había aspirado no sólo la húmeda masa de aire, sino también las caprichosas formas, la variedad de grises, la temperatura y el mismo movimiento de la nube. A diferencia de los pasos anteriores, esta vez retuvo el aire. Sintió que el paisaje de las alturas se expandía en su interior, provocándole una extraña sensación de libertad. La libertad que se siente cuando la infinita extensión del universo se desarrolla dentro del propio cuerpo.

Los últimos reportes conseguidos relatan que el vuelo del niño prosiguió en dirección al río y que, al parecer, las cámaras de grabación fallaron en su funcionamiento, debido a que la imagen del niño volando se mimetizó con el paisaje, perdiéndose lenta, pero inexorablemente ante la atónita vista de los millones de espectadores que seguían expectantes el vuelo del niño por televisión.

"Piel curtida"

¿Así nos quedaría la piel después de 3.000 años?
Fotografía de un tronco de araucaria en el Parque Nacional Huerquehue, X Región, Chile.