jueves, 1 de julio de 2010

"La maldición de la Fiammetta"

Giovanni Bocaccio nació probablemente en París pero se crió en Florencia, Italia. Hijo ilegítimo de un comerciante florentino, dedicó parte de su vida a los estudios canónicos y científicos. Le tocó transitar un período especial de la historia -siglo XIV- en el que las artes quebraron su yugo con la temática religiosa y comenzaron a comprender al hombre y su entorno.
Pese a haber estado rodeado de un ambiente de voluptuosidad y privilegios, Bocaccio fue inspirado por un hecho que marcó esos años: la aparición de la peste bubónica. Derivando de esta invasión, su ingenio pergeñó "El Decamerón", obra basada en relatos de jóvenes que escapaban de la fiebre, en un abordaje inédito hasta ese momento, más humanista y menos canónico, que le mereció el título de pionero de los cuentos renacentistas, además de cargos diplomáticos y prestigio.
Probablemente, su musa inspiradora haya sido la hija ilegítima del Rey de Nápoles, Maria dei Conti d‘Aquino, la conocida Fiammetta que aparece en sus relatos.
Paradójicamente o no, Bocaccio transitó sus años finales abocado a la meditación religiosa.
Lo que la historia conocida, y por lo tanto oficial, no parece prestar atención es a la relación entre la aparición de la Fiammetta en la vida de Giovanni y su dedicación posterior a los estudios religiosos. Después de todo, habiendo escrito relatos humanísticos basados en vivencias amorosas, resulta capcioso figurarse un final tan lúgubre para el escritor. Y sin embargo, sucedió.
Existen escritos de la Corte hallados recientemente que quizás permitan echar una tenue de luz acerca del destino final del escritor.
Estos documentos parecieran provenir de mediados del 1300, época en la que concluyó su obra "El Decamerón".
En uno de los pasajes, el relato se detiene en el impacto que le causó a Fiammetta la presencia de Bocaccio, a tal punto de haber echado a flotar en su imaginación una vaporosa áurea alrededor de la cabeza del escritor, que le confería la presencia propia de un santo. Sabido es que ambos fueron hijos naturales, por lo que no sería de extrañar que Fiammetta hallara en Bocaccio un fiel redentor para sus borrosos orígenes.

Es así que el relato se derrama en torrente de alusiones místicas, dando vida a angélicos seres que se reúnen en círculo alrededor de Bocaccio, en franca avidez por absorber sus conocimientos sobre las almas y corporizaciones. En una de las alocuciones, Bocaccio alude a la Fiammetta y enarbola un detallado informe sobre sus vidas pasadas y el por qué de su reencarnación en la presente vida.
Según el escritor, Fiammetta proviene de una estirpe elevada de almas y, en su peregrinar cósmico, quedó atrapada en un anillo sólo reservado para almas reincidentes en un pecado: la falta de maestría para la elaboración de pasteles verdes.
Según una tradición milenaria, en la que los florentinos eran considerados expertos -explicaba Bocaccio- los pasteles verdes debían llevar una específica cuota de agua, para que el efecto de su ingestión provocara los resultados buscados, es decir, la trascendencia del alma y su liberación del yugo terrenal, ad infinitum.
Pese a ser heredera de esa tradición, Fiammetta no supo llegar a la cantidad de agua requerida, logrando una y otra vez resultados no deseados.
Las habladurías palaciegas no tardaron en llegar:
- ¿Habéis observado que Fiammetta no logra encontrar la fórmula adecuada para los pasteles verdes? -comentabanlos cortesanos-.
- ¡No resulta llamativo; la torpe niña proviene de un pasado tumultuoso
y no sería de extrañar que su sangre se encontrara corrupta!
- ¡Que el cielo nos salve! -exclamaba el populacho, que veía en la
desdichada niña las causas de la aparición de la peste bubónica en la
comarca-.
- ¡La hipocresía se apoderará de esta generación y de todas las siguientes, si no logra llegar a la fórmula! -argüían los curanderos-.
Lo cierto es que los años pasaron y el acierto no llegaba a las manos
de Fiammetta. Cierto día, sumergida en una profunda depresión, se desvaneció a los pies del río Arno y tuvo una ensoñación. El río cobraba el habla y desde las profundidades una voz lejana le susurraba: "Querida Fiammetta: bien sabéis que la fórmula se encuentra en tu memoria ancestral; si persistís en esta amnesia os arrastraréis hasta el final de los tiempos. ¡Y bien sabéis que el castigo ha de ser indescriptible!".
En vano fue el esfuerzo de la desdichada. Sus años pasaron y un suspiro elevó su alma hacia los mundos superiores, yaciendo su cuerpo en lugar apartado, lejos de la presencia de toda la ciudad.
Ya en los cielos, atrapada eternamente en el anillo del oprobio, Fiammetta se le apareció en sueños a Bocaccio. Y le dijo:
"Bien conocéis mi desdicha. Pero más aún, sabéis del destino que recaerá sobre las pobres víctimas, por mi falta. Si alguna vez he sido objeto de vuestra inspiración, os suplico, ¡Oh, Señor mío!, que os avengáis a vuestro pueblo, y roguéis por él, a fin de salvarlo del destino trazado. Debéis dedicar el resto de vuestra vida a la meditación. ¡Salva a vuestro pueblo de la hipocresía! Esta es la misión que os encargo, por el bien de los inocentes."
El resto es historia conocida. Bocaccio se sumergió en la introspección y encontró la muerte en 1375, sin haber logrado su cometido.
Muchos siglos después, la maldición se hizo presente en un recóndito país de Sudamérica: Argentina. Allí el pueblo vio renacer, de entre las cenizas de la civilización, casi por obra del milagro, la presencia del castigo de Fiammetta. Y la tecnología habilitó el golpe de gracia. A través de internet, la "Hipocresía" fue entonada una y otra vez para eternizar la maldición de los pasteles verdes.
El documento nada ilustra sobre el antídoto, y la tradición se ha extinguido entre los pliegues de la historia.
Si te animas, puedes avizorar el castigo que los argentinos han de cargar eternamente sobre sus ya vencidas espaldas, accediendo al siguiente vínculo. El vínculo hacia los pasteles verdes.

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