martes, 1 de diciembre de 2009

"Cartoon network"



No son dibujitos, son REALES.
Aunque a veces, nuestra mirada superficial nos haga parecer que tan sólo son ocurrencias de nuestra imaginación. Simples fantasías que enturbian la prolijidad de nuestras plácidas vidas.

"Mujer de nivel inferior"

Era un pequeño caserío apostado al borde de un empinado fiordo del sur chileno...

"La pendiente era tan pronunciada que las construcciones se disponían casi una encima de la otra, formando un racimo de disímiles colores otorgados por sus techos. Vistos a la distancia, daban la sensación de estar frente a un conjunto que lograba entre sí un precario equilibrio.
Entre ellas, no se extendía ningún camino, dado que no había lugar para su desarrollo. Apenas algunos escalones naturales permitían la comunicación entre las casas, arriba y abajo. Formaban, en fin, algo así como un edificio en medio de la soledad patagónica, algo irregular, claro está, en su morfología de conjunto.
El suelo, conformado por enormes bloques de roca, no permitía la fluidez del despliegue vegetal, lo que le confería una belleza austera, tal como el rostro despojado de maquillaje, de una mujer que se sabe hermosa. Sus dos pretendientes, por así decirlo, eran dos celestes masas que lo rodeaban a su cabeza y pies: el firmamento, y la metálica extensión de la lengua marina.
Sus habitantes eran tan delgados como altos, como si la pendiente los hubiera estirado, adaptándolos al paisaje. Sus cabezas, sus brazos y manos, sus piernas y pies, todo en ellos parecía estirado, como muñecos de masa moldeados por las manos de un niño que aún no respeta las proporciones.
Su andar era torpe, mecánico, sin gracia. Más acostumbrados a subir y bajar que a desplazarse horizontalmente, al hacerlo parecían dar pequeños saltos que llamaban más a la pena que a la ternura.
Desde sus casas y a través de sus ventanas, cada uno podía avistar la voluptuosidad del paisaje, las aves que cruzaban en segundos la anchura del fiordo, la formación de tormentas, la puesta del sol. Pero nunca una figura humana aparecía en su arco ocular. Nadie caminando, conversando, o simplemente reposando.
Cuando rara vez se cruzaban dos personas por ahí, tendían a mirar hacia arriba o abajo, pero nunca a los ojos. De tal suerte, los diálogos se limitaban a saludos de parcial cortesía o pases de información requeridos por el sistema, tan sólo rudimentos de una comunicación que mucho distaba de ser fluida.
Su organización social era simple y vertical. Existía un único dirigente que disponía las escasas ordenanzas de común atención entre todos los habitantes. Algo así como un jefe supremo que ocupaba la vivienda ubicada en el punto más alto del conjunto, sus órdenes eran transmitidas de boca en boca, en línea descendente, de casa a casa. De tal forma que la directiva sólo entraba en rigor a partir del día siguiente al de su emisión, tiempo suficiente para que la noticia descienda hasta el nivel del extremo inferior.
Este jefe supremo también disponía la aprobación del ingreso de visitas al enclave. Por lo tanto, además, cumplía funciones aduaneras y de defensa, aun cuando parecía imposible que algún ataque externo pudiera sobrevenir en esa aislada geografía.
Sin embargo, corrían voces que afirmaban que una especie de contrabando a pequeña escala se desarrollaba en el nivel inferior. Allí, en la base misma de la estructura, vivía una extraña mujer de dudosa apariencia. Claramente diferente a los demás, su contextura física era redonda, su altura escasa y su andar parsimonioso.
Su cercanía con el mar le proporcionaba un contacto con el mundo exterior, aunque fuera solamente en apariencia. De ahí que despertara el recelo de los demás, carentes en absoluto de esa posibilidad.
El jefe supremo no tenía acceso a ella, excepto por las noticias que le hacían llegar en cadena de abajo hacia arriba. Tampoco tenía métodos para custodiarla, debido a la gran distancia que lo separaba de su vivienda, allí en la cúspide de la estructura.
Con el correr del tiempo, los rumores sobre la ilícita actividad de la vecina del nivel inferior, despertaron una honda preocupación en el jefe supremo, a la vez que iba descubriendo lentamente su vulnerabilidad: comenzó a depender con mayor intensidad de las noticias que le entregaba la cadena de rumores vertical de sus mandados, quienes, al advertir la creciente influencia que obtenían, decidieron aprovechar la situación para desestabilizarlo y destituirlo.
No pasó mucho tiempo hasta que el caos se apoderó del caserío. Como hormigas atareadísimas en su misión de obtener su sustento, comenzaron a subir y bajar frenéticamente los escalones que los separaban entre sí, disponiendo medidas unilateralmente e intentando imponerlas sin éxito a los demás.
Olvidada por sus vecinos, la única que no participaba de aquel fervor era la vecina del nivel inferior, quien se hallaba, como siempre, abocada a sus quehaceres ligados a la costa.
Vencidos por su nula preparación para el diálogo y el entendimiento, descendieron más por resignación que por propia convicción, dispuestos a escuchar qué tenía para opinar su aislada vecina.
Ésta se encontraba inmersa en el mar, desplegando su amplia red, cuando todos llegaron. Sin advertirlos, permaneció largo rato sumida en su actividad pesquera, mientras todos los demás la observaban como en platea. Una vez satisfecha, decidió recoger la red y retornar a su casa con el producido del día.
Al llegar a la playa quedó perpleja frente al público inmóvil. Un silencio y quietud sólo interrumpidos por la presencia del mar se expandieron en interminable cantidad de minutos. Hasta que alguien decidió quebrar la inercia y preguntó:
- ¡Queremos conocer su opinión!
La vecina del nivel inferior, con la red pendiendo de su mano repleta de peces cuyo gris metálico rememoraba el brillo de las perlas recién cosechadas, no pudo sino titubear por un largo instante, al cabo del cual, balbuceó:
- ¡Hay buena pesca!
El silencio pareció congelar hasta el mismo rumor marino. Fueron interminables segundos de total quietud, sólo interrumpida por una bandada de cuervos que volaba en círculo y que desencadenó un unísono y espontáneo alboroto general de todos los presentes.
Su precario razonamiento les indujo a entender la frase de la mujer como una confirmación de las sospechas sobre su actividad prohibida y se lanzaron torpemente hacia ella, intentando atraparla.
La mujer, desesperada, arrojó su red repleta de peces moribundos hacia la muchedumbre enardecida y corrió a refugiarse dentro de su casa. Poco después, habiéndose liberado de la red y saturados del olor marino impregnado en sus ropas, intentaron en vano derribar la puerta de la casa, por lo que decidieron encenderle fuego.
Era una tarde de intensos vientos provenientes del mar que, al chocar contra el paisaje escarpado, se elevaron con fuerza, llevando consigo las enormes llamaradas provenientes de la casa de la mujer hacia arriba, alcanzando paulatinamente a todas las casas del conjunto, incluso las del nivel superior.
Olvidándose ya de la desgraciada, que debería estar pagando las excentricidades de su vida envuelta en llamas, treparon para salvar sus viviendas, quedando uno a uno atrapado en las llamas y sucumbiendo, finalmente, a las garras del infierno.
Todo ocurrió más rápido de lo imaginable; de pronto, en lo que tarda el sol en cruzar la cúspide del firmamento, el caserío y sus ocupantes quedaron, todos, reducidos a cenizas".

El guía concluyó el relato haciendo notar entre el pasmado grupo de turistas la imagen que había quedado grabada sobre las rocas, luego de aquella tarde endemoniada de fuego y viento. En realidad, su historia era difícil de concebir como real, excepto por la nítida figura de una mujer obesa sosteniendo una red saturada de peces, que el humo había dibujado sobre el conjunto rocoso del acantilado.

"Diferencia"

No importan las estructuras ni la contundencia. Aunque parezca imperceptible, hay alguien que decide expresarse de manera distinta a los demás, saliendo de la homogeneidad establecida y marcando su presencia de manera elocuente.
Ese alguien, seguramente, habrá salvado su integridad de persona especial y única.

"Las aguas del río"

- ¿Por qué el agua fluye por el cauce del río? -preguntó el alumno a su Maestro-.
- Yo no pretendo ver el agua fluir, y tampoco divisar ningún cauce...
- Pero, Maestro, ¿acaso no oís el rumor que provoca el choque del agua contra la roca? -inquirió, angustiado, el adolescente-.
- Te refieres a la vida... Yo sólo percibo la presencia del alimento para los peces...
- ¿Acaso no encuentra, mi venerado señor, alimento en la belleza?
- Mi alimento es la belleza, de ahí que el sustento de los peces sea mi propio pan...
- Pero, yo sólo veo el agua, los peces escapan a mi vista como las sombras a la noche...
- Audaz pequeño, tu sabes que aun cuando el brillo de la luz fuera tan ténue como la más cerrada de las noches, las sombras allí estarían. No son nuestros ojos los que le dan existencia, sino los cuerpos que andan moviéndose por el bosque.
- Pero, ¿cuál es el sentido de la existencia sino formar parte visible de un todo armónico? -insistió el alumno-.
- No bajo tu perspectiva la existencia debería ser defininida. Los peces no precisan de tu consideración para desplegar su pulso vital. Y, aunque no los veas, ellos siguen el derrotero de su supervivencia. Además... ¿qué defines por "armonía"? y ¿dónde la encuentras en el mundo de los cuerpos físicos?
- Confieso que encuentro armónico el discurrir de las aguas río abajo.
- Veo que no te has decidido a liberar la verdad de su capa cegadora. ¿Estás dispuesto a prescindir de tu propio concepto estético de la realidad, para atribuírselo al Creador? Sospecho que no te atreverías a declarar sinceramente que te apetece ver al insecto huir sin alternativas de la boca del pez...
- Querido Maestro: mis ojos sólo pueden divisar lo que mi mente y mi corazón están dispuestos a comprender. Prefiero deslumbrarme con el paisaje acogedor del amanecer antes que intentar asimilar el tormento de la jungla. Eso para mí es la belleza.
- Tus palabras traen a mi memoria una antigua historia. "Un sacerdote salió al cruce de las criaturas vivientes para conocer el desarrollo de sus vidas. Se internó en un frondozo bosque tan sólo con su humilde atuendo y una cantimplora con agua para unos pocos días. Al principio, caminó desviando su vista hacia todo lo que manifestaba movimiento o emitía algún sonido, sin temor alguno. Al tercer día, sin advertirlo, se encontró a pocos metros de un puma hambriento. Recordó la frase que había escuchado de sus maestros, aquella que declara que si un hombre se comporta cabalmente como tal, las bestias del bosque lo respetarán y no lo dañarán. De tal suerte que permaneció erguido y seguro de sí, sin provocar al felino. De pronto, el animal comenzó a correr hacia él y, al comprobar la nulidad de alternativas de escape, imploró al Creador por su vida, entregándose al desasosiego. Cuando faltaban escasos dos metros para el inevitable ataque, el sacerdote se arrojó al piso, provocando el salto del puma, que prosiguió su persecución a un venado que escapaba a lo lejos. Una vez repuesto, el sacerdote bendijo al Creador y alabó Su obra y la inteligencia puesta en ella."
¿Qué aprendes de esta historia? -preguntó anhelante el maestro-.
- Veo que el Creador ha puesto a prueba la fe del sacerdote y lo ha salvado porque ha atravesado la prueba.
- Nada dices del venado... ¿Puede un hombre encontrar la belleza cuando el Creador envía un ser para ser sacrificado y salvarle la propia vida?
- Sospecho que mi Maestro desea que comprenda que la belleza es la vida y no el criterio estético que tengamos de ella...
- Exactamente, mi perspicaz muchacho. Pero no sólo eso: admitir que no somos el Diseñador y Arquitecto del universo, sino tan sólo fugaces invitados. Y que la belleza no puede ser sino una vivencia pasajera, que se quiebra ante cada desafío de la vida y que se reconstruye a medida que lo sorteamos.
- Aún no ha respondido mi pregunta inicial, Maestro.
- ¿Por qué al agua fluye por el cauce del río? Bien. Es que a mi edad, ya he visto muchos cadáveres correr arrasados por la inundación...

"Ridículos"













La orden del arquitecto había sido clara:
hacer un típico cartel de desvío de tránsito.
Salvo por un pequeño descuido...
... Una caligrafía un tanto descuidada
acercó peligrosamente una "N" mal
dibujada a una delgada "I" a la que le
faltó el puntito...

Y el ridículo se apoderó de las calles...

"Me moría en mi memoria"

Toda vez que cruzaba ese campo gravitacional, perdía contacto consciente con mi pasado. Como si se tratara de un imán que todo arrastra con su campo magnético, cruzar aquella línea invisible provocaba la desaparición de mi vida pasada.
Algo así como que me moría en mi memoria.
Aunque pareciera una experiencia traumática, no lo era en su totalidad. Despojarse del pasado, al menos por algún instante escaso, proporcionaba una sensación de alivio, como la que atraviesan los elásticos de un camión al que súbitamente se le libera de su carga. De esta forma, mi mente se alzaba -por expresarlo de algún modo gráfico- se levantaba, como levitando, y se transformaba en una esponja, dispuesta a absorber todo lo que mis sentidos proporcionaban en aquél momento.
El proceso inverso se producía cuando atravesaba la línea de regreso. Una tremenda pesadez -incluso percibida físicamente- se apoderaba de mi mente, tornándola lenta y perezosa en sus procesos electromagnéticos. De modo que el beneficio por experimentar la levedad de mi propio ser traía como contrapartida la virulencia de una carga extremadamente pesada, volcada drásticamente sobre mi frágil estructura, al regresar.
Un cierto día se me ocurrió una idea tan poco innovadora como revolucionaria en el campo de mi propia experiencia mental. Pensé: así como periódicamente se debe desfragmentar el disco rígido de una computadora para ordenar los archivos y agilizar el procesamiento de los datos, así podría causar la pérdida de mis archivos, cruzando la línea, para luego retornar sobre mis pasos, pero tomando la precaución de realizar una carga ordenada de todos los datos que conformaban mi memoria, utilizando algún criterio particular. Una especie de recarga selectiva, minuciosa, eliminando los datos superfluos, condensando los redundantes y resaltando los más significativos.
Y me avoqué a la tarea.
Crucé la línea y, como de costumbre, buena parte de mis recuerdos fueron arrebatados de mi mente. Al disponerme a regresar, visualicé primeramente cada uno de los recuerdos que conformaban mi propia historia. Analicé: ¿Con qué criterio ordenaré los archivos en mi mente? ¿Por orden cronológico, alfabético, por la intensidad del suceso y su repercusión en mi vida actual...? Ninguno de esos criterios me parecieron adecuados, por más que funcionaran corrientemente en una computadora. O justamente por ello.
De repente tuve una claridad inesperada: ordenaría mi memoria en forma cronológicamente inversa a como se produjeron los sucesos en la realidad. De esta forma, si me remitiera a un recuerdo cercano, podría encontrarme con toda la primera etapa de mi vida y, al contrario, si pretendiera remontarme lejos en cantidad de años, podría recordar aquellos sucesos acaecidos recientemente.
A poco de haber finalizado la carga de toda mi memoria, tuve una sensación muy extraña. Me sentía un anciano y, a la vez, un bebé recién nacido.
Bajé mi vista hacia mis manos y comprobé el transcurso de los años en sus notorias venas y las manchas de la piel, pero al acudir a mi memoria, vino a mí, con la frescura del aire matinal, la imagen de mi manito cerrada mientras succionaba el pecho de mi madre.
Y me emocioné. De pronto recobraba con nitidez cada momento de mis primeros días, mi infancia, la escuela, mi familia. Allá lejos en mi memoria, depositados entre trastos oxidados, fueron a parar los días de mi vejez, solo y abandonado en una residencia para gente mayor.
Recuperé mis afectos de antaño, recordé cada frase con mis compañeros de escuela, el día en que le dije "te quiero" a una compañerita de séptimo grado, el primer tema lento bailado con ella durante un "asalto" en su casa. Tremendamente lejos en mi memoria se hallaba ese cuerpo vencido por los años y el sufrimiento de una vida de tormentos, que se hallaba arrumbado sobre un sillón, cual bolsa de huesos desarticulados.
Y a pesar de mi condición, a pesar de los años que se me volcaban encima, mi carga mental fue cada vez más leve, mi vocabulario más escaso y mi dependencia física y psicológica, casi totales. Como un bebé recién nacido.
Me fui convirtiendo así, en un anciano-bebé, o en un bebé-anciano, daba lo mismo.
Un cuerpo cada vez menos manejable, una memoria más escasa y una necesidad afectiva cada vez más sustancial e irrenunciable.
Y entonces los pañales, el llanto siempre al filo de mis ojos y una sensación de desamparo casi permanente, no sólo fueron mi realidad cotidiana, sino la memoria más palpable de todo el acontecer de mi vida.
En fin, fui transformándome en un ser que atravesaba los últimos días de su vida física, acompañado por sus frescos recuerdos de la infancia.
Y así, de a poco y sin advertirlo, me moría en mi memoria.

"Precauciones"


La hipocresía y el ánimo de obtener dinero a cualquier precio, lleva a aberraciones como ésta. En un boliche de la zona de Palermo, se advierte sobre los niveles de sonido que se propalan en el lugar. Es sólo una salvaguarda previniendo una posible acción legal. La indiferencia del propietario del lugar por el prójimo está avalada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires al no prohibir tales niveles de sonido. En cambio, seguramente, se privilegia la obtención del pago de impuestos por parte del local, y quizás alguna otra forma de entrega de dinero. Entonces: ¿de qué hablamos cuando nos referimos a una mejor calidad de vida, a la protección de los jóvenes y, en fin, cuando dilapidamos horas hablando de un mundo mejor?