martes, 1 de diciembre de 2009

"Me moría en mi memoria"

Toda vez que cruzaba ese campo gravitacional, perdía contacto consciente con mi pasado. Como si se tratara de un imán que todo arrastra con su campo magnético, cruzar aquella línea invisible provocaba la desaparición de mi vida pasada.
Algo así como que me moría en mi memoria.
Aunque pareciera una experiencia traumática, no lo era en su totalidad. Despojarse del pasado, al menos por algún instante escaso, proporcionaba una sensación de alivio, como la que atraviesan los elásticos de un camión al que súbitamente se le libera de su carga. De esta forma, mi mente se alzaba -por expresarlo de algún modo gráfico- se levantaba, como levitando, y se transformaba en una esponja, dispuesta a absorber todo lo que mis sentidos proporcionaban en aquél momento.
El proceso inverso se producía cuando atravesaba la línea de regreso. Una tremenda pesadez -incluso percibida físicamente- se apoderaba de mi mente, tornándola lenta y perezosa en sus procesos electromagnéticos. De modo que el beneficio por experimentar la levedad de mi propio ser traía como contrapartida la virulencia de una carga extremadamente pesada, volcada drásticamente sobre mi frágil estructura, al regresar.
Un cierto día se me ocurrió una idea tan poco innovadora como revolucionaria en el campo de mi propia experiencia mental. Pensé: así como periódicamente se debe desfragmentar el disco rígido de una computadora para ordenar los archivos y agilizar el procesamiento de los datos, así podría causar la pérdida de mis archivos, cruzando la línea, para luego retornar sobre mis pasos, pero tomando la precaución de realizar una carga ordenada de todos los datos que conformaban mi memoria, utilizando algún criterio particular. Una especie de recarga selectiva, minuciosa, eliminando los datos superfluos, condensando los redundantes y resaltando los más significativos.
Y me avoqué a la tarea.
Crucé la línea y, como de costumbre, buena parte de mis recuerdos fueron arrebatados de mi mente. Al disponerme a regresar, visualicé primeramente cada uno de los recuerdos que conformaban mi propia historia. Analicé: ¿Con qué criterio ordenaré los archivos en mi mente? ¿Por orden cronológico, alfabético, por la intensidad del suceso y su repercusión en mi vida actual...? Ninguno de esos criterios me parecieron adecuados, por más que funcionaran corrientemente en una computadora. O justamente por ello.
De repente tuve una claridad inesperada: ordenaría mi memoria en forma cronológicamente inversa a como se produjeron los sucesos en la realidad. De esta forma, si me remitiera a un recuerdo cercano, podría encontrarme con toda la primera etapa de mi vida y, al contrario, si pretendiera remontarme lejos en cantidad de años, podría recordar aquellos sucesos acaecidos recientemente.
A poco de haber finalizado la carga de toda mi memoria, tuve una sensación muy extraña. Me sentía un anciano y, a la vez, un bebé recién nacido.
Bajé mi vista hacia mis manos y comprobé el transcurso de los años en sus notorias venas y las manchas de la piel, pero al acudir a mi memoria, vino a mí, con la frescura del aire matinal, la imagen de mi manito cerrada mientras succionaba el pecho de mi madre.
Y me emocioné. De pronto recobraba con nitidez cada momento de mis primeros días, mi infancia, la escuela, mi familia. Allá lejos en mi memoria, depositados entre trastos oxidados, fueron a parar los días de mi vejez, solo y abandonado en una residencia para gente mayor.
Recuperé mis afectos de antaño, recordé cada frase con mis compañeros de escuela, el día en que le dije "te quiero" a una compañerita de séptimo grado, el primer tema lento bailado con ella durante un "asalto" en su casa. Tremendamente lejos en mi memoria se hallaba ese cuerpo vencido por los años y el sufrimiento de una vida de tormentos, que se hallaba arrumbado sobre un sillón, cual bolsa de huesos desarticulados.
Y a pesar de mi condición, a pesar de los años que se me volcaban encima, mi carga mental fue cada vez más leve, mi vocabulario más escaso y mi dependencia física y psicológica, casi totales. Como un bebé recién nacido.
Me fui convirtiendo así, en un anciano-bebé, o en un bebé-anciano, daba lo mismo.
Un cuerpo cada vez menos manejable, una memoria más escasa y una necesidad afectiva cada vez más sustancial e irrenunciable.
Y entonces los pañales, el llanto siempre al filo de mis ojos y una sensación de desamparo casi permanente, no sólo fueron mi realidad cotidiana, sino la memoria más palpable de todo el acontecer de mi vida.
En fin, fui transformándome en un ser que atravesaba los últimos días de su vida física, acompañado por sus frescos recuerdos de la infancia.
Y así, de a poco y sin advertirlo, me moría en mi memoria.

No hay comentarios: